Por José González
Me llamo Sungajik, soy inuit y vivo en la tundra canadiense. Deseo compartir con ustedes un suceso extraordinario que me ocurrió hace dos años cuando fui a cazar una foca. Estaba acompañado de mis fieles perros de caza. Sus nombres: Nuiaq, Nukappi, Aju y mi gran amigo Akiak.
Como todos los días acostumbro, me levanté y preparé todo lo necesario para mi expedición. Los perros estaban afuera de la casa, inquietos, bulliciosos a la espera de mi salida. Ellos son fuertes, rápidos y voraces a la hora de avistar a su presa. Con el tiempo hemos creado una férrea amistad, cómplices de muchas aventuras, siempre dispuestos a ofrecer lo mejor de sí.
Fue un día inusual, una primavera clara, silenciosa; en la noche había caído una ventisca de nieve que ocultó todo al rededor. Debía trasladarme en trineo hasta un lugar muy distante, a donde hace unas semanas antes había divisado una colonia de focas. Esto hacía muy riesgoso el viaje debido a lo agreste del paisaje, un suelo inestable, lo que dificultaba la cacería. Necesitaba alimento y pieles para uninvierno que se asomaba rudo e implacable.
Iniciamos nuestro camino tratando de evitar los innumerables obstáculos que encontrábamos en el recorrido -suelo ser muy precavido-. Ya sobre el mar congelado, me dispuse a perforar el hielo para abrir un agujero, cuando de repente, el suelo de agrietó y caí al agua.
Los perros comenzaron a ladrar con desesperación, corriendo de un lado a otro pidiendo ayuda; inusitadamente Akiak me cogió del cuello del abrigo y empezó a jalarme con firmeza. Sus compañeros hicieron lo mismo, al punto de que pude alcanzar la orilla, salvándome milagrosamente.
Sentado en la orilla vi sólo tres perros, faltaba Akiak. Había caído dentro del orificio y estaba inmóvil. Con lágrimas en mis ojos lo saqué; lo puse sobre mis piernas y cerré mis ojos. Un profundo dolor me invadió ante la certeza de su muerte, recé para que su alma se fuera al mundo no terrenal. Un viento helado me cubría dejando escarcha en mi rostro. Los perros sentados miraban aquella triste escena, atónitos.
De pronto, sentí el latido de su corazón, empezó a moverse, abrió los ojos. Entendí que había regresado. No me quiso dejar el amigo inseparable. Lo abracé, lo mantuve pegado a mi pecho por unos minutos, di las gracias porque de nuevo estaba conmigo. Resurgió para continuar a mi lado. Akiak es un ejemplo de la capacidad para levantarse y continuar adelante ante situaciones que nos ponen a prueba.
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