Por José Francisco Castillo Machalskys
–Doctor, tiene que ayudarme- imploró el extraño sujeto-. No estoy funcionando como es debido, pero…
–…usted nunca falla y no se explica por qué ahora no se erecta- completó el viejo urólogo, aburrido ya de escuchar la misma introducción en al menos el 95% de sus pacientes.
Pero, a decir verdad, éste le inquietaba. No tanto por la diminuta estatura y cara de diablillo, por la toalla que rodeaba su cabeza a manera de turbante y por los anchísimos pantalones de loneta que cubrían –más bien escondían- sus piernas, sino por la angustia atávica, orgánica y definitivamente auténtica que lo eximía de simular calma o pretendida madurez.
–Si supiera quién soy, no sólo le extrañaría mi visita; huiría aterrado, en busca de lugar seguro- advirtió con un dejo de amargura.
–Para amenazas estoy yo, el médico- intentó bromear el urólogo, con total fracaso, dada su naturaleza cascarrabias-, así que baje su pantalón hasta el muslo y echémosle un vistazo al causante de sus penas.
Sorprendióle al especialista el uniforme y espeso pelo que cubría las partes nobles del paciente. Y el pene… ¡Dios! No había palabras para describir aquella monstruosa masa tubular, de grotesco prepucio como capullo de oruga.
Grotesco y todo, hizo el galeno lo suyo como buen profesional que era. Escrutó, palpó, auscultó, interrogó, y presto dictó su diagnóstico.
–Me dice que acostumbra beber vino a borbotones junto a su amigo pan-pan, a tocar flauta, corretear mujeres en los poblados- supuso el médico que así llamaba el sujeto a algún sector de la ciudad- y tener sexo días enteros con sus noches… amigo, usted sufre de estrés hiperfuncional. Necesita descansar.
–…¿¡Descansar, dice usted!?- bramó el hombrecillo, como endemoniado-. Le escuchara mi señor Pan, amo del vino y la francachela, y le mataría con un rayo por sus sacrílegas palabras. ¡Descansar! Si me nutren el dulzor de la uva fermentada y el casto terror de las doncellas acorraladas, que suspiran por tomar entre sus manos este miembro ahora desvanecido…
–…y que volverá a funcionar si, además del descanso, se toma esto- atajóle el urólogo en su dramático discurso colocando un puñado de traslúcidas grageas azules en su mano.
En medio de su arrebato, el extraño engendro tragó todas las pastillas de un empellón.
“Le doy dos minutos para que le dé un infarto”, pensó el doctor, aterrado. En efecto, el cuerpecillo del sujeto comenzó a sacudirse entre espasmos y sudores espesos. Mas, lejos del pronosticado colapso cardiaco, su retráctil miembro comenzó a elevarse hasta llegar a la altura de su frente.
–¡Júpiter, vuelvo a ser un verdadero sátiro, bello y majestuoso hijo de Seleno el follador!- gritó, arrancándose la toalla y los pantalones para exhibir con orgullo su cornamenta y sus patas de carnero-, dijéronme de buena fuente que usted era un mago en eso de levantar ánimos caídos, ¡y vaya que era cierto! Ahora os dejo, avejentado hijo de Hipócrates, pues chavalas y maduronas aguardan por mis favores… ¡que los dioses os bendigan!
Y con un estruendoso golpe, echó abajo la puerta del consultorio.
“Las tretas que inventa la gente para obtener viagra gratis y sin prescripción”, reflexionó el viejo urólogo, sacando los lentes de su amarillenta bata para dejarlos caer sobre el puente de su nariz.
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