jueves, 1 de mayo de 2014

Demente

Por Jennifer Soler

¿Alguna vez había sido feliz? ¿Qué es la felicidad? ¿Acaso algo diferente a lo que está viviendo? ¿Se habrá equivocado? Tantas preguntas que revolotean en su cabeza... “y este bendito café que no se enfría”.

Mientras, con la cucharilla trata de disolver las tres toneladas de azúcar que siempre le pone. “Nunca está suficientemente dulce”, pensó.

De la puerta para allá, estaba su nueva vida.
Apenas los distingue, pero sabe que están ahí... Caminando de un lado a otro. ¿Caminando? “Yo diría flotando, ¿no te parece?”.

- Shhh... Habla más bajito que van a pensar que estás loca.

- Ajá, okey, pero igual estos aquí no hablan español.

- Shhh...

- Sí –y contesta a regañadientes y casi sin abrir la boca– ya, deja, hablo bajito pues.

- ¡¿Cómo?!

- Que sí, que hablo más bajito pues.

Seguía jugando con la cucharilla y el café, ya no para enfriarlo: las ondas que se dibujaban con cada vuelta la hacían distraerse de lo que pasaba a su alrededor tratando de aferrarse a cualquier recuerdo feliz para no perder la cordura.

Pasaron dos minutos y uno más. Y a las 10 de la mañana estaba repleto el lugar, lleno de ellos. La seguían observando, cada vez más profundamente, ella lo podía sentir: el frío en los huesos, la desesperanza, la tristeza, la melancolía, la oscuridad, el pesimismo, incluso la ira.

Eran seres tenebrosos, de forma humanoide, pero de baja estatura, entre 1,50 y 1,60 metros más o menos, cubiertos de pies a cabeza por mantos oscuros y encapuchados... “se me antoja que deben tener la piel como grisácea, claro, si no les da el sol”.  No tienen pies, ni manos, ni rostro, no está segura de si en verdad existen o si  son “otro producto de su cabeza”.

Miraba por el rabito del ojo a ver si lograba colarse entre alguno de los dobleces de esas largas y holgadas túnicas negras y ver el color de los ojos, o un brazo, un hombro, el cuello... Pero no alcanzó a distinguir nada que pudiera  darle al menos una pista de lo que se escondía “debajo de tanto trapo”.

- Je, je, je... seguro que tienen yagas y pus en las manos, o las tienen peludas, por eso usan guantes- comentó intercalando cada palabra con una risita nerviosa.

- Van a pensar que te burlas de ellos, por favor, se más discreta, mira que si se acercan...

-¡Cállate! Ni lo digas, no voy a permitir que se lleven mi alma.

Y diciendo esto se llevó rápidamente las manos a la boca pensando que si se la tapaba podría evitar que con un beso le absorbieran todos los recuerdos y razones para ser feliz.

-Preciosa, ¿qué te pasa? Disculpa que te dejara tanto rato sola.

Era él, su Salvador. 

Salvador era el amor de su vida,  el único que ha podido lidiar con sus locuras. Todo ese amor la había traído de vuelta a la realidad, siempre lo hacía. Bastaba con que la tomara de la mano o se apretara contra su pecho para que las voces desaparecieran, él era su refugio, su paz... sus lugares comunes y fantasías.

- No encontré una más fresca, ya tendremos tiempo de salir a comprar una que te vaya mejor- continuó diciendo.

- No te preocupes, ésta estará bien- le respondió ella.

- ¿Te vas a terminar el café? – le preguntó.
- No, ya está frío y además se me pasó de azúcar.

“Ji, ji, ji... Mentirosa, no y que nunca está suficientemente dulce ¿Ah?”, aquella voz trataba de meterse en la conversación, pero ella la ignoraba.

- Bueno, entonces anda a ponerte la burka, que ya el taxi nos espera afuera, los baños están por allá.

Parada frente al espejo comprendió que de ahora en adelante ese sería su nuevo aspecto y el corazón se le paralizó... Al final, sería uno de ellos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario