viernes, 2 de mayo de 2014

La entrevista

Por Manuel A. Hernández Giuliani

Se encontraba ansiosa por su primera entrevista para una revista, no era una de ciencias como ella hubiese preferido, sin embargo era una importante. Mujer del Futuro tenía por nombre y según la crítica era la más importante sobre mujeres profesionales y exitosas; ella no estaba al tanto de esas cosas, pero le satisfacía saber que le tocaría un poco de fama, mostrar al mundo su capacidad, convertirse en la heroína del siglo.

Dejar un legado a la historia en honor a todas las mujeres le llenaba de orgullo; no estaba acostumbrada a regodearse de sus logros, pero aquel era el más importante que la ciencia podría aportar en siglos y ella era parte de ello, era parte de ese equipo de trabajo y la única mujer.

No se percató de la entrevistadora hasta que ésta realizó la primera pregunta sobre su experiencia y estudios, le respondió tranquilamente esperando que su corazón se acostumbrara a la escena y su estómago dejara salir a aquellas mariposas que le revoloteaban dentro.

Se paseó por todos sus logros académicos y profesionales, galardones que muy pocas mujeres obtenían pero que pasaban desapercibidos en aquella sociedad de estilo conservador. Para estar entre los físicos más importantes de los últimos tiempos había trabajado con mucho esfuerzo, quería que le reconocieran sus logros para obtener la influencia que se merecía en el mundo de las ciencias; su corta edad era su mayor ancla para las costumbres del gremio.

Al dominar sus sentidos y sentirse confiada empezó a detallar su vida a la entrevistadora, una periodista mucho mayor que ella. Se percató en sus rasgos, algo le parecía extraño en aquella mujer, en ese rostro familiar y a la vez desconocido. Con seguridad la había visto en algún programa televisivo, pensó para calmarse.

Escuchó con atención a la pregunta sobre los beneficios que les traería a las mujeres del mundo de concretarse el proyecto «Eternidad». Su respuesta, aquella que había preparado e imaginado mil veces, fue la de una Juana de Arco moderna. Se imaginaba a las mujeres con igualdad de condiciones con el hombre.

El rostro de aquella mujer le recordaba tanto a su madre: ojos grandes y redondos con pestañas largas y pobladas, de cejas finas y retocadas.  En cambio veía a su padre cuando ésta se expresaba: firme y decidido y con una calma que demostraba sabiduría. Era tan extraña esa conversación, sentía estremecer su cuerpo; en su ánimo las mariposas retornaban a su escondite.

No estaba preparada que le refutaran su opinión sobre el brillante futuro de la mujer de tener éxito el proyecto. Cómo se atrevía ésta mujer a decir que existía un riesgo a que los hombres crearan una sociedad paralela, autoritaria y que modificarán el curso de la historia a su antojo y conveniencia. Era una idea absurda, pensaba ella con amargura.

Meditaba las palabras precisas para refutar ese argumento; mirándola con ojos inclementes y de fuego se percató en un rasgo físico de aquella persona que le era de nuevo familiar, la cicatriz, era idéntica...


— Vine a prevenirte sobre este proyecto, el futuro será totalmente contrario a lo que piensas. La sociedad retrocederá al mismo tiempo que los avances de la ciencia descubra el secreto de los viajes en el tiempo.
—¿Tú no eres...?
—¿Ya sabes quién soy, verdad?
—Sí.
—Entonces, en nuestras manos está decidir  lo que debes hacer...

Se levantó y se dirigió a la puerta; antes de salir le dio una última mirada cómplice a ella misma, a su otro yo.

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