Por Lauramarú Armas
Llevaba puesto un vestido corto, estaba descalza y caminaba deslumbrada por tanta belleza; aquel bosque tenía una vegetación rebosante de árboles grandes y alto, parecían tan viejos y a la vez tan jóvenes. El canto de los pájaros llenaba de música los oídos de Susana, a tres pasos del camino un riachuelo llamó su atención, el agua reflejaba el color de las flores, peces de todos los colores danzaban sin parar y mariposas amarillas revoloteaban a su alrededor. Era tan especial aquel lugar; mientras más se acercaba al agua más cosas increíbles veía a través de ella.
A las 6:00 am suena el reloj despertador, Susana abre los ojos lentamente, es jueves, mientras se reincorpora piensa: "bosque, arrolló y mariposas, justo me despierto cuando el sueño se pone más interesante", se molesta consigo misma por tener que dejar a medias aquella fantasía.
Susana y Ana tienen una semana en Mérida, llegaron el lunes y hoy les toca conocer uno de los tantos lugares especiales con los que cuenta la ciudad, un pueblito ubicando a 4.200 metros sobre el nivel del mar, El Piñango es uno de los parajes obligatorios durante su estadía en el lugar.
Susana trabaja medio tiempo en un centro de ayuda espiritual como consejera, el resto del día se lo dedica a sus estudios y proyectos personales; desde muy pequeña había tenido simpatía por las hadas, sentimiento que con el paso de los años fue cobrando mayor y mayor importancia, cada día más libros, imágenes y fotografías se sumaban a su pequeña colección personal, hasta el punto de tener que habilitar otra habitación para colocar sus pequeños tesoros; para ella seguir sus instintos era sumamente importante.
Le tomo horas darse cuenta que había estado soñando consecutivamente con arroyos, mariposas y naturaleza, imágenes que asoció de inmediato con la belleza y tranquilidad que se respiraba en Mérida, ambas habían pasado meses planificando el viaje, necesitaban un merecido descanso lejos del alboroto de la ciudad y el ruido de los autos.
Aquella mañana tenían que salir muy temprano para poder aprovechar el día, a las 8:00 am ya estaban entrando en El Piñango, al llegar fueron recibidas por uno de los pobladores, el señor José ya tenía preparadas las bestias que utilizarían durante su recorrido de casi tres horas montaña adentro.
José era uno de los tantos guías que conocía el lugar como la palma de su mano y Susana había sido muy específica en pedir al más diestro para su recorrido; mientras se adentraban en el camino más se les helaba la piel, el frío aturdía, pero el paisaje recompensaba, fotografías iban y venían, ambas estaban maravilladas.
El valle estaba repleto de frailejones, por momentos parecía un paisaje desolado, frío y triste, en lo alto los picos blancos acompañaban su viaje; al descender la colina el panorama cambió drásticamente, árboles grandes y altos se alzaban sobre el lugar, montaña adentro estaba repleta de espesura, aquella imagen se parecía tanto al sueño de Susana.
Las miradas perplejas de Ana y José no daban crédito a lo que veían, estaban paralizados sin poder creer la metamorfosis que había sufrido el paraje, pequeños ciervos corrían tras la madre y montones de mariposas amarillas revoloteaban en el aire, mientras Susana transitaba el camino ansiosa por descubrir lo que aquel bosque le tenía guardado.
Detrás de los arboles pequeñas figuras temerosas se dejaban ver con recelo, montones de hadas aparecían de la nada multiplicándose con rapidez, de colores llamativos y tamaños diversos.
Llevaba puesto un vestido corto, estaba descalza y caminaba deslumbrada por tanta belleza; aquel bosque tenía una vegetación rebosante de árboles grandes y alto, parecían tan viejos y a la vez tan jóvenes. El canto de los pájaros llenaba de música los oídos de Susana, a tres pasos del camino un riachuelo llamó su atención, el agua reflejaba el color de las flores, peces de todos los colores danzaban sin parar y mariposas amarillas revoloteaban a su alrededor. Era tan especial aquel lugar; mientras más se acercaba al agua más cosas increíbles veía a través de ella.
A las 6:00 am suena el reloj despertador, Susana abre los ojos lentamente, es jueves, mientras se reincorpora piensa: "bosque, arrolló y mariposas, justo me despierto cuando el sueño se pone más interesante", se molesta consigo misma por tener que dejar a medias aquella fantasía.
Susana y Ana tienen una semana en Mérida, llegaron el lunes y hoy les toca conocer uno de los tantos lugares especiales con los que cuenta la ciudad, un pueblito ubicando a 4.200 metros sobre el nivel del mar, El Piñango es uno de los parajes obligatorios durante su estadía en el lugar.
Susana trabaja medio tiempo en un centro de ayuda espiritual como consejera, el resto del día se lo dedica a sus estudios y proyectos personales; desde muy pequeña había tenido simpatía por las hadas, sentimiento que con el paso de los años fue cobrando mayor y mayor importancia, cada día más libros, imágenes y fotografías se sumaban a su pequeña colección personal, hasta el punto de tener que habilitar otra habitación para colocar sus pequeños tesoros; para ella seguir sus instintos era sumamente importante.
Le tomo horas darse cuenta que había estado soñando consecutivamente con arroyos, mariposas y naturaleza, imágenes que asoció de inmediato con la belleza y tranquilidad que se respiraba en Mérida, ambas habían pasado meses planificando el viaje, necesitaban un merecido descanso lejos del alboroto de la ciudad y el ruido de los autos.
Aquella mañana tenían que salir muy temprano para poder aprovechar el día, a las 8:00 am ya estaban entrando en El Piñango, al llegar fueron recibidas por uno de los pobladores, el señor José ya tenía preparadas las bestias que utilizarían durante su recorrido de casi tres horas montaña adentro.
José era uno de los tantos guías que conocía el lugar como la palma de su mano y Susana había sido muy específica en pedir al más diestro para su recorrido; mientras se adentraban en el camino más se les helaba la piel, el frío aturdía, pero el paisaje recompensaba, fotografías iban y venían, ambas estaban maravilladas.
El valle estaba repleto de frailejones, por momentos parecía un paisaje desolado, frío y triste, en lo alto los picos blancos acompañaban su viaje; al descender la colina el panorama cambió drásticamente, árboles grandes y altos se alzaban sobre el lugar, montaña adentro estaba repleta de espesura, aquella imagen se parecía tanto al sueño de Susana.
Las miradas perplejas de Ana y José no daban crédito a lo que veían, estaban paralizados sin poder creer la metamorfosis que había sufrido el paraje, pequeños ciervos corrían tras la madre y montones de mariposas amarillas revoloteaban en el aire, mientras Susana transitaba el camino ansiosa por descubrir lo que aquel bosque le tenía guardado.
Detrás de los arboles pequeñas figuras temerosas se dejaban ver con recelo, montones de hadas aparecían de la nada multiplicándose con rapidez, de colores llamativos y tamaños diversos.
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