Por Paola Salcedo
Dormía tranquilamente sobre una hoja de árbol en un bosque de Italia. Respiraba pausadamente como si no quisiera despertar. El brillo de su tez iluminaba su rostro. Su púrpura cabellera la adornaba una pequeña flor blanca. Su nariz era tan fina que parecía pinchar. Y sus pestañas no eran tan pobladas pero sí suficientemente arqueadas. Todo esto en un cuerpo de veinte centímetros cubierto de un corto traje blanco con lunares de color verde.
A la luz del día se pueden ver estos detalles, pero cuando la noche cubre la tierra el hada es percibida sólo como una luz que deambula por las calles en busca de un próximo seguidor para llevarlo hasta su aposento. He aquí cuando consigue a Domenico Bartoli, un borrachín que, pese a su aspecto desaliñado, viste de traje elegante, zapatos Gucci y huele a Armani ligado con Amaretto.
Doménico se tambalea por las aceras de Roma, mientras el hada, con un cuerpo robado de 1,70 centímetros, lo sigue hasta un callejón donde el borrachín cae dormido por los efectos del alcohol. Mientras él babea el cemento seco, ella trata de abrir sus ojos con el polvo con el que envuelve a cada una de las personas que invita a su paraíso. Él se levanta y la sigue. Parecía sonámbulo.
Bartoli despierta amarrado en el tronco de un árbol. Trata de desatarse de las gruesas enredaderas, pero es en vano. De pronto miró a su alrededor y se encontró rodeado de muchas pequeñas luces.
-¿Qué esto? ¿Dónde estoy?- expresó Doménico.
-En el Paraíso de las hadas- le susurró en el oído derecho una de las pequeñas luces-. Te desataremos- le dijo otra por el oído izquierdo.
Una vez desatado, Domenico Bartoli se vio en un ambiente de enormes árboles, flores multicolores por doquier y un riachuelo sin ruido de color azul oscuro.
“Respiro tanta paz”, pensó Bartoli.
Luego sintió desde lejos una gruesa voz que lo llamaba, él no le prestaba mayor atención; la voz seguía insistentemente como si quisiera sacarlo de donde se encontraba.
Y así fue, Domenico comenzó a escuchar la voz cada vez más cerca, así que pronto reabrió sus ojos; esta vez, se encontraba en el callejón donde se había quedado dormido.
-¿Se encuentra bien?- le preguntó un policía.
-No sé, ¿dónde estoy ahora? - le respondió Doménico confundido.
-Señor ¿de verdad usted está bien?- insistió el policía.
Ante la insistencia del policía Domenico se levantó, se observó y se percató que sólo vestía de calzoncillo y medias de color gris.
-Creo que lo han robado- le dijo el policía.
Dormía tranquilamente sobre una hoja de árbol en un bosque de Italia. Respiraba pausadamente como si no quisiera despertar. El brillo de su tez iluminaba su rostro. Su púrpura cabellera la adornaba una pequeña flor blanca. Su nariz era tan fina que parecía pinchar. Y sus pestañas no eran tan pobladas pero sí suficientemente arqueadas. Todo esto en un cuerpo de veinte centímetros cubierto de un corto traje blanco con lunares de color verde.
A la luz del día se pueden ver estos detalles, pero cuando la noche cubre la tierra el hada es percibida sólo como una luz que deambula por las calles en busca de un próximo seguidor para llevarlo hasta su aposento. He aquí cuando consigue a Domenico Bartoli, un borrachín que, pese a su aspecto desaliñado, viste de traje elegante, zapatos Gucci y huele a Armani ligado con Amaretto.
Doménico se tambalea por las aceras de Roma, mientras el hada, con un cuerpo robado de 1,70 centímetros, lo sigue hasta un callejón donde el borrachín cae dormido por los efectos del alcohol. Mientras él babea el cemento seco, ella trata de abrir sus ojos con el polvo con el que envuelve a cada una de las personas que invita a su paraíso. Él se levanta y la sigue. Parecía sonámbulo.
Bartoli despierta amarrado en el tronco de un árbol. Trata de desatarse de las gruesas enredaderas, pero es en vano. De pronto miró a su alrededor y se encontró rodeado de muchas pequeñas luces.
-¿Qué esto? ¿Dónde estoy?- expresó Doménico.
-En el Paraíso de las hadas- le susurró en el oído derecho una de las pequeñas luces-. Te desataremos- le dijo otra por el oído izquierdo.
Una vez desatado, Domenico Bartoli se vio en un ambiente de enormes árboles, flores multicolores por doquier y un riachuelo sin ruido de color azul oscuro.
“Respiro tanta paz”, pensó Bartoli.
Luego sintió desde lejos una gruesa voz que lo llamaba, él no le prestaba mayor atención; la voz seguía insistentemente como si quisiera sacarlo de donde se encontraba.
Y así fue, Domenico comenzó a escuchar la voz cada vez más cerca, así que pronto reabrió sus ojos; esta vez, se encontraba en el callejón donde se había quedado dormido.
-¿Se encuentra bien?- le preguntó un policía.
-No sé, ¿dónde estoy ahora? - le respondió Doménico confundido.
-Señor ¿de verdad usted está bien?- insistió el policía.
Ante la insistencia del policía Domenico se levantó, se observó y se percató que sólo vestía de calzoncillo y medias de color gris.
-Creo que lo han robado- le dijo el policía.
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