viernes, 2 de mayo de 2014

La dama

Por Laura González

III

La tarde se empezaba a morir y la tierra y el cielo se teñían con ese fuego que el sol derrama a borbotones y sin piedad sobre el llano. En ese momento arrellanado en el viejo sofá, a Don Juan se le dibujó una pícara sonrisa, recordando la historia:

-          ¿Qué tu quieres que yo haga qué, Ana? –había preguntado entre risas a su hija.
-          Ir y darle a Ramiro el escapulario de la abuela.
-          No, no y ¡no!…
-          Papá, te juro que yo pensé que era exageración de Josefa y Martica, pero cuando fui a ver a Ramiro… De verdad, ese hombre se nos va a morir si no hacemos algo; se va a morir literalmente de mengua y por gafo. Está postrado pensando en que se va a morir porque se encontró con “La Dama”.

Don Juan no pudo evitar romper en carcajadas una vez más. Trató de recuperar el aliento y prosiguió.

-          Ana, esto es muy simpático, una historia inverosímil, y llena de hilaridad, pero yo no…
-          Pero papá, ¡deja de reírte! – mientras ella misma trataba de contener la risa también -. Papá, en serio, tienes que ir, tienes que ser tú, para que te crea. Con eso puede ser que recapacite y salga de la cama. No ha comido ni bebido, más la borrachera… Se va a morir deshidratado.
-          Ana, siempre he peleado con todos ellos por sacarles de la cabeza esos cuentos de camino, ¿ahora quieres que lo aliente? ¿Además qué escapulario de tu abuela?
-          Papá, uno que compró Josefa, pero le vas a decir que era de la abuela. Bien sabes que ella era como una mamá para él. Además, Josefa y Martica le han metido en la cabeza que “Doña Trina puede negociar con La Dama, total,  las dos están del mismo lado”.
-          Pero, ¿cómo es que te dijo? Cuéntame otra vez la loquetera esa…

Ja, ja, ja, rieron otra vez juntos.

-          Ya es como la tercera vez...
-          Yo sé, pero es que me mata de risa imaginarlo cada vez que me lo cuentas.
-          Ramiro dice que la vió venir hacia él, no pisaba el piso, flotaba, tenía su largo cabello negro suelto pero muy bien peinado.  Él no quería verla, pero era tan bella… “Así como usted mi niña, pero más bonita y muy alta” –Ana imitaba la voz de Ramiro.
-           ¡Imagínate! Ja, ja, ja, ja –Don Juan reía como hacía años no lo veía Ana.

Ana continuó imitando a un Ramiro rudo pero más asustado que un niño: “Estaba envuelta en una luz blanca que me paralizó, era como un hechizo, yo quería correr pero no podía y tampoco podía dejar de verla, niña. Era ella, se lo juro, tenía su bata gris, larga y brillante, y ese sonido niña, ese canto que al principio era lindo, luego parecía que me abría por dentro y me partía el corazón de la tristeza que me daba… ¡era horrible niña! “.
-          Ana, mi Ana, tú y tus caminatas…
-          Ay papi, yo que iba a saber. La verdad él está aterrado, claro, a mí me da mucha risa pensar en La Dama cuando la del susto era yo, tanto, que ni lo reconocí. Pasé lo más derechita que pude sin voltear, no dije nada, de broma respiré, y en lo que pude empecé a buscar la casa y me vine corriendo,  ¡patitas para que te quiero! Si me hubiesen medido la velocidad me mandan a las Olimpíadas.
-          Él me cree La Dama, ¿Qué tal?  -agregó Ana con ironía y posando con el garbo de una reina.

Ja, ja, ja, reían y reían Don Juan y Ana, compartiendo uno de esos momentos inolvidables, arrellanados en el sofá…

IV

Hacía poco más de cuatro años y Ramiro seguía convencido de que él había visto a La Dama. Él escucho su canto, sólo recordarlo le paraba los pelos: la mensajera anunciando que La Pelona venía a su encuentro.

Menos mal que Martica había logrado convencer a Don Juan de llevarle el escapulario de Doña Trina; aún recordaba cómo había soñado que ella se lo daba en la mano durante su delirio, que le había dicho que eso lo salvaría del sino de La Dama. Ramiro suspiró y se dijo para sus adentros:

“La Dama, uhmm, ella no es mala, pero es certera, peor que un caimán cuando le pone el ojo a la presa, ¡Sí Señor! Certera, así es ella”.

Ramiro nunca más salió a ningún San Benito ni a ninguna fiesta, ni velorio ni procesión que fuera después de medianoche. Una sola vez había visto a La Dama y no quería volverla a encontrar; ¡no Señor!

“Yo no soy de abolengo ni quiero serlo para que La Dama me avise que la Pelona está en camino, cuando quiera venir, que llegue, un llanero no necesita avisos”, se dijo así mismo Ramiro, sin embrago no pudo dejar de sentir temor y una profunda tristeza.

Martica y Josefa nunca le contaron que el escapulario no era de Doña Trina, y aunque ellas sabían la verdad, lo guardaron en la misma cajita del rosario, después de todo,  “Ella”, era certera.


Inspirado en la banshee de Borges:

La banshee  

Nadie parece haberla visto; es menos una forma que un gemido que da horror a las noches de Irlanda y (según la Demonología y Hechicería de Sir Walter Scott) de las regiones montañosas de Escocia. Anuncia, al pie de las ventanas, la muerte de algún miembro de la familia. Es privilegio peculiar de ciertos linajes de pura sangre celta, sin mezcla latina, sajona o escandinava. La oyen también en Gales y en Bretaña. Pertenece a la estirpe de las hadas. Su gemido lleva el nombre de "keening”.

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