viernes, 2 de mayo de 2014

La nave de Homero

Por Ybelisse Colina

Sintió la luz del sol lacerando su cara. Hacía tiempo ese era su despertar de rumbos inciertos con el hambre de compañía. Trató de acomodarse entre los escombros de lo que fue el bar al que consideró como su casa. Uno que otro transeúnte le daba unas pocas monedas o algo de comida y a veces tenía que peleársela a los perros sin dueño que andaban por el lugar.
Hoy se ha sentido nostálgico. Lágrimas furtivas han mojado su sucio rostro de larga barba. Toda  su vida regresó en un momento y se volvió a dormir…
—Tenemos  nuevos compañeros de trabajo - comentó Luisa, una de las secretarias, al resto del personal de la oficina.
El jefe les presentó a tres ingenieros recién graduados. Dijeron sus nombres: Hernán, Luis, pero el que causó mayor impacto fue Ulises Bravo.
Carlos, uno de los más antiguos allí, sugirió ir a un sitio para oír música, charlar y darles la bienvenida. 
Llegó el viernes de la cita, las muchachas estaban eufóricas, la noche prometía. El bar, llamado La Nave de Homero no tenía buen aspecto y adentro era todavía peor, pero decidieron no aguarle la fiesta a los muchachos y tomaron una mesa cercana a la pequeña tarima.
Transcurridas unas horas se apagaron las luces, quedando sólo una que iluminaba el escenario. Aparecieron dos féminas trajeadas con vestidos tipo sirena en color verde brillante. Ambas de larga cabellera oscura y excesivamente maquilladas, parecían gemelas. Eran las hermanas Sirenne que cantarían boleros y baladas románticas.
Recorrieron con la mirada al público  y una de ellas, Ligia, fijó sus ojos en Ulises. Este sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y supo que a partir de ese momento todo en su vida cambiaría. La contemplaba embobado, su voz le parecía el más dulce sonido y hasta la imaginó junto a él amorosamente.
Todo esto fue notado por sus compañeros así como por un caballero que lo observaba desde la barra. Ulises se levantó para ir al sanitario  y al pasar junto al hombre éste le dijo: “amigo, tenga cuidado con la cantante, esa mujer es una chupasangre. Esta nave no tiene mástil de donde amarrarse para oír el canto de las sirenas sin peligro”.  Luego se levantó y se fue.
El resto del tiempo lo pasaron hablando sin mucho ánimo; decidieron irse, a las muchachas no les agradó que Ulises no les prestara atención.
Ésta fue la única salida de ellos; el enamoramiento de Ulises por Ligia Sirenne fue como una maldición tanto para él como para el grupo de trabajo. La que había sido una oficina modelo de eficiencia se convirtió en un lugar insoportable donde nadie quería estar. Amigos que se enemistaron, unos que se fueron y otros, los de mayor antigüedad, que solicitaron su retiro.
El personal quedó reducido a lo indispensable. Pero la transformación más notoria fue la de Ulises: el que era el ingeniero más atractivo de la oficina se había convertido en un viejo prematuro, descuidado en el vestir y peor aún en un borracho. Iba diariamente a La Nave de Homero para ver y oír a las Sirenne; y aunque la relación con Ligia no avanzaba se estaba endeudando por hacerle regalos costosos a las hermanas. De ellas nadie ni los dueños del bar sabían nada y cuando estaban con Ulises  los tres se limitaban a mirarse como en trance hipnótico.
La junta directiva de la empresa decidió cerrar la oficina. Ulises fue despedido pero el dinero que recibió por su liquidación junto con el producto de la venta de su carro no alcanzó para cubrir sus deudas. El propietario del apartamento que tenía alquilado le pidió que lo desocupara y así se encontró un día sin tener donde vivir, sin trabajo, sin nada. Trató de pedirle ayuda a los dueños del bar y estos, por causa de sus deudas, no lo recibieron, además le informaron que las hermanas Sirenne se habían ido sin explicación alguna para nadie. Días después supo que La Nave de Homero había sido vendida y que el nuevo dueño pensaba derribar la edificación lo más rápido posible.
Se encontraba en la última etapa de su vida, pero no sentía miedo ni arrepentimiento. Había amado  a quién no debía, a un ser imposible pero no le importaba. Se las arregló para vivir, si a eso se le podía llamar así, entre los escombros del bar que aún no habían caído del todo; allí donde la vio y conoció el dolor de amar.
Hoy ha sentido temblar su cuerpo debido quizás a la falta de alimento;  y cada vez que ha cerrado los ojos aparece el rostro de Ligia sonriéndole.
Sabe que su final se acerca, recuerda la advertencia recibida en este mismo sitio en donde hoy su magro cuerpo descansa, y con las pocas fuerzas de que dispone dice en voz queda: “nunca quise amarrarme a ningún mástil para resistir tu canto Ligia, yo sabía que estar contigo era acercarse más y más a la antesala de la muerte. Aquí estoy, llévame contigo”. Escuchó el batir del oleaje de su mar imaginario. Llegó la noche y entró en aguas profundas. Todo fue silencio.

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