miércoles, 3 de abril de 2013

El camino


Por Jacz Nil Admirari

-       Recorre el camino - me dijiste.
-       Pero me da miedo recorrerlo - contesté.
-       ¿A que le temes? - dijiste mientras me mirabas curioso y con cierta ternura paternal.
-       Tengo miedo a equivocarme. A errar en mi elección - respondí mientras pensaba si era exactamente eso a lo que le temía.
-       Escoge cualquier camino. Si tienes suerte, errarás. Si no tienes tanta suerte, escogerás el correcto.
Y mientras decía estas palabras terminó de apartar la vista y ahora observaba el paisaje, no sé si preparaba su siguiente respuesta, o si la buscaba en el horizonte.
Reflexioné lo más rápido que pude, no deseaba que la conversación perdiera ritmo, o que esa energía que sentía fluir entre el vaivén de las palabras, en la armonía de la interrupción del silencio, se disipara. Deseaba entender, y en eso me di cuenta que lo que decía no tenía sentido.
-       Creo que lo dijiste al revés -le dije-, querrás decir que si tengo suerte escogeré el correcto, y si no tengo tanta suerte, escogeré el incorrecto.
Giró la cabeza de vuelta y me miró fijamente, aún con ternura paternal. Saltó su mirada entre mis ojos y luego giró la cabeza por segunda vez diciendo:
-       Lo dije correctamente.
La duda me asaltó.
-       Debes escoger cualquier camino y recorrerlo - me dijo-. Si así hiciereis, al recorrerlo irás aprendiendo, observando, sintiendo, y si tienes suerte, errando, y si así ocurriese, a su tiempo te darás cuenta que no era el camino que deseabas recorrer, y entonces sabrás que era el otro el que realmente anhelabas, con certeza, sin lugar a dudas, y te habrás dado la oportunidad de haber realizado algo nuevo, y un camino se habrá abierto para ti, aunque no sea el momento de ir por ahí. Si escogieses el correcto, ese será el único camino que recorras, y tus opciones se habrán limitado, sólo un camino conocerás; errando tendrás la oportunidad de recorrer varios.
Reflexioné en sus palabras. Al terminar de hablar no hizo mayor gesto, no respiró profundo, no miró al horizonte, ni levantó el pecho, ni su mano se posó en mi hombro. Sólo volteó la cabeza y comenzó a alejarse; a los pocos segundos sentí que no pensaba volver, así que le espeté:
-       ¿No piensas despedirte?
-       ¿Y para que me voy a despedir de alguien a quién me voy a topar a cada rato? – contestó.
-       ¿Y cuando comienzo a recorrer el camino? - pregunté, ya en voz alta.
Se detuvo un momento, volteó hacia mí, aún en la distancia, y me sonrió:
-       Ya lo estás haciendo - me dijo.