viernes, 2 de mayo de 2014

La vida eterna es un poco retorcida

Por Andrés Merchán

—     ¡Hijito ven a dormir ya es tarde! – exclamaba la mamá de Javi cansada.
—     Mami pero no tengo sueño no es justo, déjame jugar un rato más -respondió Javi enseguida.
—     Sí no te duermes la lamia vendrá por ti
Apenas su mama dijo esa frase Javi siguió jugando soltando una carcajada extenuante.
*
Maldigo a Hera, no hay noche que no sueñe con ella, esa perra celosa mató a mis hijos hace 9400 años cuando vivía en Grecia y me acostaba con su esposo.  Resulta que un día el pendejo de Zeus se lo contó y no pasaron dos minutos y ya había salido del Olimpo a buscarme, llegó a mi casa cuando yo como vaina rara de esa época estaba rumbeando por Santorini.

Apolo y Miguelito –de 11 y 13 años respectivamente- estaban viendo televisión en la casa, cuando de pronto Hera forjó la puerta y los mató con una espada que le había comprado a mi abuelo Poseidón.

Seguido de eso me condenó a no poder cerrar más los ojos para obsesionarme con la muerte de mis hijos; no dormí como por 200 años.

He vivido mucho, seguro se preguntarán cómo lo hice; lo que sucedió fue que años después de lo de mis hijos estaba comprando pan de cebada y vino puro en el mercado socialista de Atenas y me encontré al poco hombre de Zeus, se sentía tan mal por lo de Apolo y Miguel que me concedió el don de inmortalidad y juventud eterna; agrego que resolvió el problema de mis noches largas con la capacidad de quitarme los ojos de la cara para poder descansar. 

Los últimos 1500 años me he vuelto algo celosa, odio a los niños, me dan rabia, su inocencia parecida a la de mis dos hijos me entristece; ya no puedo tener un niño cerca, si se encuentra en un perímetro próximo a mi persona puedo llegar a devorármelo  sin compasión alguna.

Hera me transformó en un monstro, soy una antisocial. Hasta esta fecha -19 de mayo del 2014-, he consumido 245 infantes entre 9 y 13 años, y no porque sea mala, sino que pienso, sí a mí me mataron a mis carajitos, por qué los demás deberían de vivir happy.

Para la fecha he vivido en 34 países -Argentina, Inglaterra, Nueva Zelanda, entre otros- de los cuales sólo en 33 de ellos me buscan. En el único que estoy limpia es en el actual, Venezuela, y no porque no me he comido unos cuantos niños, sino que en este país las cosas se manejan de forma irregular, las muertes son tan comunes y los policías tan corruptos que casi ningún caso se investiga.

Hoy es 21 de mayo del 2014, el día está caliente, la pepa de sol está heavy y no me deja pensar. Para este día  prometí que estaba pautado mi último descuartizamiento infantil; un niño de 11 años que se la pasa por La Florida, es igualito a Apolo, con los mismos ojos azul cielo, y el mismo pelo despeinado con detalles amarillos al sol.

Mi plan es sencillo, cuando él suba por la calle Pedroza a las 8:05 am a comprar empanadas –como todas las mañanas-, lo interceptaré por la calle Los Mangos y en un abrir y cerrar de boca lo único que quedará serán sus converse blancos que suele lucir todos los días. Ahí estaba, subiendo a su peculiar paso de tortuga, y para desgracia de mi teoría traía unos vans rojos en sus pies.

Me encontraba en la esquina de Los Mangos, a unos 3 metros de la acera mal diseñada de 70 cm de ancho por donde el niñito de catire pasaría en 1 minuto; la ansiedad característica de los instantes antes devorarme a un niño aumentó considerablemente, ya lo sentía en mi boca, triturándose bajo mis dientes mitológicos y siendo consumido de forma veloz.

Apenas paso por al frente le grite “¡Niño!”, cuando su cabeza giró noventa grados a la dirección en la que me encontraba, no le dio tiempo ni de parpadear cuando mi lado salvaje y feroz ya lo había desaparecido de la esquina entre la calle Pedroza y la calle Los Mangos, créanme cuando les digo que ese ha sido uno de los niños más ricos que he comido.

Hace 3 semanas que me metieron preso, esta vez intenté comerme a un hijo de un gobernador –no cumplí mi promesa-, y las cosas no resultaron como lo esperaba, cuando abrí mi boca y mi estómago ya estaba preparado para disfrutar el banquete, un policía coño e’ su madre me disparó en mi pierna antigua, me atraparon.
Fui condenado a lo que llaman una cadena perpetua en la cárcel para mujeres de Santa Ana, pero no estoy muy preocupada, de igual forma estoy segura que saldré dentro de unos 200 años y acabaré con todos los hijos de estas guardias penitenciarias.
*
—Buenos días hijo, ¿cómo amaneciste? –dijo la mamá de Javi en la cocina.
—Bien mamá, hablé paja con la lamia un rato en la madrugada –respondió Javi con un tono sarcástico.

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