jueves, 1 de mayo de 2014

Último invierno

Por Gabriela Callejón

Nosotras, tres hermanas condenadas a morir de peste,  fuimos salvadas por una sombra en la noche que, a precio de sangre, se volvió nuestra madre y mentora, nuestra arrojada protectora y guía certera. Una luz de vela entre tanta oscuridad. 

Era una época de ignorancia, pobreza, dolor y hambre. Aunque hacía ya muchos años que vivimos en similares circunstancias, no podíamos creer que aquéllas, al igual que nosotras, no hubiesen cambiado. Parecía que los humanos se habían vuelto lentos, perezosos para combatir aquellas tinieblas.

Para ellos los vampiros constituían las leyendas más folklóricas, y la explicación a casi todas las dolencias que no podían entender. Sin embargo la verdadera existencia de los vampiros seguía velada por el misterio, oculta en la incertidumbre y etérea en la febril vivencia de los pueblos.  

Sin embargo una leyenda de otro tipo estaba por aparecer.  En un principio no sabíamos qué era,  se rumoraba hasta un punto tal que se volvieron noticia los casos de demonios nocturnos que, en el silencio de la noche, bebían la sangre de mujeres en estado, y les hacían engendrar demonios.

Finalmente conocimos la razón de tantas calamidades: eran niños. Niños tan hermosos como se había visto antes, congelados en el tiempo, como si fueran grandiosas pinturas, o vívidos recuerdos.   Pequeños perfectos, bebedores de sangre con instinto asesino.

No tardaron en arribar los mismísimos Ancestros. Iban de pueblo en pueblo a pleno día, con sus capas negras investidos por el poder de los “caza monstruos” buscando a los responsables de atroces acontecimientos que no eran desconocidos, y no dejaban de ordenarnos que guardásemos el secreto. ¡¿Qué acaso no lo estamos haciendo bien?!

Nos volvimos nómadas, pero no puede huirse de la zozobra cuando es un estigma de tu especie. Los Ancestros no paraban de patrullar todo poblado a su alcance, los humanos estaban ansiosos, temerosos e intentaban dar muerte a todo aquél que despuntara por cualquier razón dentro de la población.  Más de una vez tuvimos que trasladarnos por separado y acordar puntos de encuentro, lejanos y solitarios. 

Recuerdo que tras las separaciones, Nicola regresaba de última, días después de lo acordado. Siempre estaba sumamente abrumada y lo único que le traía paz eran los momentos que pasaba sin nosotras…Creo que por el afecto que le profesamos y nuestra extrema confianza en ella, Kynga, Ivanna y yo nunca pusimos en tela de juicio su peculiar comportamiento, ni comprendimos nunca sus motivos…  No hay carga tan grande como la de una conciencia atormentada por la omisión, por la irreversibilidad de los hechos y por un corazón herido.

***




La última vez que nos reunimos fue en otoño. El suelo de hojas no dejaba de hacer ruido y un frío susurrante envolvía nuestros cuerpos. La luna era opaca o acaso más oscura que en otras estaciones,  y un cielo nuboso borraba las sombras pero no las siluetas en la espesura del bosque. 

Las horas pasaban en procesión mientras nuestros suspiros se esfumaban sobre el frío como si fueran humo blanco. Aún en aquella noche serena, el temor no nos dejaba. El viento nos traía un efluvio anónimo, un olor a muerte, otro a sangre y a frío.
Esperamos largamente y, aún en penumbra, escuchamos el sonido del brazalete de Nicola... el cascabeleo de tres monedas de oro deslizándose libres por una cadena finamente trenzada. Solía decir "una moneda por cada una de ustedes", con una sonrisa. Entre tantas sensaciones, no sentimos más emoción que euforia, y no reparamos en el bulto en sus brazos ni su perturbador aroma.
   
***

Dijo encontrarlo a los pies de un árbol. Debió morir de frío de no ser por Nicola... Vasili, el pequeño querubín de ojos rojos se convirtió en su obsesión, y mantenerlo oculto nuestra prioridad. Ciertamente era adorable, con rasgos tan perfectos, que la idea de ángel quedaba increíblemente corta. Sin embargo nos causaba muchas angustias, pues era tan terrible como hermoso.

Su sed de sangre era insaciable e imprevisible. Era imposible detenerle. El olor a sangre humana  perturbaba su ánimo tan hondamente que nos vimos envueltas más de una vez en terribles asesinatos.  ¡Cuán impotentes nos sentimos! ¡Cuán avergonzadas! ¡Cuán indefensas y amenazadas! Mas Nicola seguía escindida de la realidad y felizmente ignoraba el peligro que hacía eco tras nuestros pasos…

Pronto descubriríamos que es imposible escapar de una ley que se cumple a fuerza propia, que tiene ojos por doquier y es increíblemente controladora. Es como una cadena cerrada: cuando se rompe, sólo halas… y obtendrás la punta rota.   

Así fue como un día de invierno llegando a un pequeño poblado cerca de las orillas de un río que luchaba por no congelarse, nos atraparon.

En el centro de un corro de ondeantes capas negras, Nicola se aferraba a un silencioso Vasili, como lo hace un náufrago a su única tabla de salvación. Nosotras, a su lado estábamos paralizadas de pies a cabeza.

El círculo se cerró rápidamente a nuestro alrededor… y de repente manos férreas se cierran sobre nuestros cuello. Grité pidiendo clemencia, al igual que mis hermanas. Escuchamos los siseos y el llanto de un niño… El vampiro líder nos hizo callar y, con voz de ultratumba, se dirigió a mí, pidiendo le explicara nuestra relación con Nicola y Vasili, al que llamaron “niño inmortal”.

Respondí rápidamente, sin alzar la mirada, no por respeto, sino por el más terrible miedo que haya sentido en mi vida. Un miedo que recorría cada hueso de mi cuerpo y lo helaba hasta hacerme sentir que se resquebrajaban en pequeñas esquirlas de hielo, aunque no muy lejos comenzaba a arder la hoguera…

Sabiéndome pérdida, busqué la mirada de los seres que amaba. Sentí consuelo cuando me topé con los ojos borgoña de Kynga e Ivanna, pero al buscar los ojos de mi madre…  me encontré con su cara desencajada y más pálida que nunca, sus ojos vidriosos a punto de llanto y sus desgarradores gritos de pánico y dolor me helaron una vez más los huesos, mientras los cinco vampiros de capas negras la desmembraban con sorprendente violencia.   

Las llamas, que le daban un tétrico fondo a la escena, parecieron abalanzarse sobre ellos –o ¿acaso fue al revés?- y comenzaron a crepitar al consumir los cuerpos con brillantes tonos violáceos y magentas. Los verdugos pasaron entre las llamas como espectros, inmateriales, y volvieron a nosotras ilesos. 

-Tanya, Kynga, Ivanna. Serán perdonadas esta vez pues no son responsables de ningún crimen, que no sea la ignorancia de los acontecimientos recientes, pero no olviden que esa misma ignorancia no las librará del castigo por incumplir nuestras leyes- dijo el líder de los Ancestros.

La realidad se me venía encima con aquellas palabras. Mi captor me liberó, y yo inclinándome hacia adelante tomé su negra túnica entre mis manos, la besé y agradecí tres veces, cuando escuché las últimas palabras del vampiro líder. 

-Si llega a haber una próxima vez, no tendrán tanta suerte.

Y antes de que pudiera reaccionar, la tela se deslizó entre mis dedos y escapó de mis manos para alejarse en un abrir y cerrar de ojos, extinguiendo las llamas, dejándonos un recuerdo que marcaría el resto de nuestras vidas y más que una amenaza, una promesa para la eternidad.

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