Por Vicky Olivo
Sheyla, joven hermosa de apariencia frágil y serena, delicada, dulce, bondadosa con ojos grades y claros de larga cabellera ondulada, miraba a todos en profundo silencio con expresión de preocupación. Era la menor entre sus hermanos y hermanas que se mostraban robustos, ágiles, fuertes y en su temprana edad ya habían alcanzado gran conocimiento de la naturaleza, de la vida, de los hombres y de muchas otras cosas más.
Era el gran día, todos se encontraban reunidos en el palacio para el banquete y la ceremonia primaveral. Ansiosos del momento en que llegara el Hada de la Aurora con su extraordinario brillo y luminiscencia bajo el cielo nocturno para entregar a cada uno de los siete hermanos los dones sagrados que habían ganado según su personalidad e integridad.
La dulce princesa se preguntó en su íntima quietud “¿Cuál será el don que el Hada de la Aurora guarda para mí? Yo tan joven y distinta de mis hermanos… No creo que haya un Don para mí, aún no tengo edad suficiente y es muy poco lo que he aprendido de la vida y como todos dicen yo sólo me he ocupado en contemplar y admirar la belleza de lo que está a mi alrededor. ¡Ah, para que perder la vida en ser la más fuerte y ágil, si hay cosas más gratas y hermosas en la que me puedo ocupar...!”.
Pues la princesa Sheyla sabía que el Hada de la Aurora entregaría los dones sólo a aquellos que habían alcanzado un máximo en conocimientos y habilidades, suficientes y necesarias como para hacer uso del regalo que se le otorgaba.
Reinó el silencio entre todos los hermanos, cuando de pronto se pudo observar en la distancia una magia de luces brillantes que se acercaba hasta formar un aura de luz resplandeciente que identificaba al Hada de la Aurora. Con una voz dulce y sublime, rompió el silencio.
- ¡Muy buenas noches mis queridos príncipes y princesas! Es muy grato para mí compartir con ustedes en esta ceremonia primaveral y sobre todo de hacer entrega de sus más preciados y esperados dones. El cual llevarán y compartirán con toda la humanidad en diferentes horas y momentos.
Luego de un largo discurso sobre el significado de los dones y sus distintas maneras de utilizarlos, el Hada de la Aurora dio inicio a la entrega de la esperada ofrenda, nombrando a cada uno de los hermanos en orden descendente de acuerdo con sus edades.
Al primero y mayor de los hermanos le entregó el don del trueno y la fuerza sobre los vientos. Al segundo, el don de la lluvia y el poder dominar las aguas de los ríos y los mares. El tercer hermano, el don de la poesía y la música que se encuentra en la naturaleza. Mientras que a las tres hermanas que les seguían les entregó un don aunque separado lo compartirían.
A la primera de las hermanas le puso en sus manos el don de lo que ha ocurrido. A la segunda el don de lo que está ocurriendo y a la tercera hermana la entregó el don de lo que sucederá.
Y les dijo “juntas pueden hacer que el destino de las personas sean desiguales o extraordinarios, todo dependerá de las normas morales que acompañen a cada persona, si sus normas son buenas ustedes contribuirán a que su destino sea bueno, si sus normas son malas el fin de sus destinos deberá ser desastroso”.
Sólo quedaba Sheyla que miraba al Hada algo nerviosa.
Una vez que el Hada de la Aurora terminó con todos los hermanos y hermanas de la princesa, la miró con apreciada sonrisa.
“Para ti querida Sheyla tengo un regalo muy particular. Debido a tu don interior y natural de amar el color y la belleza más allá de la superficie de los seres y las cosas te voy a obsequiar el don de la clarividencia del amor, la magia, la fertilidad y pensamiento firme. Lo expresarás por medio de la perseverancia y concentración que se manifiesta en cada ser humano.
Buscarás por medio del método y la jerarquía la prosperidad y la realización de quienes deberás acompañar hasta que se sientan seguros y tranquilos mostrándole siempre las cosas de la amistad, del honor y la familia. Tendrás la magia de armonizar a los contarios, como mediadora de la paz en forma limpia y luminosa.
Tú estarás entre los hombres como un ángel de la guarda y serás su guía y protectora por las eternidades. Los ayudarás en momentos difíciles, iluminarás sus mentes con tus consejos y palabras sabias, sobre el bien y lealtad para cada uno de ellos. Los acompañarás en las alegrías, en las tristezas y los tomaras de las manos para guiar sus caminos a la luz aun después de sus muertes”.
Dichas estas palabras el Hada del Aurora se fue desvaneciendo suavemente hasta que desapareció.
Con serenidad y asombro, se quedó completamente anonadada del gran don que el Hada de la Aurora le había entregado, una hermosa y gran responsabilidad y pudo comprender que no le hacía falta tener fortaleza física, ni ser la más ágil o tener todo el conocimiento del mundo de la naturaleza y de las cosas.
Simplemente había cosas más gratas y hermosas de la que se podía ocupar. Desde ese día con una gran sonrisa de felicidad salió la princesa Sheyla a compartir su don con toda la humanidad.
Sheyla, joven hermosa de apariencia frágil y serena, delicada, dulce, bondadosa con ojos grades y claros de larga cabellera ondulada, miraba a todos en profundo silencio con expresión de preocupación. Era la menor entre sus hermanos y hermanas que se mostraban robustos, ágiles, fuertes y en su temprana edad ya habían alcanzado gran conocimiento de la naturaleza, de la vida, de los hombres y de muchas otras cosas más.
Era el gran día, todos se encontraban reunidos en el palacio para el banquete y la ceremonia primaveral. Ansiosos del momento en que llegara el Hada de la Aurora con su extraordinario brillo y luminiscencia bajo el cielo nocturno para entregar a cada uno de los siete hermanos los dones sagrados que habían ganado según su personalidad e integridad.
La dulce princesa se preguntó en su íntima quietud “¿Cuál será el don que el Hada de la Aurora guarda para mí? Yo tan joven y distinta de mis hermanos… No creo que haya un Don para mí, aún no tengo edad suficiente y es muy poco lo que he aprendido de la vida y como todos dicen yo sólo me he ocupado en contemplar y admirar la belleza de lo que está a mi alrededor. ¡Ah, para que perder la vida en ser la más fuerte y ágil, si hay cosas más gratas y hermosas en la que me puedo ocupar...!”.
Pues la princesa Sheyla sabía que el Hada de la Aurora entregaría los dones sólo a aquellos que habían alcanzado un máximo en conocimientos y habilidades, suficientes y necesarias como para hacer uso del regalo que se le otorgaba.
Reinó el silencio entre todos los hermanos, cuando de pronto se pudo observar en la distancia una magia de luces brillantes que se acercaba hasta formar un aura de luz resplandeciente que identificaba al Hada de la Aurora. Con una voz dulce y sublime, rompió el silencio.
- ¡Muy buenas noches mis queridos príncipes y princesas! Es muy grato para mí compartir con ustedes en esta ceremonia primaveral y sobre todo de hacer entrega de sus más preciados y esperados dones. El cual llevarán y compartirán con toda la humanidad en diferentes horas y momentos.
Luego de un largo discurso sobre el significado de los dones y sus distintas maneras de utilizarlos, el Hada de la Aurora dio inicio a la entrega de la esperada ofrenda, nombrando a cada uno de los hermanos en orden descendente de acuerdo con sus edades.
Al primero y mayor de los hermanos le entregó el don del trueno y la fuerza sobre los vientos. Al segundo, el don de la lluvia y el poder dominar las aguas de los ríos y los mares. El tercer hermano, el don de la poesía y la música que se encuentra en la naturaleza. Mientras que a las tres hermanas que les seguían les entregó un don aunque separado lo compartirían.
A la primera de las hermanas le puso en sus manos el don de lo que ha ocurrido. A la segunda el don de lo que está ocurriendo y a la tercera hermana la entregó el don de lo que sucederá.
Y les dijo “juntas pueden hacer que el destino de las personas sean desiguales o extraordinarios, todo dependerá de las normas morales que acompañen a cada persona, si sus normas son buenas ustedes contribuirán a que su destino sea bueno, si sus normas son malas el fin de sus destinos deberá ser desastroso”.
Sólo quedaba Sheyla que miraba al Hada algo nerviosa.
Una vez que el Hada de la Aurora terminó con todos los hermanos y hermanas de la princesa, la miró con apreciada sonrisa.
“Para ti querida Sheyla tengo un regalo muy particular. Debido a tu don interior y natural de amar el color y la belleza más allá de la superficie de los seres y las cosas te voy a obsequiar el don de la clarividencia del amor, la magia, la fertilidad y pensamiento firme. Lo expresarás por medio de la perseverancia y concentración que se manifiesta en cada ser humano.
Buscarás por medio del método y la jerarquía la prosperidad y la realización de quienes deberás acompañar hasta que se sientan seguros y tranquilos mostrándole siempre las cosas de la amistad, del honor y la familia. Tendrás la magia de armonizar a los contarios, como mediadora de la paz en forma limpia y luminosa.
Tú estarás entre los hombres como un ángel de la guarda y serás su guía y protectora por las eternidades. Los ayudarás en momentos difíciles, iluminarás sus mentes con tus consejos y palabras sabias, sobre el bien y lealtad para cada uno de ellos. Los acompañarás en las alegrías, en las tristezas y los tomaras de las manos para guiar sus caminos a la luz aun después de sus muertes”.
Dichas estas palabras el Hada del Aurora se fue desvaneciendo suavemente hasta que desapareció.
Con serenidad y asombro, se quedó completamente anonadada del gran don que el Hada de la Aurora le había entregado, una hermosa y gran responsabilidad y pudo comprender que no le hacía falta tener fortaleza física, ni ser la más ágil o tener todo el conocimiento del mundo de la naturaleza y de las cosas.
Simplemente había cosas más gratas y hermosas de la que se podía ocupar. Desde ese día con una gran sonrisa de felicidad salió la princesa Sheyla a compartir su don con toda la humanidad.
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