jueves, 1 de mayo de 2014

Dragón

Por Adriana Moreno

Ella había nacido, pero en cuerpo humano. A veces esas cosas pasan, a veces los humanos nacen como dragones y a veces los dragones nacen como humanos.

Si la veías de frente, fijamente, era normal, una persona más, caminando por la calle. Pero si la veías por el rabillo del ojo, se mostraba en toda su gloria, una serpiente roja de casi dos pisos, con escamas rojas que brillaban más que el sol, ojos amarillos resplandecientes, garras tan negras como el azabache, y sus alas, sus alas se extendían hasta el cielo mismo.

Muy triste era ella, un inmenso reptil atrapado en un apartamento  de 40 m2, comiendo ramen con sabor a pollo, viajando en el metro a las 5 de la tarde. Muy triste era ella, aprendiendo sobre la historia humana, leyendo sobre geografía económica, sacando cuentas de fracciones y porcentajes.

Más de una vez, mientras estaba montada en el carrito se imaginaba desatando las alas, liberándo sus mandíbulas y comiéndose a todos, carrito incluido. Luego saldría volando y quemaría toda la ciudad, se escondería en una cueva de El Ávila y los haría a todos pagar algún tributo ridículo a su persona, que si la sangre de una virgen o  el primer bebe nacido en solsticio de verano, algo así.

Su vida se sucedía entre el trabajo, el transporte y la casa. Que vida tan mundana, tan simple para un dragón. Todos los humanos ciegos a su hermosura, todos sin percibir el grandioso ser que caminaba, comía y respiraba entre ellos.

Así que un día lo decidió, iba a liberarse de su cáscara humana. Al amanecer, se escabulló al edificio más alto de la ciudad, con los primeros rayos del sol se lanzó hacia el vació. Mientras su cuerpo humano se estrellaba contra el piso, sus grandes alas remontaban sobre el viento, y planeaban sobre la ciudad, libre al fín, viva al fín.

Para el mundo, habría muerto una muchacha, suicida. Pero ella surcaba los cielos y los sueños. Algunos días, cuando el sol le llenaba la panza, liberaba su aliento sobre El Ávila. Algunas noches, cuando la luna encrespaba sus alas, batía nubes oscuras y cargadas. 

Algunos la han visto, al sentir una ráfaga de viento, de repente; por el rabillo del ojo ven destellos rojos y amarillos, que los ciegan como el mismo sol.

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