Por Daian Camargo
Corría el siglo XXVII en la ciudad de Salem, el rojo intenso del cielo despedía la tarde. Sarah sentía el crujir de sus ropas mientras la multitud histérica escupía maldiciones, de repente un intenso olor a huevo podrido hizo que los presentes ahogaran sus gritos en una intensa tos, algunos de ellos vomitaron, a otros les ardía la piel como si un ácido los hubiera bañado.
Mientras en el balcón de la casa de los siete techos el Gran Maestro recordaba:
- Maestro, su vida ha sido larga, pero pronto ha de terminar, ¿por qué no usar el hechizo de la inmortalidad?
- Querida Sarah nadie nunca lo ha probado y muchos han muerto en el intento, prefiero no saber cuándo moriré.
- Comparta el conjuro conmigo, usted sabe que mis poderes son superiores a los de muchos, soy su pupila, la hechicera más temida de Salem.
- No es posible, la cofradía jamás lo permitiría, no se sabe si funciona, dicen que es una leyenda urbana.
Sarah salió de la habitación susurrando “mori me lacessere nomen meum, nemo negat virtutem plurimum Salem saga”**.
Pasada la medianoche, Sarah repetía un conjuro con la mirada perdida como si su cuerpo estuviera vacío y sin alma, mientras mezclaba leche de búho, con raíces de ruda, dientes de gato y la legua de un sapo, así fue como llego a la casa de los siete techos, se deslizo cual serpiente entre los libros polvorientos hasta llegar al Libro de la Oscuridad. Hojeando rápidamente encontró lo que buscaba, arrancó la hoja de un solo jalón y despareció.
“Deberás ir al Bosque de las Mandrágoras, que no te engañe tanta belleza; cava un hueco alrededor de la raíz, mientras no intentes sacarla del suelo no corres peligro, pero debes saber que al arrancarla escucharas un chillido ensordecedor que será mortal. Alimenta la raíz con sangre humana durante dos lunas llenas antes del ocaso, todos los días come un trozo de mandrágora y obtendrás la inmortalidad”, leyó en la hoja arrancada.
“Pero cómo saco y alimento la raíz de la mandrágora si voy morir, ¡esto no tiene sentido!”, comentó Sarah pateando sin querer a Satanás, un engendro de perro que hacía las veces de su mascota.
Finalmente encontró la respuesta y se encaminó al Bosque de las Mandrágoras. Separó la tierra de la raíz con mucho cuidado, ató el extremo de una cuerda a la raíz y el otro extremo al cuello de Satanás, caminó hasta que estuvo lo suficientemente lejos, tapó sus oídos con lodo y llamó al perro, quien inocentemente corrió hacia ella.
La raíz de mandrágora lucía como un humano muy pequeño, se movía como si estuviera bailando y emitía sonidos que Sarah no lograba identificar, el primer día cortó su dedo y lo dejo sangrar lo suficiente como para llenar una tasa, al terminar la semana, su cuerpo parecía el de un guerrero después de una barbará batalla, por lo que decidió obtener la sangre de otro modo.
Para cuando llegó la segunda luna llena, Sarah ya había matado a una veintena. Cada vez se sentía más poderosa, la raíz de la mandrágora había perdido las extremidades, mientras veinte muertes misteriosas aterraban a los ciudadanos de Salem.
El Gran maestro extraño aquel particular conjuro mientras buscaba un hechizo y corrió al consejo de la Inquisición:
- Sarah Lee es una hechicera, un bruja, estuve cerca de su casa y me pareció ver algo que parecía un cráneo, deberían investigar.
Esa misma tarde Sarah fue apresada y condenada a la hoguera, sin embargo, a ella nada le preocupaba.
El intenso calor que rodeaba su cuerpo la sofocaba y el hedor se hacía insoportable; comenzó a sentir un dolor desgarrador como si estuvieran sacándole el alma del cuerpo y dejo de respirar. El cuerpo de Sarah hervía en la hoguera, la escena era como la entrada del infierno, mientras el Gran Maestro desde su balcón esperaba la venganza, pero Sarah nunca regresó. La cofradía supo que el conjuro no funcionaba porque la raíz de mandrágora perdía sus cualidades al salir de la tierra, el conjuro ardió igual que Sarah en la hoguera.
** morirás en mi nombre por desafiarme, nadie niega el poder a la hechicera más poderosa de Salem.
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