Por Diana Vegas
Aquel patio trasero de la casa de las venerables hermanas Virgen Librada y Santa Iluminada era un lugar especial en el que corrientemente ocurrían cosas curiosas que los vecinos ya ni se interesaban en tratar de comprender, menos de comentar; era como una tierra de fantasía donde ocurría lo inimaginable, en pleno verano se producía una nevada monumental, los frutales en flor afinaban sus cantos como ángeles para anunciar el alumbramiento de nuevos frutos.
Pero el corral, ¡ay Dios!, eso era de otro nivel, allí cohabitaban una cantidad de seres particulares que tenían rasgos que hacían recordar a los clásicos animales de corral pero con colores y formas exóticas inéditas; la mayoría eran producto de las artes prodigiosas de Santa Iluminada, quien se entretenía cruzando especies, combinando tonalidades, texturas y partes del cuerpo, todo para ver rabiar a su madre, que espantada contemplaba desde el balcón los juegos blasfemos de su pequeña.
Una mañana de diciembre, cuando apenas clareaba y se perfilaban las montañas tras el manto de la noche en retirada, se produjo en el corral un escándalo inusitado, nacía al fin una camada de pollitos luego de un prolongado período en que eso no ocurría; hay que decir que no era porque gallos y gallinas no estuvieran por la labor, lo estaban, como no, pero la luna yacía como pasmada y no emanaba las celebres vibras de la fecundidad.
Los cascarones van agrietándose ayudados por los incisivos piquitos de los pollos, toda la comarca contempla extasiada la escena como si la vieran por primerísima vez, en primera fila todas las gallinas contando lo suyo.
- Hortensia, ten la bondad de no tocar ese huevito con lunares de ahí que es mío -dijo Adelaida con su impertinencia característica.
El gallo mayor marchó pasando revista a la prole:
- Puras hembras, de 23 toditas salieron mujeres -dijo con el seño fruncido y la cresta alborotada-, esto si que es una desgracia y yo que estaba tramitando mi jubilación con el Seguro Social, ahora tendré que seguirme calando este calamar.
- Que va mi don, usted se equivoca –dijo el chivo con voz firme-, aquí tenemos un gallito.
El gallo mayor lo toma en sus manos y se da cuenta que en efecto es un gallito singular con un plumaje de oro, tres patas y lo mas distintivo, una pluma color azul en el costado derecho.
- Pues si que tengo un digno sucesor, y ¿cómo lo llamaremos?, debería ser algo que tenga que ver con esta pluma -dijo el gallo mirando a la audiencia en busca de propuestas.
- Yo voto por “Azul”, se apresuró Bernarda en lanzar su idea.
- Por Dios mija, ¿qué clase de nombre es ese? -brincó Adelaida.
- A mí me gustaría algo así como “Azulejo” -entonó el canario desde la ventana.
- Gua ahora sí que nos arreglamos por aquí, los pajarracos estos queriéndose infiltrar para igualarse a nuestros gallos -dijo Doña Pancha indignada-, el azulejo es un pajarraco de segunda al lado de este portento.
- Ya sé, llamémoslo “Celeste”, propuso alguien por ahí.
En coro se oyó “Ese es nombre de “jeva”, cuidado pues”.
- ¿Y Celestino? -preguntó Panchita medio dudosa.
Abrió el ojo el búho que estaba por allá agazapado:
-Uy esa es una palabrota que no tiene nada de azul y sí de alcahueta de la peor calaña.
- Ya sé -dijo el gallo mayor-, lo llamaremos Gallo Celestial, cantará tres veces al día, la primera para saludar al sol, la segunda para indicarnos que es la hora de la papa y la tercera para anunciar que se acabó la jornada y que empieza la pachanga.
Aquel patio trasero de la casa de las venerables hermanas Virgen Librada y Santa Iluminada era un lugar especial en el que corrientemente ocurrían cosas curiosas que los vecinos ya ni se interesaban en tratar de comprender, menos de comentar; era como una tierra de fantasía donde ocurría lo inimaginable, en pleno verano se producía una nevada monumental, los frutales en flor afinaban sus cantos como ángeles para anunciar el alumbramiento de nuevos frutos.
Pero el corral, ¡ay Dios!, eso era de otro nivel, allí cohabitaban una cantidad de seres particulares que tenían rasgos que hacían recordar a los clásicos animales de corral pero con colores y formas exóticas inéditas; la mayoría eran producto de las artes prodigiosas de Santa Iluminada, quien se entretenía cruzando especies, combinando tonalidades, texturas y partes del cuerpo, todo para ver rabiar a su madre, que espantada contemplaba desde el balcón los juegos blasfemos de su pequeña.
Una mañana de diciembre, cuando apenas clareaba y se perfilaban las montañas tras el manto de la noche en retirada, se produjo en el corral un escándalo inusitado, nacía al fin una camada de pollitos luego de un prolongado período en que eso no ocurría; hay que decir que no era porque gallos y gallinas no estuvieran por la labor, lo estaban, como no, pero la luna yacía como pasmada y no emanaba las celebres vibras de la fecundidad.
Los cascarones van agrietándose ayudados por los incisivos piquitos de los pollos, toda la comarca contempla extasiada la escena como si la vieran por primerísima vez, en primera fila todas las gallinas contando lo suyo.
- Hortensia, ten la bondad de no tocar ese huevito con lunares de ahí que es mío -dijo Adelaida con su impertinencia característica.
El gallo mayor marchó pasando revista a la prole:
- Puras hembras, de 23 toditas salieron mujeres -dijo con el seño fruncido y la cresta alborotada-, esto si que es una desgracia y yo que estaba tramitando mi jubilación con el Seguro Social, ahora tendré que seguirme calando este calamar.
- Que va mi don, usted se equivoca –dijo el chivo con voz firme-, aquí tenemos un gallito.
El gallo mayor lo toma en sus manos y se da cuenta que en efecto es un gallito singular con un plumaje de oro, tres patas y lo mas distintivo, una pluma color azul en el costado derecho.
- Pues si que tengo un digno sucesor, y ¿cómo lo llamaremos?, debería ser algo que tenga que ver con esta pluma -dijo el gallo mirando a la audiencia en busca de propuestas.
- Yo voto por “Azul”, se apresuró Bernarda en lanzar su idea.
- Por Dios mija, ¿qué clase de nombre es ese? -brincó Adelaida.
- A mí me gustaría algo así como “Azulejo” -entonó el canario desde la ventana.
- Gua ahora sí que nos arreglamos por aquí, los pajarracos estos queriéndose infiltrar para igualarse a nuestros gallos -dijo Doña Pancha indignada-, el azulejo es un pajarraco de segunda al lado de este portento.
- Ya sé, llamémoslo “Celeste”, propuso alguien por ahí.
En coro se oyó “Ese es nombre de “jeva”, cuidado pues”.
- ¿Y Celestino? -preguntó Panchita medio dudosa.
Abrió el ojo el búho que estaba por allá agazapado:
-Uy esa es una palabrota que no tiene nada de azul y sí de alcahueta de la peor calaña.
- Ya sé -dijo el gallo mayor-, lo llamaremos Gallo Celestial, cantará tres veces al día, la primera para saludar al sol, la segunda para indicarnos que es la hora de la papa y la tercera para anunciar que se acabó la jornada y que empieza la pachanga.
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