sábado, 5 de noviembre de 2011

21/12/2012



Por Kodiak Agüero

Hoy no hay periódico. Las imprentas dejaron de trabajar apenas tres días después de la desaparición de los niños. Supongo que tampoco habría muchas personas interesadas en los titulares del día. Se organizaron equipos de búsqueda entre la policía y las comunidades, pero después de los primeros arrebatamientos la gente corrió a refugiarse en sus casas. Ni siquiera extrañaron a sus mascotas, que fueron los primeros en desaparecer. Nadie se explica cómo tanta gente especializada pudo confundir el orden de los números. Mientras  el mundo se preparaba para recibir la llegada del 21 de diciembre, fue el 12 cuando todo empezó. Ya no importa, ¿cierto?

La electricidad duró varios días, aún cuando muchas personas no vivieron para disfrutarla. Luego hubo servicio intermitente hasta que al final ya no regresó más. Eso ha hecho que sólo a través del olor pueda sentir cuando se acerca hasta la puerta del apartamento. Cada noche es lo mismo. Me he obligado a llorar en silencio desde el otro lado para que no sienta mi presencia, pero de alguna manera siento que sabe que lo estoy esperando aquí.

Esta mañana me terminé el último frasco de alcaparras. Hubiera preferido aceitunas, pero las iba a traer la más joven de las Ramírez, que nunca llegó. Quizás se desintegró en el aire como sus dos hermanas, pero me resisto a creerlo. La beata del segundo piso terminó infectada igual que los demás. A lo  mejor huyó a las montañas. En todo caso, no me trajo las aceitunas.

Desde el comienzo del mes comencé con los preparativos de la reunión. Este año tenía el añadido Maya, así que me gasté una buena parte de las utilidades decorando el apartamento y comprando con anticipación los ingredientes de las hallacas. Con la inflación y la especulación típica de la época supuse que estaba haciendo un buen negocio… El negocio de sobrevivir, pienso ahora.  Al final terminé comiéndome todos los  encurtidos y las conservas. Los alimentos perecederos se perdieron con la falta de electricidad.

Siempre hice algo por lo del espíritu de la  navidad, aunque fuese sólo para verlo escribir sus peticiones al lado de su esposa. Ella nunca nos cayó bien. Ni a su hermana, mi mejor amiga, ni a mí. Por eso me alegré tanto cuando supe de su separación. Al poco tiempo comenzamos a salir. Esta noche iba a ser especial. A su hermana se le escapó que hasta me compró un anillo.

Hace rato pude lavarme con el poco de agua que quedaba y me puse el vestido que tanto le gusta. No sé si vaya a notarlo, parece que después de la transformación es poco lo que recuerdan. Sólo hay hambre. Yo ya no puedo con la soledad. Cuando caiga la noche y perciba el olor que anticipa su visita, va a ser distinto. Esta vez voy a abrirle la puerta. Se lo debo. Nunca faltó a ninguna de nuestras citas.