viernes, 2 de mayo de 2014

Tras los rastros de medusa

Por Luis Souchon Sánchez

Londres 1890

En  los alrededores  de Londres, en un pequeño, húmedo y frío  poblado nace y  vive Emily, hija única de Jessica y James.  Su  vida estuvo llena de calamidades. Siendo apenas una bebe sufrió de una condición genética en los ojos, heredada de la rama materna, que  la dejó  ciega.  Su  vida no fue fácil,  además de su ceguera no pudo tener una infancia feliz ni una educación adecuada para su condición  y finalmente  sobrevino   el divorcio de sus padres a la edad  de 17 años.  A partir de ese momento se fue a vivir a Londres con su padre.

James,  era un hombre sumamente ocupado, trabaja como profesor  de historia del arte además de ser coleccionista de estatuas y otras obras; siempre tuvo la ilusión de abrir un pequeño museo con las piezas que había ido recopilando a través de los años  motivo por el cual   pasaba poco tiempo con su hija.

De su madre,  Jessica, nunca se supo mucho. Se ocupó  de su hija  y la enseñó a valerse por sí misma.     Su pasión era la lectura  y desde pequeña le leyó a  Emily prácticamente toda la literatura que tenían en casa, lo cual de alguna manera la hizo una niña sumamente fantasiosa;  esto   unido a la oscuridad en la que vivía la hacía prácticamente vivir en otro mundo, de emociones   sumamente intensas. 

Luego de pasar por varias instituciones educativas finalmente  Emily  logró adaptarse a un nuevo colegio. Comenzó a  conocer nuevos amigos, aunque nunca le  fue sencillo debido a que siempre se burlaban de ella y terminaban haciéndole  bromas de muy mal gusto. 
Finalmente   conoció a  Michelle,  hoy en día, su única y  mejor amiga.  Eran más que amigas, cómplices, se contaban todo.  Comenzaron los primeros amores y con ello también las desilusiones de Emily. Sufrió mucho y su tristeza la fue convirtiendo en un ser obsesivo, complicado.

Emily se enamoró locamente de Mark, un compañero de college.  Creyó realmente en la sinceridad de sus palabras y sus promesas.  Al poco tiempo se dio cuenta de su traición. Nada menos que con su mejor amiga, Michelle. Se  querían y se veían a sus espaldas.  Nuevamente sintió el dolor profundo  del desamor,  sólo era capaz de pensar en la venganza. 

Una historia  de su niñez, de las que le leía su madre, le venía constantemente a su memoria.  Llegó a pensar verdaderamente  que si lograba tener  a Mark una vez más frente a ella, y el miraba directamente hacia sus ojos secos e invidentes, lo  convertiría en piedra como lo hizo  Medusa, la heroína  de su infancia.

Era tan fácil pensar que el dolor acabaría  petrificando a Mark, desapareciendo la causa de sufrimiento. Lo citó y lo conminó al mirarla  por última vez,  realmente pensó que lo había logrado.   Tocó su cara, sintió el frio y la dureza de sus facciones. Qué alivio y que angustia a la vez.  Por fin   lo había  hecho, ya nadie podría burlarse de ella ni hacerla sufrir más. Pero si esto era así. ¿Por qué se sentía tan inmensamente sola? ¿Simplemente había perdido nuevamente lo más importante, la amistad y el amor?

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