viernes, 2 de mayo de 2014

Sirena

Por Alejandra Rotondaro

Su cuerpo era como el agua y al agua le pertenecía. Sus pechos de Afrodita habían sido el cauce de perdición de muchos hombres y su voz el motivo de la locura, pero Calipso buscaba algo más.

Para ella no era tanto el humano sino las ansias de poseerlo y gobernarlo. No era la fealdad, era la belleza. Sus motivos eran el sol refulgente que pintaba sus lizos cabellos de oro y por oro lo tomaban los marinos, quienes se aventuraban a ir tras de ella con la esperanza de encontrar un tesoro y a cambio sólo encontraban la muerte.

¿Y qué es la muerte sino un tesoro? Se preguntaba entonces ella con tristeza. ¿De qué sirve ser inmortal si la vida no tiene sentido? ¿De qué sirve vivir, si no hay muerte? ¿Para qué comenzar algo que no tiene fin? ¿Qué es la eternidad y por qué no se acaba? ¿Por qué año tras año mi piel se vuelve más dura y menos sensible? ¿Por qué siento menos y ansío más sangre? ¿Qué es soñar?

Y miraba entonces a las estrellas. Y cada una de esas pequeñas bolas brillantes eran almas que ella había poseído y luego simplemente había escupido. Y no sabía lo que quería, o era tan simple que se volvía inverosímil.
Morir. ¿Qué tan difícil es eso?

Y cerraba entonces los ojos derramando un par de lágrimas. Y tanto lloraba esa sirena engañosa que el mar creció, creció y creció tanto, que el planeta Tierra pronto se vio inundado en las penas de una sola criatura.

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