Por Irinia Medina
El señor Tiempo hacía de las suyas, amanecía y en un cerrar de ojos la tarde anunciaba el ocaso, la ciudad había perdido brillo, las calles sombrías resguardaban a los malhechores que sin piedad le robaban el aliento a los inocentes.
A pesar de la oscuridad, ese día fue diferente, aunque en esta época se repite frecuentemente, el sol se sacudió tan fuertemente que creó un terremoto enviando lenguas de fuego a todo el sistema solar, las cuales son muy bien recibidas por los planetas: oleadas de energía que transforman las estructuras evolutivas de la tierra, cada vez que ocurre un terremoto solar todo cambia, nadie lo advierte.
Sin anunciarse y menos dar explicaciones Sansón llegó, días antes del escogido por su mamá siguiendo las recomendaciones de algún astrologo para marcar el camino hacia una vida de éxitos y triunfos: seria presidente o un gran empresario, tendría buena suerte. Pero Sansón, discretamente, sin mucha alharaca, dispuso todo lo necesario para nacer, el día en que el sol bramó.
A Sansón no le gustaba estudiar, era torpe con los deportes, lo único que deseaba era estar tendido bajo el sol, mirar las estrellas y jugar con un potrillo blanco imaginario a quien le gustaba que lo llamara UNNI.
Soñaban con batallas épicas, cabalgaban en misteriosos bosques, hablaban sobre el pasado y el futuro, o permanecían juntos, sentados sin pronunciar palabras, simplemente intercambiaban energía.
En la medida que Sansón crecía se iba haciendo más espigado, sus cabellos rubios recordaban rayos de sol, su sonrisa era esplendida capaz de iluminar el corazón más oscuro. Sus padres y maestros siempre se sentían frustrados porque el chico no rendía más, por las noches oía a su madre llorar que se lamentaba porque su hijo sería un don nadie, no conseguiría un empleo importante, un bueno para nada,…
Sansón sufría mucho, no lograba complacer a su madre por mucho que se esforzaba; dedicó todo su tiempo en estudiar; mejoró en sus asignaciones escolares pero un día llegó el olvido de sí mismo, no logró ver más al luminoso caballo blanco aunque estuviera plantado a su costado. Curiosamente, aunque satisfechos todos a su alrededor,Sansón no se hallaba: vacio de todo, medallas en pecho.
Pronto empezaron unas pesadillas repetitivas, corrientes de agua sucia y montañas de lodo arrasando con todo, volcanes incandescentes que estallaban sin parar, vientos, huracanes y grandes nevadas, lo único que calmaba el miedo era una masa de luz blanca que le recordaba a UNNI. Peleaba y luchaba contra el sueño, se cansaba a más no poder para caer como una piedra y no soñar. Una voz dulce y lejana decía constantemente: “semilla de luz, plantada para la evolución, solo atrévete a florecer”.
Salió temprano para ir a trabajar, sólo quería ocupar su mente, conducía su carro y de repente lo sorprendió un golpe seco, no hubo tiempo para pensar, él volaba contra el parabrisas y estallo en mil pedazos, un dolor intenso lo invadió.
Se desprendía de su cuerpo y flotaba, podía desplazarse con sólo mirar su objetivo, libertad se respiraba. A su lado UNNI, quien se mostró en todo su esplendor, Sansón no lo podía creer, su amigo imaginario era un unicornio, de esos que custodian los grandes secretos, capaces de vencer la oscuridad, conocedores del tiempo pasado, presente y futuro, fiel guardián solar, de su cuerno mágico emana una luz intensa, sanadora, revitalizante, hacia vibrar todo a su paso; con voz fuerte, pero amorosa le dijo: “a donde crees que vas…, recuerda tu misión es vivir”.
Sansón pasó los días siguientes en el hospital, inmóvil, embotado, los medicamentos apenas calmaban sus dolores y le arrebataban la cordura, sin saber cuándo estaba dormido o despierto. Como destellos alcanzaba recordar su encuentro con UNNI, pero no lograba saber que le había pasado, lo único que tenía claro era un profundo deseo por vivir sin mayor pretensión que la vida misma.
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