sábado, 3 de mayo de 2014

Mis vecinos fantásticos

Por Patricia Ruiz

Esto  ocurrió cuando estaba pequeño; voy a contar todo tal como lo percibí en ese momento, con la inocencia de un niño de 10 años;trataré de evitar los prejuicios de adulto que ahora padezco.

Vivía en un edificio en las afueras de la ciudad, cuando llegaba del colegio tocaba todos los intercomunicadores del edificio; me deleitaba escuchando las voces de todos los vecinos molestos al descubrir la travesura.

Subía corriendo a casa en el piso 3 y luego de almorzar hacía las tareas para salir a pasear en mi bici por la cuadra. Un día al pasar por el piso 2 escuché una voz grave que me llamaba desde el apartamento 2A.

- ¡Muchacho!

Bajé un par de escalones de una sola zancada para ver quién me llamaba. La puerta estaba entreabierta; respondí desde el pasillo; la voz me pidió que me acercara y le hiciera un favor:
– Necesito que me traigas algunas frutas y pescado fresco del mercado, te daré buena propina.

Esa última frase atrajo mi atención.

- Tengo que almorzar, ¿me espera un rato?- dije con evidente ansiedad.
- Está bien, te espero.
Corrí hasta mi casa; mi abuela ya tenía el almuerzo listo; comí rapidísimo y bajé. Me paré en el pasillo, ya casi iba a tocar la puerta del 2A cuando escuché la misma voz:
- Toma, trae 5 kilos de pescado y todas las frutas que puedas.

Me dio cuatro billetes, eso era mucho dinero, seguro me podría quedar con el vuelto. Llegué con los 5 kilos de pescado del camión que lo vendía fresco en la otra cuadra y muchas frutas del abasto que estaba al voltear la esquina. Toqué la puerta con los pies, tenía las manos y brazos ocupadísimos con bolsas. La puerta se abrió; estaba el señor de la voz grave parado detrás de una barra alta que le daba a la cintura; sólo podía ver su torso, tenía puesta una camisa muy ancha.

Recostada en un sofá estaba una hermosísima señora con una bata rosada y las piernas arropadas con una cobija de retazos.

- Gracias, eres un buen muchacho, por favor quédate con el cambio y vete, te volveré a llamar si te necesito, ¿te parece?

Asentí con la cabeza y con una sonrisa salí corriendo de ese apartamento que tenía un aspecto extraño pues casi no tenía enseres ydespedía un ligero olor a zoológico. Los días siguientes pasaba despacio por el primer piso para atender al llamado del vecino inmediatamente, pero fue  cuatro días después que volvieron a requerir mi ayuda para el mismo pedido: pescado y frutas.
Fui corriendo a comprar, esta vez tenía como motivación adicional a la propina la curiosidad de conversar con los vecinos. Al llegar estaban ambos en la misma posición de la vez anterior, sus poses parecían estudiadas.

Quise acercarme al señor para darle la mano, pero él me pidió que no lo hiciera. Mientras retrocedía de forma torpe tropezó con algo, esto me asustó, lo que hizo que la señora se volteara bruscamente dejando caer la cobija que cubría sus piernas. No pude disimular mi asombro al ver que la cobija ocultaba una gran cola de pez: era una sirena.

La cola se movía lentamente de arriba abajo mientras la hermosa señora comenzaba a llorar, sin decir ni una palabra pero con mucho miedo en su rostro. No podía dejar de verla, enseguida sentí en mi hombro una gruesa mano que me forzó a voltear, era el señor, pero casi me desmayo cuando veo que sus piernas, ¿o patas?, eran de un animal: un centauro. Quise correr pero el señor no me soltó, cubrí mi rostro con mis manos y comencé a llorar de miedo. Me dejaron llorar.

- Cálmate, sé que estás asustado, cuando te sientas más calmado me avisas, quiero contarte sobre nosotros – dijo el centauro amablemente, cargó a la Siena y la llevó al baño a una tina.

Pasaron todo el resto de la tarde contándome como llegaron allí y lo pronto que se iban; la misma persona que los dejó allí los iba a buscar ese fin de semana, había fallado la logística, por eso tuvieron que recurrir a mí para que los auxiliara. Me permitieron visitarlos todos los días que estuvieron ahí, pude verla a ella comer pescados enteros; él a pesar de ser carnívoro se había habituado a comer sólo frutas, por seguridad. ¡Hasta me dejaron tomarles una foto!

Habían sido capturados en su hábitat, eran utilizados en inimaginables y excéntricos circos por los que pagaban mucho dinero. Sólo estaban de paso mientras reparaban los lujosos tráileres donde solían viajar. Se fueron ese fin de semana, de madrugada, nadie los sintió, tal como llegaron.

La foto la revelé con la propina que me habían dejado, aún la conservo como uno de mis más valiosos tesoros.

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