sábado, 3 de mayo de 2014

Laberinto

Por Raymar Lara

La oscuridad había quedado atrás. El despertar fue duro y su cuello estaba rodeado por un eslabón de acero y al moverse escucho el sonido de las cadenas que lo sujetaban a la pared. Siempre olvidaba que estaba prisionero. 
Luego de recordar su situación, desde el inicio del día, el gigante de rostro taurino planeaba como liberarse de las ataduras que habían sido maldecidas especialmente para evitar su liberación. Al final llegaba a la conclusión de que sólo podría lograrlo con la ayuda de la mujer que atendía sus necesidades en el laberinto.
La silenciosa chica que en otros tiempos habría sido ofrendada para satisfacer su hambre era su único contacto con el mundo exterior y quien diariamente le servía desechos con desprecio y con altivez. Sin embargo, en vez de sentir odio por ella, cada vez que la miraba imaginaba como se sentiría poseerla, someterla a su voluntad.
La mujer nunca lo miraba, estaba perfectamente entrenada para evitar ser su víctima, así que sólo abría la puerta del centro de laberinto cuando era absolutamente necesario. Su misión era alimentar a la bestia y mantenerla con vida, las razones por las que lo hacía permanecían ocultas para él. Era de su conocimiento que desde hace algún tiempo ya no había necesidad de seres como él, los humanos se sacrificaban mutuamente usando rituales de otros tipos.
Para someterla sólo tenía que lograr que se acercara. Y era tan simple. La única forma de lograrlo era fingiendo que no podía hacerle daño, simulando que estaba muerto. Se quedó tirado en el piso del laberinto, no tocó su comida ni tampoco trató de arrancar las cadenas que sujetaban su cuello. Permaneció así por días y el alimento que traía la mujer seguía apilándose en la puerta.
Comenzó a debilitarse, sabía que tenía que decidirse pronto: se daría por vencido o moría intentándolo. Cuando escuchó la puerta abrirse decidió probar una vez más. No hubo más sonidos y fue difícil resistirse a la tentación de verificar si la chica seguía aún en el laberinto. Su pregunta fue respondida rápidamente. Sintió el calor de la mujer cerca de su cuerpo; escuchándola sollozar supo que lo había logrado, pero en vez de tomarla y obligarla a liberarlo, sintió deseos de consolarla.
Al abrir los ojos vio a la mujer ahora sobre su cuerpo con ambas manos cubriendo su cara. Quería consolarla, acabar con su dolor y sabía perfectamente cómo hacerlo. Extendió su enorme mano sobre su rostro y sintió el sobresalto en el cuerpo de la mujer, luego ella permaneció inmóvil;  su mano  sobre su cuello aumentaba cada vez más la presión.
El llanto de la chica había cesado, sus ojos teñidos de líneas escarlatas eran fríos y no demostraban súplica ni dolor. Sabía que todo acabaría pronto y habría fallado: el minotauro quedaría libre.
Recluido por tanto tiempo en su laberinto,  empezaría ahora a caminar libre sabiendo que sólo él poseía el control sobre sí mismo.

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