Por Yanira Padrón
Me siento frente al mar, su aroma, su color, su encanto me hacen desear ser una sirena. Esas creaturas que se desplazan con su cola de pez en las profundidades del océano. Mitad mujeres, mitad peces. Mi mamá que amaba la mitología griega, al recibirme en sus brazos: rubia, pálida, frágil y enrollada en una cobijita, exclamó “¡Parece una sirenita, tenemos que llamarla Syrene del Mar!”, lo dijo entusiasmada.
Así quedé registrada en mi partida de nacimiento, y la verdad que me encanta mi nombre, es diferente y por eso siempre me ha seducido el mar y las leyendas de las sirenas. De cómo con su canto atraían a los navegantes, quedando éstos perdidos por sus encantos. La sirenita fue mi cuento preferido, su amor por el apuesto príncipe y su sacrificio para salvarle la vida me hacía soñar que era yo la protagonista.
Mis vacaciones siempre las pasamos en la casa de los abuelos en la playa; cómo me gustaba caminar por ésta al atardecer y escudriñar el horizonte para ver los barcos y las lanchas de los pescadores que regresaban a la orilla con su tren de peces y soñar con el canto de las sirenas…
Un domingo para ir a las islas, cuando llegamos al embarcadero, me encontré un peñero con la figura de una sirena de largos cabellos dorados tapándole sus senos y su larga cola de pez color plata y en letras doradas el nombre, Mi Sirena. Corrí para ver si salía a donde queríamos ir, me subí emocionada de navegar en mi barco; todos mis amigos estaban felices por mí.
¡Qué hermosos recuerdos de esos años de ilusión, de anhelos de conquistar el universo, de enfrentar todo y a todos, de ansías de vida, de arriesgarme y de ser feliz!
Todavía no entiendo cómo sucedió, me encontraba tan trastornada por ese chamo, amigo de mi hermano Ulises. Creo que fue por el enamoramiento de su estampa, de sus ojos verdes profundos y de ese caballo tan negro. El príncipe de mis sueños infantiles, el de la sirenita. ¡Oh qué estúpida, frívola y tonta fui! Tremenda moto que tenía, azul marina, con rayos en plata y que potencia, para dejar loca a cualquier estúpida como yo.
Me hizo una invitación a ir a pasear por la avenida costanera del puerto. Me coloqué el casco protector y la velocidad me impactó; pero yo arriesgada le decía: “Más rápido”, aturdida y frenética por sentir la aceleración y la fuerte brisa golpeándome el rostro. De repente unas luces nos encandilaron, venían de frente, sólo puedo recordar que me aferré más fuerte a su espalda y pensé: “¡Dios mío nos estrellamos!”.
Me desperté en la clínica con un respirador en mi garganta, conectada a un monitor de frecuencia cardíaca, entraban los médicos y las enfermeras, me tomaban los signos, me señalaban “todo va bien, te estás recuperando”. Las caras de mi mamá y mi papá con sus sonrisas -pero sin poder disimular su angustia-, me decían algo… Tenía mucha sed y veía visiones; me sentía sumergida en el océano, en sus profundidades cual doncella de las olas, como sirena moviendo la cola de pez de arriba abajo. De pronto todo estuvo claro, no podía sentir mis piernas.
Ahora todo cambió, sentada frente al mar de mis sueños, en la silla de ruedas, tengo la certeza de que mi nombre fue premonitorio de lo que me ocurrió. Estoy en paz, mis ganas de conquistar fronteras siguen como velas de navío desplegadas, en mi vida hay esperanzas, me veo parada frente al malecón…
Me siento frente al mar, su aroma, su color, su encanto me hacen desear ser una sirena. Esas creaturas que se desplazan con su cola de pez en las profundidades del océano. Mitad mujeres, mitad peces. Mi mamá que amaba la mitología griega, al recibirme en sus brazos: rubia, pálida, frágil y enrollada en una cobijita, exclamó “¡Parece una sirenita, tenemos que llamarla Syrene del Mar!”, lo dijo entusiasmada.
Así quedé registrada en mi partida de nacimiento, y la verdad que me encanta mi nombre, es diferente y por eso siempre me ha seducido el mar y las leyendas de las sirenas. De cómo con su canto atraían a los navegantes, quedando éstos perdidos por sus encantos. La sirenita fue mi cuento preferido, su amor por el apuesto príncipe y su sacrificio para salvarle la vida me hacía soñar que era yo la protagonista.
Mis vacaciones siempre las pasamos en la casa de los abuelos en la playa; cómo me gustaba caminar por ésta al atardecer y escudriñar el horizonte para ver los barcos y las lanchas de los pescadores que regresaban a la orilla con su tren de peces y soñar con el canto de las sirenas…
Un domingo para ir a las islas, cuando llegamos al embarcadero, me encontré un peñero con la figura de una sirena de largos cabellos dorados tapándole sus senos y su larga cola de pez color plata y en letras doradas el nombre, Mi Sirena. Corrí para ver si salía a donde queríamos ir, me subí emocionada de navegar en mi barco; todos mis amigos estaban felices por mí.
¡Qué hermosos recuerdos de esos años de ilusión, de anhelos de conquistar el universo, de enfrentar todo y a todos, de ansías de vida, de arriesgarme y de ser feliz!
Todavía no entiendo cómo sucedió, me encontraba tan trastornada por ese chamo, amigo de mi hermano Ulises. Creo que fue por el enamoramiento de su estampa, de sus ojos verdes profundos y de ese caballo tan negro. El príncipe de mis sueños infantiles, el de la sirenita. ¡Oh qué estúpida, frívola y tonta fui! Tremenda moto que tenía, azul marina, con rayos en plata y que potencia, para dejar loca a cualquier estúpida como yo.
Me hizo una invitación a ir a pasear por la avenida costanera del puerto. Me coloqué el casco protector y la velocidad me impactó; pero yo arriesgada le decía: “Más rápido”, aturdida y frenética por sentir la aceleración y la fuerte brisa golpeándome el rostro. De repente unas luces nos encandilaron, venían de frente, sólo puedo recordar que me aferré más fuerte a su espalda y pensé: “¡Dios mío nos estrellamos!”.
Me desperté en la clínica con un respirador en mi garganta, conectada a un monitor de frecuencia cardíaca, entraban los médicos y las enfermeras, me tomaban los signos, me señalaban “todo va bien, te estás recuperando”. Las caras de mi mamá y mi papá con sus sonrisas -pero sin poder disimular su angustia-, me decían algo… Tenía mucha sed y veía visiones; me sentía sumergida en el océano, en sus profundidades cual doncella de las olas, como sirena moviendo la cola de pez de arriba abajo. De pronto todo estuvo claro, no podía sentir mis piernas.
Ahora todo cambió, sentada frente al mar de mis sueños, en la silla de ruedas, tengo la certeza de que mi nombre fue premonitorio de lo que me ocurrió. Estoy en paz, mis ganas de conquistar fronteras siguen como velas de navío desplegadas, en mi vida hay esperanzas, me veo parada frente al malecón…
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