Por Luis Mieres
-¡Veo una cola! –gritó Herman desde el palo mayor de la Betsy-.¡Una cola a estribor!
En el castillo de popa, el capitán Melville hizo girar el timón en la dirección señalada mientras gritaba órdenes a los marineros para que bajaran las lanchas. Herman, desde su punto privilegiado encima de todos no perdía de vista al cachalote que pronto llenaría sus toneles con su preciado esperma. Aunque no iba a participar en la cacería –todavía era un marino novato-, al menos vería con lujo de detalles el ritual completo.
-¡Estermont venga y tome el timón! –ordenó el capitán.
El primer oficial Estermont lo reemplazó en el timón de inmediato mientras que el capitán llamaba a sus tres arponeros: Jhon, Billy y Roland. Una vez las lanchas estuvieron listas, los tres arponeros y el capitán dirigiendo cada uno un grupo de remeros abordaron sus lanchas y bajaron al nivel del mar para comenzar la caza. Herman les siguió desde el palo mayor y sin perder de vista en ningún momento al cachalote, cuya blanca cola –<<que rara es>>, pensó el joven marino-sobresalía del mar como una punta de flecha.
Herman había visto ballenas antes en el museo marítimo de Nantucket, en Massachussets; recordaba que los cachalotes tenían las aletas dorsales de la cola en forma triangular, y no en forma de flecha. Aquello era bastante extraño, aunque no le dio mucha importancia, pues en seguida siguió con más interés las cuatro lanchas y sus héroes que iban en pos del extraño cachalote.
La lancha del capitán Melville era la que más se había adelantado a la cola del leviatán, mientras que las de Billy, Roland y Jhon comenzaban a abrirse para flanquear a la bestia.
Herman se había fijado, con más extrañeza, que sólo la cola del cachalote era lo que salía a la superficie. Nada se había visto de su cabeza y a la luz de aquel día soleado le costaba ver la silueta del cachalote bajo el mar. Y eso que tenía muy buena vista.
Con todo y eso, vio como el capitán Melville era el primer en lanzar su arpón, el cual se clavó de lleno en un costado de la enorme cola blanca del cachalote, quien en seguida comenzó a moverla de un lado a otro al percibir el dolor. Ya las otras lanchas se disponían a lanzar sus arpones cuando, de repente, del fondo del mar surgieron unos enormes tentáculos. Herman observó atónito, igual que los marinos restantes en la cubierta de la Betsy, que lo que habían tomado por unaballena no era otra cosa que un calamar gigante.
-¡Es un kraken! –gritó Herman lleno de horror.
El joven marino vio como cuatro de los tentáculos, cual serpientes marinas, comenzaron a aferrar las lanchas que le atacaban, mientras que el resto atrapaba a los aterrorizados marinos y los sumergía bajo una tumba de agua quien sabe si a parar al fondo marino o peor, a la panza del Kraken.
Herman no pudo evitar llenarse de horror ante lo que estaba viendo,preguntándose si había sido sensato haber elegido la vida de marinero. Había oído historias –mitos- sobre los calamares gigantes en las tabernas de Nantucket, pero jamás les había prestado más atención que a los borrachos. Sí el mar escondía una criatura tan fantástica como aquella ¿Qué otros horrores no se esconderían bajo la superficie a la espera de atrapar a unos incautos como lo habían sido ellos? No señor, si la Ira del Kraken no se volvía hacia la Betsy, en cuanto regresara a Nantucket elegiría otra profesión.
Al cabo de un momento cesaron los gritos de terror y los rugidos de la bestia. De las lanchas y sus tripulantes sólo quedaban tablas y unos cuantos náufragos a la deriva. No había rastro de los arponeros y mucho menos del capitán. Herman buscó señales del Kraken, pero éste ya se había ido, sumergido en las profundidades con más de la mitad de aquellos que le habían tomado por cachalote en la panza o la bolsa. Estermont, abajo en el timón, puso el barco en dirección a los naufragos y dio tareas para que los rescatasen. Sin arponeros ni capitán, y sin lanchas, ya nada tenían que hacer en el mar.
-Volvamos a casa muchachos –dijo Estermont en tono sombrío.
Herman, todavía en el palo mayor se compadeció de los que se habían hundido, y comprendió que no volvería a ver el mar de la misma manera, oh no.
-¡Veo una cola! –gritó Herman desde el palo mayor de la Betsy-.¡Una cola a estribor!
En el castillo de popa, el capitán Melville hizo girar el timón en la dirección señalada mientras gritaba órdenes a los marineros para que bajaran las lanchas. Herman, desde su punto privilegiado encima de todos no perdía de vista al cachalote que pronto llenaría sus toneles con su preciado esperma. Aunque no iba a participar en la cacería –todavía era un marino novato-, al menos vería con lujo de detalles el ritual completo.
-¡Estermont venga y tome el timón! –ordenó el capitán.
El primer oficial Estermont lo reemplazó en el timón de inmediato mientras que el capitán llamaba a sus tres arponeros: Jhon, Billy y Roland. Una vez las lanchas estuvieron listas, los tres arponeros y el capitán dirigiendo cada uno un grupo de remeros abordaron sus lanchas y bajaron al nivel del mar para comenzar la caza. Herman les siguió desde el palo mayor y sin perder de vista en ningún momento al cachalote, cuya blanca cola –<<que rara es>>, pensó el joven marino-sobresalía del mar como una punta de flecha.
Herman había visto ballenas antes en el museo marítimo de Nantucket, en Massachussets; recordaba que los cachalotes tenían las aletas dorsales de la cola en forma triangular, y no en forma de flecha. Aquello era bastante extraño, aunque no le dio mucha importancia, pues en seguida siguió con más interés las cuatro lanchas y sus héroes que iban en pos del extraño cachalote.
La lancha del capitán Melville era la que más se había adelantado a la cola del leviatán, mientras que las de Billy, Roland y Jhon comenzaban a abrirse para flanquear a la bestia.
Herman se había fijado, con más extrañeza, que sólo la cola del cachalote era lo que salía a la superficie. Nada se había visto de su cabeza y a la luz de aquel día soleado le costaba ver la silueta del cachalote bajo el mar. Y eso que tenía muy buena vista.
Con todo y eso, vio como el capitán Melville era el primer en lanzar su arpón, el cual se clavó de lleno en un costado de la enorme cola blanca del cachalote, quien en seguida comenzó a moverla de un lado a otro al percibir el dolor. Ya las otras lanchas se disponían a lanzar sus arpones cuando, de repente, del fondo del mar surgieron unos enormes tentáculos. Herman observó atónito, igual que los marinos restantes en la cubierta de la Betsy, que lo que habían tomado por unaballena no era otra cosa que un calamar gigante.
-¡Es un kraken! –gritó Herman lleno de horror.
El joven marino vio como cuatro de los tentáculos, cual serpientes marinas, comenzaron a aferrar las lanchas que le atacaban, mientras que el resto atrapaba a los aterrorizados marinos y los sumergía bajo una tumba de agua quien sabe si a parar al fondo marino o peor, a la panza del Kraken.
Herman no pudo evitar llenarse de horror ante lo que estaba viendo,preguntándose si había sido sensato haber elegido la vida de marinero. Había oído historias –mitos- sobre los calamares gigantes en las tabernas de Nantucket, pero jamás les había prestado más atención que a los borrachos. Sí el mar escondía una criatura tan fantástica como aquella ¿Qué otros horrores no se esconderían bajo la superficie a la espera de atrapar a unos incautos como lo habían sido ellos? No señor, si la Ira del Kraken no se volvía hacia la Betsy, en cuanto regresara a Nantucket elegiría otra profesión.
Al cabo de un momento cesaron los gritos de terror y los rugidos de la bestia. De las lanchas y sus tripulantes sólo quedaban tablas y unos cuantos náufragos a la deriva. No había rastro de los arponeros y mucho menos del capitán. Herman buscó señales del Kraken, pero éste ya se había ido, sumergido en las profundidades con más de la mitad de aquellos que le habían tomado por cachalote en la panza o la bolsa. Estermont, abajo en el timón, puso el barco en dirección a los naufragos y dio tareas para que los rescatasen. Sin arponeros ni capitán, y sin lanchas, ya nada tenían que hacer en el mar.
-Volvamos a casa muchachos –dijo Estermont en tono sombrío.
Herman, todavía en el palo mayor se compadeció de los que se habían hundido, y comprendió que no volvería a ver el mar de la misma manera, oh no.
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