Por Cristina Bolívar
Esta historia ocurre en el siglo XIX, un tiempo en que nuestros indios y negros eran utilizados como esclavos, época donde se desbordaba la desagradable actitud de maltratar, donde los amos y los dueños de las haciendas humillaban a estos seres como objetos de su propiedad. Todo esto ocurría en Ciudad Bolívar.
La noche extendió su manto negro sobre aquellos lugares y en el río Orinoco se reflejaba la luna llena. Empezó a llover, la lluvia se hizo torrencial y el viento aullaba cada vez más fuerte. Parecía que todo llegara a su fin, y así lavar el lugar de tantas impurezas humanas.
En medio de la furia de la tormenta, los negros aprovechaban para reunirse y hacer sus ritos. Había un jefe llamado Josefo, se caracterizaba por ser el más iracundo y agresivo, dispuesto a enfrentar a sus amos.
La fuerza del movimiento de las corrientes del río y de la lluvia, la mezcla de estos elementos pareció serenar el corazón de Josefo y disminuir su agresividad. Se volvió, encendió dos velas anchas y grandes, y los demás unas más pequeñas. Josefo acerco una botella de aguardiente con pan, queso y aceitunas. Se sentó con el resto del grupo que lo esperaba; estaban sentados en forma de círculo, y dijo amablemente:
- Son todas mis provisiones. Hazme el favor, hermano mío, de compartirlas conmigo.
Todos cenaron sin hablar, acompañados por los sonidos del viento y la lluvia.
Después de comer, la mulata más linda y deseada por todos, pero también bravía llamada Turba, buscó y sirvió tazas de un aromático líquido, y para todos tabacos.
Josefo y Turba a través de sus ritos se transformaban; muchos imaginaban estar lejos de los grandes señores.
Luego Turba se inclinó a la orilla del turbulento río. Josefo que la miraba calló y lanzóun suspiro, también estaba transformado como si fuera otro ser del más allá; lanzó un desesperante grito, cuyo eco cubría toda la selva.
Turba será la quimera que saldrá de la mano con Josefo a vengar las maldades de los señores. Su vida significaba la lucha y el sufrimiento.
Y así una quimera piensa que en el fondo de las aguas del poderoso río Orinoco está sepultada la tierra, que en el silencio de la noche se convierte en vegetales, luego en animales y luego en hombres. Mientras sus almas se perdían en ese laberinto, el resto de sus compañeros comenzaron sus ritos, a quemar hierbas, a tocar el tambor; bailaban y lloraban.
Josefo y Turba jadeaban sintiéndose poderosos, y detrás los demás que decían, “¡vamos por ellos!, ¡vamos por ellos!”. En eso se encontraron al perro de los amos que estaba remojado, y como el animal los conocía los siguió por todo el camino.
Turba gritaba y gritaba como que su aliento fuera una llamarada de fuego en contra de los amos, y tras ella iba Josefo, el perro, algunos de los negros; otros dormitaban la borrachera.
Turba envuelta bajo lo hipnótico de sus quimeras se dijo: “Aquel lugar es sólo de unos pocos”. Josefo no la dejaba de mirar, y se dijo: esa negra, bajo sus quimeras es de unos pocos, y también ese sitio es de otros.
Ya iba amaneciendo, miró hacia las nubes que se mezclaba con el dorado brillo de los rayos del sol.
Escuchó una voz en su interior que le decía: “¡Allí!”
Esta historia ocurre en el siglo XIX, un tiempo en que nuestros indios y negros eran utilizados como esclavos, época donde se desbordaba la desagradable actitud de maltratar, donde los amos y los dueños de las haciendas humillaban a estos seres como objetos de su propiedad. Todo esto ocurría en Ciudad Bolívar.
La noche extendió su manto negro sobre aquellos lugares y en el río Orinoco se reflejaba la luna llena. Empezó a llover, la lluvia se hizo torrencial y el viento aullaba cada vez más fuerte. Parecía que todo llegara a su fin, y así lavar el lugar de tantas impurezas humanas.
En medio de la furia de la tormenta, los negros aprovechaban para reunirse y hacer sus ritos. Había un jefe llamado Josefo, se caracterizaba por ser el más iracundo y agresivo, dispuesto a enfrentar a sus amos.
La fuerza del movimiento de las corrientes del río y de la lluvia, la mezcla de estos elementos pareció serenar el corazón de Josefo y disminuir su agresividad. Se volvió, encendió dos velas anchas y grandes, y los demás unas más pequeñas. Josefo acerco una botella de aguardiente con pan, queso y aceitunas. Se sentó con el resto del grupo que lo esperaba; estaban sentados en forma de círculo, y dijo amablemente:
- Son todas mis provisiones. Hazme el favor, hermano mío, de compartirlas conmigo.
Todos cenaron sin hablar, acompañados por los sonidos del viento y la lluvia.
Después de comer, la mulata más linda y deseada por todos, pero también bravía llamada Turba, buscó y sirvió tazas de un aromático líquido, y para todos tabacos.
Josefo y Turba a través de sus ritos se transformaban; muchos imaginaban estar lejos de los grandes señores.
Luego Turba se inclinó a la orilla del turbulento río. Josefo que la miraba calló y lanzóun suspiro, también estaba transformado como si fuera otro ser del más allá; lanzó un desesperante grito, cuyo eco cubría toda la selva.
Turba será la quimera que saldrá de la mano con Josefo a vengar las maldades de los señores. Su vida significaba la lucha y el sufrimiento.
Y así una quimera piensa que en el fondo de las aguas del poderoso río Orinoco está sepultada la tierra, que en el silencio de la noche se convierte en vegetales, luego en animales y luego en hombres. Mientras sus almas se perdían en ese laberinto, el resto de sus compañeros comenzaron sus ritos, a quemar hierbas, a tocar el tambor; bailaban y lloraban.
Josefo y Turba jadeaban sintiéndose poderosos, y detrás los demás que decían, “¡vamos por ellos!, ¡vamos por ellos!”. En eso se encontraron al perro de los amos que estaba remojado, y como el animal los conocía los siguió por todo el camino.
Turba gritaba y gritaba como que su aliento fuera una llamarada de fuego en contra de los amos, y tras ella iba Josefo, el perro, algunos de los negros; otros dormitaban la borrachera.
Turba envuelta bajo lo hipnótico de sus quimeras se dijo: “Aquel lugar es sólo de unos pocos”. Josefo no la dejaba de mirar, y se dijo: esa negra, bajo sus quimeras es de unos pocos, y también ese sitio es de otros.
Ya iba amaneciendo, miró hacia las nubes que se mezclaba con el dorado brillo de los rayos del sol.
Escuchó una voz en su interior que le decía: “¡Allí!”
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