viernes, 2 de mayo de 2014

Treinta y seis

Por Carlos Suarez

Se ha dicho que los caminos del Señor no solo son misteriosos, sino que también sutiles. Es por esto que hallar un fragmento de la gracia divina en algo como las decisiones de mercadeo de un ejecutivo que solo busca aumentar las ventas de un viejo libro, resulta sorprendente hasta para el más devoto de los creyentes.

Y aun así ocurre que ahora no podemos contemplar menos que la misericordia delser supremo en la actitud de un editor que, al cambiar un título, un simple título de un libro, nos ha salvado de uno de los múltiples ardides de El Enemigo.

Lamed Wafuniks en el antiguo hebreo o Kutbs en árabe. Treinta y seis hombres nobles cuyo fin es “justificar el mundo ante Dios”. Mientras existan, el creador mantendrá su promesa del Génesis de no inundar al mundo una vez más.
Una condición los define: si alguno llega a saber que forma parte de este grupo de elegidos ha de morir inmediatamente y otro tomará su lugar. ¿Por qué? Pues simplemente porque un hombre noble que se sabe a si mismo noble deja de inmediato de serlo. El orgullo y la vanidad se apoderaran de él, se creerá mejor que sus hermanos y perderá su humildad.
La única manera en que preserven su bondad está en que permanezcan en la ignorancia con respecto a condición. Vivir vidas de pobreza y abstención dedicando cada segundo en una perpetúa devoción al creador, sin jamás conocer de su propia importancia; ese es su destino. 

Por esto, El Adversario tramó un ardid para acabar con estos nobles seres y traer el fin de toda nuestra raza: hacer conocer a todos los hombres sobre la existencia de este pacto y así, aprovechándose de nuestra vanidad, tentarnos con que consideremos si somos lo suficientemente parte de esta cofradía.
Entonces, aquellos que formen parte de los Kutbs tendrían aún más razones para dudar y esto traería su fin. Los actuales morirían inmediatamente y  los nuevos elegidos también perecerán tan pronto como se hagan la pregunta, pues no quedaría persona en el planeta que no conozca sobre -y que no se pregunte si forme parte de- los elegidos del Señor.
Pero aquí es cuando un editor y su título “más adaptado a las preferencias extranjeras” alteran sus planes y con esto salvan toda la humanidad.
Verán, imaginario significa que sólo forma parte de la invención humana, sólo un producto de sus mentes; mientras fantástico puede interpretarse como extraordinario o maravilloso, pero no necesariamente irreal y no necesariamente ligado a la existencia del hombre. Al usar la primera en vez de la última para referirse a los Kutbs, ya se le está diciendo al lector que tales seres no podrían existir jamás. 
Por esto, cuando cambian el nombre de su libro, aquel libro que habría de vender miles de millones de copias, aquel libro que haría que ningún hombre desconociera la verdad sobre el pacto divino, aquel libro que traería el fin del mundo y la destrucción de la raza humana, del sencillo Manual de zoología fantástica al rimbombante Book of Imaginary Beings, su plan cae en ruinas.
Cualquier duda que pudiese surgir en un Kutb sobre su propia naturaleza será descartada por el mismo como un delirio de su imaginación, pues ¿no es el mismo libro quien le dice que todo esto está en su mente?
Todo ha fallado. Sólo uno o dos de ellos han muerto a causa la verdad oculta en el libro, pero no más; sólo esos pocos en su tierra natal que tuvieron el infortunio de ver el título en su estado original.
Por una palabra, sólo una palabra, los hombres se han salvado. Podría pedir que cambiasen el nombre, pero El Maligno conoce bien el mundo editorial, y preferiría enfrentarse a la furia de mil Serafines antes de tratar de convencer a un editor de que no altere el título de su obra, por más que le insista justificadamente que tal cambio altera el significado de su trabajo de manera radical. Así que abandona por ahora este plan, y vuelve a escribir sus cuentos y ensayos; para seguir creando infinitos laberintos de senderos que se bifurcan, esperando el día en que pueda hacer extraviarse en ellos a los hombres y así alejarles de la senda correcta una vez más.

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