Por Gabby Barrios
Cuenta la historia que aquella mujer de larga cabellera un día se cruzó con aquel toro blanco. No se sabe cómo ni porqué, el amor nació entre ellos. Ella sentía necesidad de estar con él, de acariciar su pelaje y esos sólidos cuernos. Él, por su parte, al principio asustadizo por la belleza de aquella mujer, trataba de no acercarse tanto, pero conforme pasaban los días terminó por rendirse a lo que le hacía sentir: ganas de protegerla, ansias de ser acariciado y no temido.
-¿Cómo llegaste hasta aquí? -le preguntó un día aquel toro blanco a la doncella.
-Escapando de prisión.
-¿Qué es una prisión?
-Un lugar oscuro, lleno de personas opacas y donde casi no puedes respirar. No eres libre y todos quieren decirte qué hacer. ¿Y tú? ¿Siempre has vivido aquí, en este bosque?
-Sí, es el único lugar que conozco. A veces he tratado de salir de aquí, por la soledad, pero hay unos seres muy parecidos a ti que se espantan al verme o quieren hacerme daño y en ambos casos me asusto y no me atrevo a salir.
-Pues ya no estarás solo nunca más. Me quedaré junto a ti.
Así pasó mucho tiempo y parecía que no necesitaban nada más en el mundo. Sin embargo, como nada es eterno y el mal siempre acecha, la hechicera encontró a la doncella de largos cabellos después de haber visitado todos los lugares posibles.
La doncella, aterrada, se escondió detrás del toro blanco y éste furioso quiso protegerla, por lo que en el momento en que la hechicera lanzó su conjuro quien lo recibió fue el noble animal. De esta manera, pudo llevarse a la doncella de vuelta a casa, donde la esperaba su padre. Por su parte, el hermoso toro blanco ya no tenía esa cualidad y ahora era un ser extraño: tenía la cabeza de un toro pero el cuerpo musculoso de un hombre.
Se había vuelto muy salvaje, huraño y se le había despertado ese instinto animal del que antes carecía.
Luego de un tiempo, la hechicera nuevamente apareció en el bosque por órdenes del padre de la doncella y, una vez más, profirió un conjuro pero esta vez para llevarse al extraño animal.
Al despertar, lo hizo en un laberinto azul, del que nunca pudo salir. Era su nuevo hogar y no tuvo interés alguno en abandonarlo, ya que a su lado descansaba su hermosa doncella, ahora alada y con una magnífica voz. Ambos eran prisioneros.
Cuenta la historia que aquella mujer de larga cabellera un día se cruzó con aquel toro blanco. No se sabe cómo ni porqué, el amor nació entre ellos. Ella sentía necesidad de estar con él, de acariciar su pelaje y esos sólidos cuernos. Él, por su parte, al principio asustadizo por la belleza de aquella mujer, trataba de no acercarse tanto, pero conforme pasaban los días terminó por rendirse a lo que le hacía sentir: ganas de protegerla, ansias de ser acariciado y no temido.
-¿Cómo llegaste hasta aquí? -le preguntó un día aquel toro blanco a la doncella.
-Escapando de prisión.
-¿Qué es una prisión?
-Un lugar oscuro, lleno de personas opacas y donde casi no puedes respirar. No eres libre y todos quieren decirte qué hacer. ¿Y tú? ¿Siempre has vivido aquí, en este bosque?
-Sí, es el único lugar que conozco. A veces he tratado de salir de aquí, por la soledad, pero hay unos seres muy parecidos a ti que se espantan al verme o quieren hacerme daño y en ambos casos me asusto y no me atrevo a salir.
-Pues ya no estarás solo nunca más. Me quedaré junto a ti.
Así pasó mucho tiempo y parecía que no necesitaban nada más en el mundo. Sin embargo, como nada es eterno y el mal siempre acecha, la hechicera encontró a la doncella de largos cabellos después de haber visitado todos los lugares posibles.
La doncella, aterrada, se escondió detrás del toro blanco y éste furioso quiso protegerla, por lo que en el momento en que la hechicera lanzó su conjuro quien lo recibió fue el noble animal. De esta manera, pudo llevarse a la doncella de vuelta a casa, donde la esperaba su padre. Por su parte, el hermoso toro blanco ya no tenía esa cualidad y ahora era un ser extraño: tenía la cabeza de un toro pero el cuerpo musculoso de un hombre.
Se había vuelto muy salvaje, huraño y se le había despertado ese instinto animal del que antes carecía.
Luego de un tiempo, la hechicera nuevamente apareció en el bosque por órdenes del padre de la doncella y, una vez más, profirió un conjuro pero esta vez para llevarse al extraño animal.
Al despertar, lo hizo en un laberinto azul, del que nunca pudo salir. Era su nuevo hogar y no tuvo interés alguno en abandonarlo, ya que a su lado descansaba su hermosa doncella, ahora alada y con una magnífica voz. Ambos eran prisioneros.
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