Por Zahra Merhi
Mi padre y yo íbamos siempre a la hacienda de mi abuelo, aquella era grande y hermosa. A pocos kilómetros se encontraba una laguna y un bello manantial. Me encantaba ir para pensar, escribir y adorar el cielo. Sólo era el agua, el canto de las aves que adornaban el paisaje y yo.
Me recosté para deleitar el panorama y poco a poco pasé a sumergirme en un hondo sueño. No sé qué tiempo transcurrió cuando sentí una suave caricia en mis brazos. Procedí a abrir los ojos lentamente como si hubiese estado esperando aquel instante y al segundo me encuentro la cosa más hermosa del mundo. No sabía si soñaba, y si lo hacía no quería despertar. Aquella figura transmitía lujuria pero a la vez era indescriptible, delicada, perfecta, virgen…
La rareza de la situación se unía a aquel espíritu femenino fabuloso, pensé por esto que era un sueño o había muerto, algo tan hermoso sólo era existente en un mundo divino y no en el que vivía yo.
Era una mujer, no había duda de ello, me dejaba perplejo y a la vez mi cuerpo deseaba acercarse aún más a ella y cuando al fin pude suavemente aproximarme a su rostro me di cuenta del ser tan insólito que veía. Sus orejas extrañamente puntiagudas, piel terciopelo, figura delicada incomparable a ninguna fémina, su esencia inspiraba una paz que cualquier mortal desearía.
Sólo bastaba que me ofreciera un cambio de mundo para yo responder positivamente, un mundo donde las hadas existen, donde no hay pasiones negativas y donde la calma siempre persiste. Eso es lo que la ninfa me hacía sentir, me transmitía el lugar soñado y sumamente deseable. Pero como siempre, yo debía ser racional y mis pensamientos acercarse a la realidad: “No, jamás, sería imposible, simplemente se arruinaría su mundo encantado”.
Seguía mirándola fijamente, me era imposible apartar mis ojos de los de ella, estaba sumergido en ellos cada vez con más profundidad hasta que de un sólo soplo perdí el conocimiento.
Hasta allí recuerda Sebastián su historia, nunca volvió a ser el mismo desde aquel día, pareciera que su alma se la hubiesen arrancado y sólo persistiera su cuerpo desgastado, delgado, vacío, sin esencia viva. Lo único que ha hecho desde aquel día es repetir su historia, la historia que lo llevó a la locura.
Mi padre y yo íbamos siempre a la hacienda de mi abuelo, aquella era grande y hermosa. A pocos kilómetros se encontraba una laguna y un bello manantial. Me encantaba ir para pensar, escribir y adorar el cielo. Sólo era el agua, el canto de las aves que adornaban el paisaje y yo.
Me recosté para deleitar el panorama y poco a poco pasé a sumergirme en un hondo sueño. No sé qué tiempo transcurrió cuando sentí una suave caricia en mis brazos. Procedí a abrir los ojos lentamente como si hubiese estado esperando aquel instante y al segundo me encuentro la cosa más hermosa del mundo. No sabía si soñaba, y si lo hacía no quería despertar. Aquella figura transmitía lujuria pero a la vez era indescriptible, delicada, perfecta, virgen…
La rareza de la situación se unía a aquel espíritu femenino fabuloso, pensé por esto que era un sueño o había muerto, algo tan hermoso sólo era existente en un mundo divino y no en el que vivía yo.
Era una mujer, no había duda de ello, me dejaba perplejo y a la vez mi cuerpo deseaba acercarse aún más a ella y cuando al fin pude suavemente aproximarme a su rostro me di cuenta del ser tan insólito que veía. Sus orejas extrañamente puntiagudas, piel terciopelo, figura delicada incomparable a ninguna fémina, su esencia inspiraba una paz que cualquier mortal desearía.
Sólo bastaba que me ofreciera un cambio de mundo para yo responder positivamente, un mundo donde las hadas existen, donde no hay pasiones negativas y donde la calma siempre persiste. Eso es lo que la ninfa me hacía sentir, me transmitía el lugar soñado y sumamente deseable. Pero como siempre, yo debía ser racional y mis pensamientos acercarse a la realidad: “No, jamás, sería imposible, simplemente se arruinaría su mundo encantado”.
Seguía mirándola fijamente, me era imposible apartar mis ojos de los de ella, estaba sumergido en ellos cada vez con más profundidad hasta que de un sólo soplo perdí el conocimiento.
Hasta allí recuerda Sebastián su historia, nunca volvió a ser el mismo desde aquel día, pareciera que su alma se la hubiesen arrancado y sólo persistiera su cuerpo desgastado, delgado, vacío, sin esencia viva. Lo único que ha hecho desde aquel día es repetir su historia, la historia que lo llevó a la locura.
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