sábado, 3 de mayo de 2014

Para vivir en paz

por Kali Volcán


El primer día en esa oficina y ya sentía el rostro endurecido, como solía sucederle siempre que estaba incómoda. Ana María sabía que no sería fácil disimular su poca paciencia. “Todas, en todas partes, son iguales”, pensaba. “Si tan solo hablaran lo estrictamente necesario”, “si me dieran más trabajo que a más nadie”, “si pudiera evitar la hora de almuerzo”, imploraba sin esperanza dentro de sí y sólo para sí.

Recorría los distintos módulos y departamentos que le iba presentando su jefe. Sin darse cuenta, miraba de tanto en tanto y rápidamente hacia el techo, mientras suspiraba corto y hondo, como quien busca alguna aprobación divina a su autocontrol.

El reto en su carrera o los cambios cualquiera que ellos fueran no constituían para sí ningún problema. El basto mundo entre la contabilidad, la administración y las finanzas por el contrario, le brindaban confort y seguridad. Era natural para Ana María su entendimiento con los números, que al pasar de los años ganaba mas confianza en ella. La fastidiaba en cambio la subjetividad y para ella el disimulo no tenía ninguna razón ni asidero, sino el de llevar la fiesta en paz.  Así era para ella la paciencia que colindaba mas bien con estoicismo, cuando tenía que interactuar con sus congéneres.

Sabía con certeza que surgirían problemas.  La experiencia le había enseñado con toda claridad que llevar una vida sosegada y serena era suficiente motivo para el conflicto. “Conflicto para las mujeres, es la falta de conflicto”, era una de sus particulares teorías, según ella comprobada. Un canon muy importante era el de no hablar de más, pero tampoco menos.  Era necesario encajar el decir y el actuar dentro de ciertas precauciones y sobre todo, debía haber consonancia.

Por ejemplo, admitir que ella se sentía mas sabia y mejor físicamente ahora que a sus veinte años, que tenía una vida familiar armónica, que su marido la adoraba, que sus hijos, dos varones por fortuna, eran fáciles y serenos, que no tenían problemas económicos, que tenía una casa hermosa y ya saldada e incluso, que el perro jamás le había destrozado un zapato, eran suficientes razones para que enfilaran sobre ella todos los misiles femenino y se encendiera una segura guerra al cabo de poco tiempo.

Tenía que buscar, como en las cuentas, un saldo rojo y como entre cazadores, un buen disfraz para el despiste. Levantar un rumor sobre algún punto enrarecido en su vida. Estaba convencida que eso sería suficiente para iniciar además de un trato cordial y de respeto, una buena distracción entre sus compañeras. Inició un plan ligero. Sabía que el encuentro a la hora del almuerzo de manera constante, sería inevitable. No le gustaba planear sobre la idea de una enfermedad y tampoco que fijaran la atención en su entorno familiar. Todas las baterías debían entonces apuntar hacia ella. Era necesario arrojar desde un principio el drama en ese nido de “urracas”, que solo engullendo chismes se serenaban.

Se inventaría un amante, era muy fácil. Tan solo un guiño disimulado en el momento apropiado, un comentario tremendista y jocoso de ella, la “nueva” de la oficina. Debía desaparecer de vez en cuando o imbuirse en el teléfono y sembrar la idea con falsos pretextos, de falsos textos, de un falso “extra” de sexo. Calmaría a la bandada que estaría feliz con el bocado. Las tranquilizaría a costa de ella, de su propia reputación. Sería su anzuelo, pero también su salvación.

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