Por Juan Rondón
Me doy cuenta que todo es mi culpa. Siempre las autoridades te alertan que nunca compres animales salvajes, que por más domesticados que se piense que están siempre va a salir su instinto natural. Pensé, como todo el mundo en esta situación, que este caso sería diferente. Actualmente ya me tiene harto, se ha bebido hasta los cartuchos de color. Ha estado lamiendo todos mis libros y mis escritos, dejando todo impregnado de su saliva.
Nunca fui fan de los perros, y menos de los gatos. Inclinándome al ideal del planeta de los simios consideré ¿por qué no comprarme un mono? Son más divertidos y más interesantes que un gato arrogante o un perro lambiscón; aparte el fin de la humanidad aún está muy lejos.
Esto fue hace unos meses en mi viaje al norte de China buscando la inspiración que como escritor siento haber perdido. Después de un gran papeleo que requirió más papel moneda que permisos legales de migración animal, pude traer mi nueva mascota a mi casa.
Aún era bebe, su pelaje apenas se estaba volviendo negro, porque al principio es blanco ya que nace en invierno y esto lo ayuda a camuflarse con la nieve de la montaña o algunas veces con la niebla, o hasta con las nubes cuando ésta en lo alto de los árboles.
En ningún momento lloraba o se quejaba, y se mantenía chupando los mapas de mi viajehasta dejarlos en blanco, no había reflexionado bien sobre que era lo que comía. Sus manos eran casi como las de un bebe, a diferencia de que ya eran igual de arrugadas que las de un anciano, es como si los monos a diferencia de nosotros vinieran con una experiencia mayor relativa a su especie, y por eso desarrollan su madurez más rápido que los humanos. Me preguntaba qué había pasado con sus papás, si se lo arrebataron de las manos o murieron por una que otra ley darwiniana.
Encontré mi inspiración en esas tierras asiáticas lejanas. Una noche, ya en mi hogar, después de dormir a mi mascota china, escribí como nunca, lo mejor que se me había ocurrido, lo mas hermoso, lo mas grotesco, lo mas poético, lo mas reflexivo, todo en una sola luna. Hasta logré pintar un cuadro, cosa que nunca había hecho. Decidí dejar reposar mis creaciones, tal vez se me ocurriría algo más genial al día siguiente.
Cuando desperté vi mi lienzo en blanco, mis hojas borradas, destilando saliva, y al lado el monito ya un poco más que adolescente, “panzoneado” boca arriba con toda la boca y la yema de los dedos manchados de colores, tinta negra y un poco de grafito. Ya tenía mi inspiración, ahora mi razón para no poder mantenerla era otra.
Me llené de rabia, quería deshacerme de él, pero ¿cómo?, no es un perro que lo puedes dejar al lado de una autopista ni un gato para ponerlo en una caja y lanzarlo a un callejón, o mucho menos un lagarto o un pez para ponerlo en la poceta y bajar la palanca, no, era un mono, el animal mas parecido a un humano, y sólo hay una forma de deshacerse completamente de un humano.
¿Cómo envenenas algo que no se alimenta de comida si no de tinta? Intente todo, desde escribir groserías, errores ortográficos, mala redacción, pero no sucedió nada, siempre se daba festín con cualquier nuevo escrito que yo proponía. Se me había olvidado, es un mono, que va a saber él de lenguaje, así que opté por otro plan.
En la taza que usualmente contenía tinta, coloqué tippex, luego de ingerirlo el mono comenzó a borrarse por dentro, iba desapareciendo mientras lo veía. El bajaba su mirada al estómago, y ponía expresiones de humano en su cara: sorpresa, miedo, angustia, lastima, arrepentimiento. Pero ya era muy tarde, desde su ombligo se extendía la desaparición, me miraba como preguntándome ¿Por qué lo hiciste? Pero era imposible que un mono lo entendiera, al final son animales, y los animales pertenecen a la jungla, y, más aún, los animales imaginarios pertenecen a la imaginación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario