lunes, 29 de diciembre de 2014

En el país de las maravillas

Por Astrid V.

Estaba durmiendo tan plácidamente que sus sollozos me resultaron molestos; abrí los ojos a duras penas y todo lo que alcancé a ver fue una mata de cabello rubio que se sacudía suavemente tras cada nuevo gemido. Me levanté estirándome perezosamente entre los rosales y de un salto me ubiqué a su lado. No era que tuviese deseos de meter mis narices en lloriqueos de adolescentes, pero pensé que quizás podría burlarme un poco de ella.

- ¿Qué te sucede, Alicia? –inquirí con fingida inocencia.

La chica se sorbió la nariz y dirigió su mirada de color cobalto hacía mí que como de costumbre jugueteaba haciendo aparecer y desaparecer las rayas de mi lomo.

- Tengo miedo Cheshire –dijo ella con evidente susto– de que el fantasma de lo común me visite, y se apodere de mi alma.
- ¿Por qué iba a pasar eso, niña?

Se puso de pie sin quitar la vista del horizonte, mientras se alisaba el trozo de ópalo con el que se vestía.

- Quieren obligarme a casarme con el hijo de una familia rica.

Ronroneé, yo no le veía nada de malo: tendría mucho dinero, joyas y vestidos,¿no eran esas cosas las que adoraban los humanos? Pero cuando puse mis ideas en palabras, ella se cruzó de brazos y frunció el entrecejo.
- No quiero nada de eso. Yo deseo ser diferente al resto de las personas...
- Pero niña… –Solté una risita– hay muchas rubias tontas y confundidas en el mundo.

Alicia abrió la boca con intenciones de responder, pero una oleada de viento helado nos sacudió a ambos; me ericé con desagrado y luego desaparecí dejándola sola. La observé girarse mientras se llevaba las manos al pecho, entre tanto las rosas alrededor se cubrieron de una suave escarcha.

Pasados unos segundos la figura brumosa de un hombre en apariencia calvo y de aspecto más bien lamentable se acercó a ella con una mano extendida: claramente sus miedos respecto al fantasma no eran infundados. Presa del pánico, Alicia retrocedió de golpe chocando con el banco donde había estado sentada y cayendo de espaldas al otro lado.

- ¡Cheshire! Ayúdame por favor.

Todo lo que pude hacer fue reír mientras el hombre murmuraba palabras que no alcanzaba a comprender. No fue intencional, pero el sonido de mi risa bañó los alrededores, dándole un aire mucho más aterrador al ambiente.

- Estimada Alicia –dije saltando de un lado a otro hasta interponerme entre el fantasma y ella-, ¿qué es azul con gris y está sentado frente a ti?

Me hice visible de golpe sonriendo de oreja a oreja, como era mi costumbre cuando estaba disfrutando de una situación que parecía desagradar al resto.
- Tú Cheshire, tú eres azul y gris… y te encuentras frente a mí.

El fantasma detuvo su avance, me admiró unos segundos y luego con un chillido ensordecedor desapareció, sin dejar más rastro que cientos de flores llenas de roció. Tras aquello Alicia suspiró y torpemente se puso de pie.

- Gracias por salvarme.
- Niña tonta, te has salvado tu misma.

Me miró como si no comprendiera a qué me refería. Bufé comenzando a desvanecerme, quería ir a echar otra siesta.

- ¿No te has dado cuenta? Eres diferente, Alicia… después de todo ¿Cuántas personas conoces que puedan hablar con un gato?



La anfisbena del medio oriente

Por Geraldine Ladera

Aquiles preparaba su maleta. Sentía en su pecho varios sentimientos encontrados. Estaba feliz por la aventura que emprendería en su nuevo trabajo, pero también temeroso por lo inesperado. Luego, ya más tranquilo, cerró la maleta y con ella los pensamientos de incertidumbre que deambulaban en su cabeza. Iba a ir lejos, muy lejos.

Al llegar al medio oriente quedo asombrado; estaba circundado por personas ataviadas con vestidos llenos de costumbre y color -en algunos casos también con olor-, igual a una fotografía de revista de viajes. Se sintió emocionado.

Llegó a su nuevo trabajo en una empresa multinacional. Lo recibió su jefa: Leyla. Todos en la empresa decían “Leyla hace que las cosas sucedan”.

Aquiles la veía como un modelo a seguir; observaba cómo tan despampanante mujer captaba la atención con tan solo atravesar la puerta. Sus palabras penetraban hasta en las mentes más fuertes como una especie de hechizo. Todo lo que se proponía lo lograba.

Al tiempo, Aquiles nota la ausencia de dos de sus compañeros. Intrigado, se reúne con Leyla para hablar sobre ello.

— No te preocupes. Los he despedido —decía a Aquiles observándolo con sus ojos almendrados marroquíes desde su escritorio en la suntuosa oficina—. Nos la apañaremos con el volumen de trabajo.

Pero continuaban los despidos y Leyla tenía cambios bruscos de humor que oscilaban entre su típico brillo a enfado, como si una maldición árabe posase sobre ella.

Paseando por el mercadillo de las calles del centro al anochecer, Aquiles sintió que lo toman fuertemente por el brazo. No reconoce el rostro pero si la voz: era Salim, su ex colega.

— Corre… Aléjate de Leyla.. Huye lejos… —murmuró. Y en un abrir y cerrar de ojos desapareció.

Preocupado, días después, se encontró sólo en un mar de escritorios vacíos. Leyla comenzó a lamentarse de que todos conspiraban contra ella. Aquiles estaba agotado y entregó a Leyla su carta de renuncia.

— ¡No me puedes hacer esto Aquiles! —le replicó exaltada con lágrimas en sus dulces ojos.

— No puedo más… No puedo continuar con la carga de trabajo de todos —respondió Aquiles somnoliento por trabajar a altas horas por meses.

El sueño se le quitó de un golpe. Mirando fijamente a los ojos de Leyla observó en ellos el reflejo de los rostros despavoridos de sus colegas; luego escenas de como ella, transformada en un monstruo de dos cabezas, se alimentaba de sus cadáveres. De repente la puerta de su oficina se cerró al improviso y las luces empezaban a perder intensidad y fuerza.

— ¡Ahora te toca a ti! —gritó Leyla con voz grave como proveniente del más allá desdoblándose en dos: en la mujer admirable unida por un cuerpo con forma de serpiente viscosa a otro extremo con un yo más oscuro de dientes afilados.

Se movía con la velocidad del aleteo de una libélula. Aquiles la esquivaba despavorido tratando que ella se enredase en sí misma.

Agarró las tijeras del escritorio y se la clavó a una de sus cabezas. Salió del edificio corriendo al mejor estilo de Sodoma y Gomorra sin ver hacia atrás dejando a los lejos los gritos de aquel intimidante monstruo.

Tomó un taxi directo al aeropuerto. Sentado en el avión jadeando, cierra la persiana de la ventanilla velozmente. Un viejito con turbante sentado en silla de al lado le dice:

— ¡Hijo, cálmese! ¡ni que hubiese visto una anfisbena en las arenas!

La verdad de Hanne

Por María Alejandra González

Hanne es un artesano de oficio, tamaño mediano, algo musculoso, arraigado a la tierra y muy solitario. En su taller él se siente un hombre mágico con sus manos, tiene el poder de crear juguetes únicos para los niños y cuando no se está allí se siente perdido.

Recordó su infancia junto a su padre. De cómo los demás niños se burlaban de él por algunos rasgos en su rostro, como fue menospreciado por las personas del pueblo y lo desafortunado que ha sido con respecto al amor. Por ello decidió crear juguetes para los niños y hacerlos muy felices.

Su padre le regaló un caballo cuando era niño. Hanne muy emocionado decide llamarlo Stratego. Éste era un caballo de gran alzada y color negro azabache. Inquieto, veloz y manejable con él, podía comunicarse de una forma diferente, no entendía como lograba eso, pero conocía todo de él.  Statego resultó ser su mejor amigo de infancia, juventud y hasta su refugio en los momentos de soledad.

Su padre cuando agonizaba en el lecho de muerte le dice: “hijo ve al bosque que allí sabrás la verdad. A mi lado has aprendido el oficio de artesano, pero también sé lo mucho que sufres con las personas que nos rodean, no comprendes cosas de ti mismo y pronto te serán reveladas”.

Al morir su padre, decidió ir en busca de la verdad lejos del pueblo. Pasó horas caminando sin rumbo, sólo sabía que debía ir al bosque. Su cansancio lo va venciendo, sus pensamientos y recuerdo lo van llenando de dudas.

Aquel día mientras caminaba ví un atardecer esplendido y decidió sentarse bajo un árbol muy frondoso por un buen rato cerca del río Guden a descansar. Poco a poco va oscureciendo en el bosque, pero el cielo se ilumina de estrellas unas más brillantes que otras. Él se queda fijamente mirando una de ellas y le pide con todo su corazón que le muestre lo que su padre le había dicho,  y sin darse cuenta entra en un profundo sueño.

Las ramas de los árboles se movieron, escuchó susurros, sus zapatos se desamarrarón solos, entonces vio personas pequeñas caminando de un lado a otro. Vio algunas luces a lo lejos y escuchó un canto hermoso; la voz fue melodiosa. La voz tan cálida, suave y dulce lo hizo rememorar una canción de niño.

Comenzó a buscar la voz recorriendo todo el borde del río, el cual estuvo iluminado por la luna y las estrellas. Cuando llega al extremo ve a una mujer pequeña, con apariencia frágil y delicada, orejas puntiagudas, piel pálida y ojos almendrados, su ropa de tonos verdes y marrones, pero pensaba que era su cansancio o su imaginación jugándole una mala pasada.

Se queda por unos minutos inmóvil ante la elfa y ante su melodía, ¿cómo podría saberla?  Detiene su canto : “no te asustes, no te hare daño”; le explicó que a través de esa canción lo hizo que llegará hasta ella.

Después de un rato la comunidad elfo se dejó ver por Hanne y lo rodearon. Todos con la misma apariencia de la mujer elfa.

-¿Por qué ahora logro verlos a todos?, he pasado muchas tardes en este bosque tarareando esa hermosa melodía, junto a mi caballo Stratego y jamás los había visto.  
- le pregunta Hanne.

- Los elfos nos dejamos ver por algunos humanos y sólo de noche – le explicó con su suave voz.

Él sigue abrumado con todo aquello. La mujer elfa le toma de la mano, le va enseñando todos los poderes y dones sobrenaturales que poseen cada uno de ellos, le explica como la comunidad está contenta. Él tenía mucho tiempo sin sentir felicidad y paz.

Hanne comienza a ver una luz que lo va cegando, se da cuenta que es la luz del sol, Queda desconcertado por todo lo ocurrido en su sueño. Él creía que todo era real.
Se levanta del piso,  comienza a caminar con mucha tristeza hacia el pueblo. No entendía para qué su padre lo había enviado al bosque si no encontraría nada.

En el camino rumbo a casa va tarareando aquella melodía. En su taller comienza a crear muñecos de madera con características de elfos tal y como los había soñado.
Los días pasan, él sigue pensando en esa noche donde se quedó dormido y fue tan feliz. Recordó nuevamente las palabras de su padre: “hijo ve al bosque que allí sabrás la verdad”.

Hanne se atreve a salir del pueblo otra vez. Camina muchas horas rumbo al bosque para entender las palabras de su padre antes de morir. Se va hacienda de noche cuando vuelve a sentir el cansancio;  se sienta a los pies del árbol donde estuvo la última vez. Allí descansa y entra en un profundo sueño.

Escuchó una dulce voz que le dice: “Hanne despierta se te está revelando lo que tanto anhelabas saber acerca de ti. Soy tu madre y me llamó Karena; las normas de la comunidad elfo no me permitieron estar mucho tiempo a tu lado debido a la naturaleza humana de tu padre. Al morir él, la ley que rige nuestra forma de vida me permitió mostrarte el camino hacia mí y así explicarte tu origen semielfo”.

Asombrado se despierta, ve a los elfos junto a él y piensa si es real o sigue siendo un hermoso sueño todo aquello que le dijo la mujer elfa.

Hanne permanece unos instantes pensando todo lo que le estaba diciendo su madre, porque para él la vida en la ciudad junto a su padre fue muy difícil, llena de mucha tristeza por sentir que no pertenecía a ese lugar.  Su mayor temor sería despertar y perder la magia del bosque junto Karena y todo los elfos. Es allí cuando él comienza a entender por qué de niño lograba comunicarse con los animales y sobre todo con su amigo Stratego, jugar con los elementos naturales: agua, tierra, fuego y aire.

Karena ante la confusión que ve en el rostro de Hanne le hace la pregunta más importante de su vida:

- ¿Te gustaría permanecer aquí en el bosque con nosotros, podrás desarrollar tus poderes y estar a mi lado o regresar a la ciudad con tu antigua vida?

-Me quedaré en el bosque junto a ti - contesta Hanne,

Karena lo abraza y le dice:

- ¡Que feliz me haces, nunca más volveré a dejarte solo!  Te amo hijo.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Paraíso de dioses

Por Leonardo Molina

Suyas serán sus pasiones, vivirán plasmadas en ellas…

De agua vienes de aguas serás, en Río Orinoco te convertirás.

En el cielo yaces, matices de tus colores le darás; nacerás con la luz del sol dando matiz azul; muriendo la luz con el color rojizo y naranja te despedirás.

Por las nubes te escondes y pasas sobre ellas rasante; en las nubes te perpetuarás.

Entre verdes se transportan siendo guardianes invisibles en su  palacio terrenal; entre verdes y matices podéis engañar.

De piernas te vales para andar pero con cabeza y brazos de toro te basas para luchar.

Tan ágil y tan fuerte como el caballo trasciendes velozmente y te haz de perder entre las vistas sin parpadear; y con la cabeza de humano te basas para razonar, domados serán en caballos a los hombres les servirán. 

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Desde entonces la sirena fue convertida en Río Orinoco; el informante de los cielos Ave Fénix, en matices del día, naciendo al amanecer y muriendo al anochecer; el hipogrifo yace en las nubes dándole sus tonalidades grisáceas y blancuzcas como lo que fue el color de su piel; los celososelfos dispersos en la vegetación dándole al follaje el degradado verdoso a través de sus cambios de humor; los guerreros minotauros ya no tendrían piernas con que correr y brazos con que luchar y quedaron como toros a merced de la humanidad; sus enemigos centauros ya no razonarían como seres humanos y en caballos quedaron plasmados.

Y así nació un paraíso de paisajes a través de los que fueran sus diversos habitantes, quienes les dan vida sin voz pero se manifiestan en cascadas, vientos, colores variantes, chillidos domables, pasos retumbantes, todo por desafiar la naturaleza y creerse dueña de ella.

Sin darse cuenta de inmenso paraíso donde había espacio para todos, y ahora cada uno ocupa su espacio en un espectacular collage, relacionándose entre sí manifestando sus exóticas bellezas, las cuales han inspirado a ser exploradas, cantadas y fotografiadas; una belleza que habían olvidado tener pero que ahora tendrán sus espectadores para reconocerlas. 

sábado, 3 de mayo de 2014

Perdida en el bosque

Por Nelsy Olivares


En medio de un bosque vive una linda niña llamada Zasha con su abuelo Merchol y su mejor amigo el perro guardián. Rodeados de animales, árboles y flores ellos están muy felices.



Todo solía ser tranquilo hasta que una mañana la niña se despierta sin imaginarse lo que le puede pasar. Muy contenta le dice a su abuelo “voy a recoger muchas flores para adornar la cabaña”, y él contesta, “está bien Zasha pero no te alejes mucho hacia el bosque porque no me gusta”.


Ella responde “Sí, te lo prometo abuelito”.


Se despide y sale muy contenta con guardián y su canasta cantando por todo el camino, cuando de repente el perro empieza a ladrar muy asustado y retrocede.


La niña le dice “por qué ladras guardián, a qué le temes”. Ella al voltear y al alzar la vista queda estática, temblorosa y con ganas de correr pero las piernas no le  responden, al mismo tiempo pega un grito “auxilio, auxilio”…  Guardián sale corriendo para de alguna manera avisarle al abuelo. 

Llega a la cabaña ladrando.  


El abuelo imaginando que Zasha estaba en peligro sale a buscarla. La niña en medio de su miedo siente que algo se acerca.


Ella dice “No me haga daño por favor”. Al mismo tiempo escucha  “No temas soy tu amigo ven acércate”. Ella asombrada de lo que veían sus ojos dice “¿Quién eres?... ¿porque eres así?... Él le responde “Soy un centauro y me llamo Quirón”. Al mismo tiempo le dice “Ven súbete que te llevo a tu casa, te deben estar buscando”.


Ya a mitad de camino se acerca el abuelo con guardián y al percatarse que la niña  viene en el lomo del centauro le grita “Zacha ten cuidado te puedes caer”.



Ella le responde “abuelito él es mi amigo, el centauro  no me hará daño”.


Laberinto

Por Raymar Lara

La oscuridad había quedado atrás. El despertar fue duro y su cuello estaba rodeado por un eslabón de acero y al moverse escucho el sonido de las cadenas que lo sujetaban a la pared. Siempre olvidaba que estaba prisionero. 
Luego de recordar su situación, desde el inicio del día, el gigante de rostro taurino planeaba como liberarse de las ataduras que habían sido maldecidas especialmente para evitar su liberación. Al final llegaba a la conclusión de que sólo podría lograrlo con la ayuda de la mujer que atendía sus necesidades en el laberinto.
La silenciosa chica que en otros tiempos habría sido ofrendada para satisfacer su hambre era su único contacto con el mundo exterior y quien diariamente le servía desechos con desprecio y con altivez. Sin embargo, en vez de sentir odio por ella, cada vez que la miraba imaginaba como se sentiría poseerla, someterla a su voluntad.
La mujer nunca lo miraba, estaba perfectamente entrenada para evitar ser su víctima, así que sólo abría la puerta del centro de laberinto cuando era absolutamente necesario. Su misión era alimentar a la bestia y mantenerla con vida, las razones por las que lo hacía permanecían ocultas para él. Era de su conocimiento que desde hace algún tiempo ya no había necesidad de seres como él, los humanos se sacrificaban mutuamente usando rituales de otros tipos.
Para someterla sólo tenía que lograr que se acercara. Y era tan simple. La única forma de lograrlo era fingiendo que no podía hacerle daño, simulando que estaba muerto. Se quedó tirado en el piso del laberinto, no tocó su comida ni tampoco trató de arrancar las cadenas que sujetaban su cuello. Permaneció así por días y el alimento que traía la mujer seguía apilándose en la puerta.
Comenzó a debilitarse, sabía que tenía que decidirse pronto: se daría por vencido o moría intentándolo. Cuando escuchó la puerta abrirse decidió probar una vez más. No hubo más sonidos y fue difícil resistirse a la tentación de verificar si la chica seguía aún en el laberinto. Su pregunta fue respondida rápidamente. Sintió el calor de la mujer cerca de su cuerpo; escuchándola sollozar supo que lo había logrado, pero en vez de tomarla y obligarla a liberarlo, sintió deseos de consolarla.
Al abrir los ojos vio a la mujer ahora sobre su cuerpo con ambas manos cubriendo su cara. Quería consolarla, acabar con su dolor y sabía perfectamente cómo hacerlo. Extendió su enorme mano sobre su rostro y sintió el sobresalto en el cuerpo de la mujer, luego ella permaneció inmóvil;  su mano  sobre su cuello aumentaba cada vez más la presión.
El llanto de la chica había cesado, sus ojos teñidos de líneas escarlatas eran fríos y no demostraban súplica ni dolor. Sabía que todo acabaría pronto y habría fallado: el minotauro quedaría libre.
Recluido por tanto tiempo en su laberinto,  empezaría ahora a caminar libre sabiendo que sólo él poseía el control sobre sí mismo.

Sátira del sátiro (o sátiro de sátira)

Por José Francisco Castillo Machalskys

–Doctor, tiene que ayudarme- imploró el extraño sujeto-. No estoy funcionando como es debido, pero…
–…usted nunca falla y no se explica por qué ahora no se erecta- completó el viejo urólogo, aburrido ya de escuchar la misma introducción en al menos el 95% de sus  pacientes.
Pero, a decir verdad, éste le inquietaba. No tanto por la diminuta estatura y cara de diablillo, por la toalla que rodeaba su cabeza a manera de turbante y por los anchísimos pantalones de loneta que cubrían –más bien escondían- sus piernas, sino por la angustia atávica, orgánica y definitivamente auténtica que lo eximía de simular calma o pretendida madurez.
–Si supiera quién soy, no sólo le extrañaría mi visita; huiría aterrado, en busca de lugar seguro- advirtió con un dejo de amargura.
–Para amenazas estoy yo, el médico- intentó bromear el urólogo, con total fracaso, dada su naturaleza cascarrabias-, así que baje su pantalón hasta el muslo y echémosle un vistazo al causante de sus penas.
Sorprendióle al especialista el uniforme y espeso pelo que cubría las partes nobles del paciente. Y el pene… ¡Dios! No había palabras para describir aquella monstruosa masa tubular, de grotesco prepucio como capullo de oruga.
Grotesco y todo, hizo el galeno lo suyo como buen profesional que era. Escrutó, palpó, auscultó, interrogó, y presto dictó su diagnóstico.
–Me dice que acostumbra beber vino a borbotones junto a su amigo pan-pan, a tocar flauta, corretear mujeres en los poblados- supuso el médico que así llamaba el sujeto a algún sector de la ciudad- y tener sexo días enteros con sus noches… amigo, usted sufre de estrés hiperfuncional. Necesita descansar.
–…¿¡Descansar, dice usted!?- bramó el hombrecillo, como endemoniado-. Le escuchara mi señor Pan, amo del vino y la francachela, y le mataría con un rayo por sus sacrílegas palabras. ¡Descansar! Si me nutren el dulzor de la uva fermentada y el casto terror de las doncellas acorraladas, que suspiran por tomar entre sus manos este miembro ahora desvanecido…
–…y que volverá a funcionar si, además del descanso, se toma esto- atajóle el urólogo en su dramático discurso colocando un puñado de traslúcidas grageas azules en su mano.
En medio de su arrebato, el extraño engendro tragó todas las pastillas de un empellón.
“Le doy dos minutos para que le dé un infarto”, pensó el doctor, aterrado. En efecto, el cuerpecillo del sujeto comenzó a sacudirse entre espasmos y sudores espesos. Mas, lejos del pronosticado colapso cardiaco, su retráctil miembro comenzó a elevarse hasta llegar a la altura de su frente.
–¡Júpiter, vuelvo a ser un verdadero sátiro, bello y majestuoso hijo de Seleno el follador!- gritó, arrancándose la toalla y los pantalones para exhibir con orgullo su cornamenta y sus patas de carnero-, dijéronme de buena fuente que usted era un mago en eso de levantar ánimos caídos, ¡y vaya que era cierto! Ahora os dejo, avejentado hijo de Hipócrates, pues chavalas y maduronas aguardan por mis favores… ¡que los dioses os bendigan!
Y con un estruendoso golpe, echó abajo la puerta del consultorio.
“Las tretas que inventa la gente para obtener viagra gratis y sin prescripción”, reflexionó el viejo urólogo, sacando los lentes de su amarillenta bata para dejarlos caer sobre el puente de su nariz.    

Perla negra

Por Daniel Jerez

-¡Oh!, disculpe que error tan tonto he cometido- dijo Perla.
- Pero esto es impresionante, tenía que pasarme a mí ¡coño! -  pronunció con ahínco Fausto.
- Le serviré otro café si es necesario señor, disculpe de verdad mi estupidez.
- Olvídalo, eran mis palabras de aliento filosófico para el difunto camarada Lázaro. Buen amigo de la lucha de ideas.
- Espero no le haya borrado la idea con el disgusto.
- No te preocupes, ya te lo dije, son sólo palabras para rellenar esta situación.
- Creo que su compañero ha debido ser un mártir, el altísimo sabrá como recompensarlo.
- Sigue diciendo tonterías y llegaras a creer en unicornios.


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Estaban en una pequeña funeraria, recinto de dramas humanos y un pensamiento de cloroformo dando trastos de aquí para allá en la testa.Fausto procedía a darle reconocimiento al cuerpo de su amigo Lázaro, el buen camarada que arriesgo su vida por ideales.
Una huelga de hambre le sello un pasaje sin retorno. Entendía que estos recintos invitaban gente de bulto para el desconsuelo mecanizado, por eso aborrecía las despedidas lagrimosas para el cielo que nadie conoce.
Su mirada no estaba tanto impactada por la desaparición de su compinche, más bien el tono de ese cortejo fúnebre se vio aplacado por el incidente del café caliente sobre unas palabras trilladas.
De hecho estuvo de acuerdo con el error de la chica que sirve las bebidas y las sonrisas, pudo arrebatarle la taza de las manos pero un movimiento en falso y fue a parar con gracia sobre sus bocetos de orador. Perla se llamaba la chica torpe de la fuente de soda para botanas y pañuelos desechables.
-       ¿Y dime porque trabajas en un sitio tan patético como éste? -  pronunció con cierto sarcasmo Fausto.
-       No tuve opción, fue lo primero que conseguí en los clasificados. Le empecé a tomar cariño después de tres meses, antes era depresivo.
-        Valoro el silencio de los cuerpos - sentencio Perla con un aire reflexivo en el ceño.
-       Eso es una crónica para mi columna universitaria, cuéntame más por favor - parecía extasiado por la curiosidad del empleo.
Perla abría como una ostra sus grandes ojos rayados, no sabía si se burlaba de ella o sólo tenía una curiosidad grotesca.
-       Dependiendo del día los llantos son más intensos. Unos se jactan de la herencia que demandan como buitres, y cuando la clientela es muy baja mi jefe empieza a rezarle a la parca.
-       Que impresionante el negocio de la muerte, no imaginaba que fuera una temática tan contradictoria.
Una de las tías de Lázaro exclamó “¡Porque a mi sobrino si era como un santo ese condenado!”.
La hora libre de Perla se iba terminando y no había planificado una entrevista detallada sobre su modus vivendi. Ahora debía irse a su clase, estudiaba pedagogía, pensaba que no había nada más hermoso que enseñar a los niños para que luego ellos encontraran sus propios tesoros. Fausto copó la atención de su casa de estudios con la columna de circulación semanal del diario universitario. La llamo “El arte de morir”.
Una sonrisa melancólica para variar, Perla brillaba en recintos oscuros, luego resucitando sus labios marchitos para compensar la compañía de su entrevistador ocasional produjo consuelo a aquellos seres necesitados de motivos. Sus sueños volvieron a la vida.
-¡Espero conquistar tus brazos con mi cadáver!- exclamó con hilaridad, amaba los finales del celuloide esa Perla negra de la alegría.
La noche brillaba con una luna moribunda de grandeza. Esto tomará tiempo; los pésames son en una hora, empecemos a darle autógrafos a los pesimistas, dijo con perversidad Fausto, el amigo del difunto.

¿Sirenum Scopuli? ¡Starbucks!

Por Verónica Esparza

"Desde que me mudé a París soy feliz. Bastián y yo nos llevamos realmente bien. A veces me da nostalgia haber dejado Venezuela, pero no puedo vivir sin él, yo siento que...", Aglaia cerró de golpe su cuaderno y sonrió.

- ¡Tú siempre llegando antes de tiempo amore mío!- dijo. Estaban en una cafetería en Champs Elysées, donde solían encontrarse después de sus trabajos.

-Oye Agla, ¿Te has dado cuenta de que el logo de Starbucks es una sirena?

-¿Una sirena? Chanfles. Tengo cuatro meses viniendo a diario y no había caído en cuenta. Pero... ¿qué tiene que ver una sirena con café, té y galletas?- dijo Aglaia de una manera risueña y curiosa.

-Cuenta la historia de Starbucks que uno de sus tres sueños amaba leer Moby Dick y quería llamar el sitio como el barco: Pequod, pero en ingles pee significa "pis". Buscando y buscando, le gustó a todos el nombre de un timonero que acompañaba al capitán Ahab: Starbuck.

 -Pero en Moby Dick no hay sirenas, Bastian -interrumpió Aglaia.
- No te quejes, que si te cuento sólo lo de la sirena, después me preguntas "¿y por qué se llama Starbucks?"- ambos comenzaron a reír.

-No entiendes el por qué tiene que ver porque cuando estudiaste filosofía te metiste un... ¿puñal es que dices tú?...

- ¡Jajaja, mi Basti ya habla venezolano! - rió Aglaia.

-Eso, un puñal de los griegos, y crees que las únicas sirenas que existen cantan hermoso y son mitad mujer-mitad ave. Te sabes todos los cuentos de los marineros que eran llevados por sus voces melodiosas hasta aquella isla, ¿cómo era que se llamaba?

- Sirenum Scopuli - contestó ella.

-¿Ves que te sabes esa historia?.

-Pero no, Mon chère -continuó Bastian-. Cuentan las leyendas del café que una sirena viajó a Etiopía y atrajo a unas cabras a comerse los frutos de un arbusto. Al comerlo las cabras comenzaron a bailar y brincar muy enérgicamente. Su dueño, un pastor llamado Kaldi, decidió probar la fruta roja. Se sintió muy animado y revitalizado, por lo que le llevó el café a un santo quien sintiendo el poder de la sirena los lanzó al fuego. Esto liberó el aroma maravilloso del grano y así el café se dio a conocer. Cuentan también que, después de eso, los contrabandistas llevaron café por todo el mundo con la sirena de guía.

-         Bastián, estás inventando. Na guará, ¿qué va a saber la gente que viene a Starbucks eso? Me parece que nadie sabrá la relación nunca.
-         Bueno, ahora tú lo sabes:  La sirena atrae a la gente a consumir café.

"Hoy aprendí algo nuevo. Resulta que ahora existe la mitología urbana y mi novio es su principal evangelizador", escribió Aglaia más tarde en su mural de Facebook.

Para vivir en paz

por Kali Volcán


El primer día en esa oficina y ya sentía el rostro endurecido, como solía sucederle siempre que estaba incómoda. Ana María sabía que no sería fácil disimular su poca paciencia. “Todas, en todas partes, son iguales”, pensaba. “Si tan solo hablaran lo estrictamente necesario”, “si me dieran más trabajo que a más nadie”, “si pudiera evitar la hora de almuerzo”, imploraba sin esperanza dentro de sí y sólo para sí.

Recorría los distintos módulos y departamentos que le iba presentando su jefe. Sin darse cuenta, miraba de tanto en tanto y rápidamente hacia el techo, mientras suspiraba corto y hondo, como quien busca alguna aprobación divina a su autocontrol.

El reto en su carrera o los cambios cualquiera que ellos fueran no constituían para sí ningún problema. El basto mundo entre la contabilidad, la administración y las finanzas por el contrario, le brindaban confort y seguridad. Era natural para Ana María su entendimiento con los números, que al pasar de los años ganaba mas confianza en ella. La fastidiaba en cambio la subjetividad y para ella el disimulo no tenía ninguna razón ni asidero, sino el de llevar la fiesta en paz.  Así era para ella la paciencia que colindaba mas bien con estoicismo, cuando tenía que interactuar con sus congéneres.

Sabía con certeza que surgirían problemas.  La experiencia le había enseñado con toda claridad que llevar una vida sosegada y serena era suficiente motivo para el conflicto. “Conflicto para las mujeres, es la falta de conflicto”, era una de sus particulares teorías, según ella comprobada. Un canon muy importante era el de no hablar de más, pero tampoco menos.  Era necesario encajar el decir y el actuar dentro de ciertas precauciones y sobre todo, debía haber consonancia.

Por ejemplo, admitir que ella se sentía mas sabia y mejor físicamente ahora que a sus veinte años, que tenía una vida familiar armónica, que su marido la adoraba, que sus hijos, dos varones por fortuna, eran fáciles y serenos, que no tenían problemas económicos, que tenía una casa hermosa y ya saldada e incluso, que el perro jamás le había destrozado un zapato, eran suficientes razones para que enfilaran sobre ella todos los misiles femenino y se encendiera una segura guerra al cabo de poco tiempo.

Tenía que buscar, como en las cuentas, un saldo rojo y como entre cazadores, un buen disfraz para el despiste. Levantar un rumor sobre algún punto enrarecido en su vida. Estaba convencida que eso sería suficiente para iniciar además de un trato cordial y de respeto, una buena distracción entre sus compañeras. Inició un plan ligero. Sabía que el encuentro a la hora del almuerzo de manera constante, sería inevitable. No le gustaba planear sobre la idea de una enfermedad y tampoco que fijaran la atención en su entorno familiar. Todas las baterías debían entonces apuntar hacia ella. Era necesario arrojar desde un principio el drama en ese nido de “urracas”, que solo engullendo chismes se serenaban.

Se inventaría un amante, era muy fácil. Tan solo un guiño disimulado en el momento apropiado, un comentario tremendista y jocoso de ella, la “nueva” de la oficina. Debía desaparecer de vez en cuando o imbuirse en el teléfono y sembrar la idea con falsos pretextos, de falsos textos, de un falso “extra” de sexo. Calmaría a la bandada que estaría feliz con el bocado. Las tranquilizaría a costa de ella, de su propia reputación. Sería su anzuelo, pero también su salvación.

Nuevo Circo

Por Ángela Hernández

El caos  se había adueñado de Caracas, no había nadie que al parecer pudiera parar esta situación que estaba generando pánico entre los habitantes. Desconcertados no podían creer lo que sus ojos se toparon aquella mañana de octubre: un centauro en pleno centro de la ciudad.

Atravesando la Avenida San Agustín la gente se preguntaba atónita: “¿De dónde salió?”; “¿Quién lo podrá detener?”

Recorría las calles y aceras destruyendo casi todo a su paso. Sus poderosas patas ganaban terreno en el asfalto con facilidad. Se disponía a cruzar destinos en busca del lugar que le pertenecía, ya que una cita de centauromaquia lo esperaba en el Nuevo Circo, desde hace siglos atrás.

Era difícil detenerlo porque su paso marcaba la furia entre el cuerpo de un rápido caballo y la de un hombre racional que buscaba, entre la Avenida Bolívar y San Agustín, la batalla que había marcado su destino para darle fin a una larga historia.

Luego de esquivar ágilmente a policías, quitar de su paso a vendedores ambulantes y a mujeres enardecidas por la novedad que se estaba presentando en Caracas, el centauro logró finalmente llegar a su destino. Tras tirar la puerta del Nuevo Circo abajo, aún parado sobre sus patas traseras, fue capaz de contenerse y golpeó a la puerta con una de sus manos para hacer una entrada triunfal.

La sorpresa fue que allí, en medio de esa desolada plaza, los siglos habían pasado y con ella las batallas y encuentros que ahí se habían pautado. No había público ni nadie que celebrase su llegada, todo era un cambio que no podía explicarse.

El centauro, imperturbable frente a la realidad que le golpeaba la cara, se abrió paso entre los sueños para volver al espacio griego al que siempre perteneció.

Nueva vida

Por Amanda Pérez

—Prométeme que no te quedarás…—le había dicho Vicenta unos minutos antes de cerrar los ojos para siempre.
Pancho no pudo responderle, simplemente la observó mientras moría. Era verdad, no podía quedarse, pues ahora estaba totalmente solo… como le había pasado ya tantas veces.
Los hijos de Vicenta, Carlota, Marianela y Ricardo, llegaron al día siguiente. Pancho ya los conocía, pero los notó diferentes. Sus caras, feas de por sí, tenían una expresión nueva; no era dolor, no era tristeza… era avaricia. No habían enterrado a Vicenta y ya se estaban peleando por la casa, por los muebles, por las joyas, por las cortinas, por las plantas del jardín.
Pancho los observaba en silencio. Él sí estaba triste; Vicenta había estado con él durante más de treinta años. Ahora estaba solo y tendría que empezar de nuevo, pero sentía que no tenía valor.
Los días pasaron y las peleas siguieron. Marianela y Ricardo habían destruido la vajilla italiana de Vicenta en un ataque de furia. Se habían lanzado los platos el uno al otro hasta que no quedó ni el platico de los postres. Carlota ya había vendido más de la mitad de las joyas de su madre y pensaba comprarse un carro nuevo. Eso sí, todos vestían la ropa más negra que se ha conocido, porque estaban de luto, de eso no hay que olvidarse.
—¿Qué vamos a hacer con él? —chilló Carlota, señalando a Pancho.
—¿Yo qué sé? Ese bicho ni habla—le respondió su hermana.
—Habrá que soltarlo—dijo Ricardo—. Yo no me lo puedo llevar a mi casa.
—Ayer vi una receta de sopa de loro…—sugirió Carlota.
Los hermanos se miraron unos a otros y luego rieron a carcajadas dignas de una película de terror de bajo presupuesto. Esto alteró a Pancho; había pasado los días más tristes de su larguísima existencia en una especie de limbo, pero el hecho de que pensaran comérselo era demasiado. Tenía que despertar y comenzar de nuevo.
A las siete de la mañana Carlota bajó dispuesta a comenzar la preparación de la sopa de loro. Abrió la jaula, pero no pudo agarrarlo porque el cuerpo de Pancho comenzó a quemarse ¡A quemarse!
—¡Se quema el loro! —gritaba Carlota desesperada.
En segundos, Pancho había quedado reducido a cenizas. En absoluto y total estado de shock Carlota, Marianela y Ricardo habían botado los restos del loro mudo por la ventana.
Pancho renació en la madrugada. No era fácil ser un ave fénix en un mundo lleno de seres malvados -aunque Vicenta había sido la excepción-. Menos mal que ningún humano sabía que las aves fénix podían cambiar su forma a voluntad, quién sabe qué les harían si se enteraran. Ahora Pancho tendría que convertirse en otro tipo de ave… una guacharaca no parecía mala idea por el momento.
Carlota, Marianela y Ricardo dejaron la casa de su madre al otro día. Nunca llegaron a su destino porque un montón de guacharacas chillonas persiguieron el vehículo y lo picotearon hasta que Carlota perdió el control.
El carro, que rodó barranco abajo, se incendió. Todo quedó reducido a cenizas.

Monstruos bajo la cama

Por María Eugenia Contreras

Ya habían pasado dos años y él aún no cumplía su promesa. Fue una de las dos únicas cosas que le exigió firmemente durante 42 años.

Fue mucho antes de esa hermosa mañana de septiembre cuando se dijeron el sí delante de Dios, de amigos y familiares, absolutamente convencidos, casi con la seguridad del mejor clarividente, de la vida plena y feliz que les esperaba y del hogar soñado que iban a formar y que en efecto habían formado.

Tuvieron dos hijos propios y uno adoptado - nacido del corazón solían decir -, una casa hermosa, diseñada por los dos y construida como todo lo demás, con el trabajo de un dúo que siempre funcionó como uno.

Le habría podido perdonar casi todo. Adela estaba convencida que con los años los inconvenientes se sopesan frente a las consecuencias a largo plazo de las decisiones tajantes y definitivas y siempre las primeras quedaban disminuidas. La singular y principal prohibición inquebrantable repetida por 42 años fue justamente en la que él tuvo la osadía de caer… “lo único que no puedes hacer Roberto, es tener la desfachatez de dejarme viuda”, le decía siempre. Y fue exactamente lo que hizo.

Así nada más un día como cualquier otro, no despertó y quedo medio sonreído con el ridículo pantalón bombacho que usaba de pijama alabando por años la supuesta comodidad de la prenda.  A su lado, caído de la mano derecha, uno de sus siempre frecuentes libros de historia mitológica y fantasía que solía leer y releer. Maravillosas historias atrapaban sus páginas, que leídas por Roberto eran mágicas; por años estudió tanto sobre el tema que era toda una autoridad, al punto que sus nietos curiosos sobre esos asuntos no dudaban en someter sus dudas al estudio de Roberto más que a los libros y documentales; su abuelo era como una especie de Juez que sentenciaba con su tono rotundo las esperadas respuestas cuya certeza era incuestionable.

Dos años habían pasado, la casa se vendió para que Adela no se sintiera sola, pero ¿quién entendía que no era soledad? No estaba sola, estaba incompleta. En sumas y restas había pasado más años con Roberto que sin él, en toda su vida.Ahora no se identificaba con nadie, sus hijos vivían su mundo de rutina agitada, sus nietos eran como alienígenas que aunque manifestaban cariño eran seres ajenos por completo que estaban en otra dimensión.

No sabía dormir en la cama completa, ni cocinar nada en medida que no fuera para dos, nadie completaba sus frases, nadie entendía su sarcasmo adulto y de poca vergüenza como él que reía siempre con sus comentarios, en nadie confiaba para preguntar cómo se veía y subirse el cierre de los vestidos era casi contorsionismo, adicionalmente fallido por la osteoporosis. Había perdido “el filtro” de la educación cuando hablaba con la gente y atentando contra la prudencia dejaba escapar sus opiniones de lo que fuera y con quien fuera, comer era aburridísimo y bañarse daba tedio.

Pero cumplía con sus deberes humanos porque Roberto no podía continuar con su segunda falta, dos años eran demasiado. Él vendría a buscarla como habían quedado en caso de esas emergencias, así que había que estar bañada, perfumada y bonita.

Por años, a la hora de ir a la cama, luego de compartir con su esposa las lecturas fantásticas de sus libros, Roberto bromeaba cuando tocaban el tema de la muerte, quizá para sacudirse de esos pensamientos poco felices de quedar separados en mundos distintos. Ante la petición de Adela,  sostenía “claro pedazo e’ loca que vendré a buscarte…me traeré a la criatura que menos te gusta de mis libros, saldré debajo de cama, para matarte del susto y llevarte conmigo mientras me vuelvo a morir de risa sólo de ver tu cara”.

Roberto, en juego o no, siempre fue un hombre de palabra; seguro algo lo estaba deteniendo un poco, pensaba Adela, así que esa noche y cualquiera en realidad podía ser la noche.

Con los mismos nervios de aquella mañana de septiembre, aguardaba en su cama, a ver sí salía Roberto debajo de la cama acompañado de un Bahamut -sin duda el más feo, raro, incomprensible y aterradora criatura de sus libros-  para asustarla y llevarla con él. Así que, en su lecho, luego de ensayar sus mejores caras de asustada frente al espejo, despidió con un ruido irreverente las buenas noches de los nietos, pintó sus labios de un suave cereza y cerró sus ojos, esperando a Roberto y a su monstruo debajo de la cama, para cruzar a su mundo y estar completa de nuevo.

Mis vecinos fantásticos

Por Patricia Ruiz

Esto  ocurrió cuando estaba pequeño; voy a contar todo tal como lo percibí en ese momento, con la inocencia de un niño de 10 años;trataré de evitar los prejuicios de adulto que ahora padezco.

Vivía en un edificio en las afueras de la ciudad, cuando llegaba del colegio tocaba todos los intercomunicadores del edificio; me deleitaba escuchando las voces de todos los vecinos molestos al descubrir la travesura.

Subía corriendo a casa en el piso 3 y luego de almorzar hacía las tareas para salir a pasear en mi bici por la cuadra. Un día al pasar por el piso 2 escuché una voz grave que me llamaba desde el apartamento 2A.

- ¡Muchacho!

Bajé un par de escalones de una sola zancada para ver quién me llamaba. La puerta estaba entreabierta; respondí desde el pasillo; la voz me pidió que me acercara y le hiciera un favor:
– Necesito que me traigas algunas frutas y pescado fresco del mercado, te daré buena propina.

Esa última frase atrajo mi atención.

- Tengo que almorzar, ¿me espera un rato?- dije con evidente ansiedad.
- Está bien, te espero.
Corrí hasta mi casa; mi abuela ya tenía el almuerzo listo; comí rapidísimo y bajé. Me paré en el pasillo, ya casi iba a tocar la puerta del 2A cuando escuché la misma voz:
- Toma, trae 5 kilos de pescado y todas las frutas que puedas.

Me dio cuatro billetes, eso era mucho dinero, seguro me podría quedar con el vuelto. Llegué con los 5 kilos de pescado del camión que lo vendía fresco en la otra cuadra y muchas frutas del abasto que estaba al voltear la esquina. Toqué la puerta con los pies, tenía las manos y brazos ocupadísimos con bolsas. La puerta se abrió; estaba el señor de la voz grave parado detrás de una barra alta que le daba a la cintura; sólo podía ver su torso, tenía puesta una camisa muy ancha.

Recostada en un sofá estaba una hermosísima señora con una bata rosada y las piernas arropadas con una cobija de retazos.

- Gracias, eres un buen muchacho, por favor quédate con el cambio y vete, te volveré a llamar si te necesito, ¿te parece?

Asentí con la cabeza y con una sonrisa salí corriendo de ese apartamento que tenía un aspecto extraño pues casi no tenía enseres ydespedía un ligero olor a zoológico. Los días siguientes pasaba despacio por el primer piso para atender al llamado del vecino inmediatamente, pero fue  cuatro días después que volvieron a requerir mi ayuda para el mismo pedido: pescado y frutas.
Fui corriendo a comprar, esta vez tenía como motivación adicional a la propina la curiosidad de conversar con los vecinos. Al llegar estaban ambos en la misma posición de la vez anterior, sus poses parecían estudiadas.

Quise acercarme al señor para darle la mano, pero él me pidió que no lo hiciera. Mientras retrocedía de forma torpe tropezó con algo, esto me asustó, lo que hizo que la señora se volteara bruscamente dejando caer la cobija que cubría sus piernas. No pude disimular mi asombro al ver que la cobija ocultaba una gran cola de pez: era una sirena.

La cola se movía lentamente de arriba abajo mientras la hermosa señora comenzaba a llorar, sin decir ni una palabra pero con mucho miedo en su rostro. No podía dejar de verla, enseguida sentí en mi hombro una gruesa mano que me forzó a voltear, era el señor, pero casi me desmayo cuando veo que sus piernas, ¿o patas?, eran de un animal: un centauro. Quise correr pero el señor no me soltó, cubrí mi rostro con mis manos y comencé a llorar de miedo. Me dejaron llorar.

- Cálmate, sé que estás asustado, cuando te sientas más calmado me avisas, quiero contarte sobre nosotros – dijo el centauro amablemente, cargó a la Siena y la llevó al baño a una tina.

Pasaron todo el resto de la tarde contándome como llegaron allí y lo pronto que se iban; la misma persona que los dejó allí los iba a buscar ese fin de semana, había fallado la logística, por eso tuvieron que recurrir a mí para que los auxiliara. Me permitieron visitarlos todos los días que estuvieron ahí, pude verla a ella comer pescados enteros; él a pesar de ser carnívoro se había habituado a comer sólo frutas, por seguridad. ¡Hasta me dejaron tomarles una foto!

Habían sido capturados en su hábitat, eran utilizados en inimaginables y excéntricos circos por los que pagaban mucho dinero. Sólo estaban de paso mientras reparaban los lujosos tráileres donde solían viajar. Se fueron ese fin de semana, de madrugada, nadie los sintió, tal como llegaron.

La foto la revelé con la propina que me habían dejado, aún la conservo como uno de mis más valiosos tesoros.

viernes, 2 de mayo de 2014

Los horrores marinos

Por Luis Mieres

    -¡Veo una cola! –gritó Herman desde el palo mayor de la Betsy-.¡Una cola a estribor!

En el castillo de popa, el capitán Melville hizo girar el timón en la dirección señalada mientras gritaba órdenes a los marineros para que bajaran las lanchas. Herman, desde su punto privilegiado encima de todos no perdía de vista al cachalote que pronto llenaría sus toneles con su preciado esperma. Aunque no iba a participar en la cacería –todavía era un marino novato-, al menos vería con lujo de detalles el ritual completo.

    -¡Estermont venga y tome el timón! –ordenó el capitán.

El primer oficial Estermont lo reemplazó en el timón de inmediato mientras que el capitán llamaba a sus tres arponeros: Jhon, Billy y Roland. Una vez las lanchas estuvieron listas, los tres arponeros y el capitán dirigiendo cada uno un grupo de remeros abordaron sus lanchas y bajaron al nivel del mar para comenzar la caza. Herman les siguió desde el palo mayor y sin perder de vista en ningún momento al cachalote, cuya blanca cola –<<que rara es>>, pensó el joven marino-sobresalía del mar como una punta de flecha.

Herman había visto ballenas antes en el museo marítimo de Nantucket, en Massachussets; recordaba que los cachalotes tenían las aletas dorsales de la cola en forma triangular, y no en forma de flecha. Aquello era bastante extraño, aunque no le dio mucha importancia, pues en seguida siguió con más interés las cuatro lanchas y sus héroes que iban en pos del extraño cachalote.

La lancha del capitán Melville era la que más se había adelantado a la cola del leviatán, mientras que las de Billy, Roland y Jhon comenzaban a abrirse para flanquear a la bestia.

Herman se había fijado, con más extrañeza, que sólo la cola del cachalote era lo que salía a la superficie. Nada se había visto de su cabeza y a la luz de aquel día soleado le costaba ver la silueta del cachalote bajo el mar. Y eso que tenía muy buena vista.

Con todo y eso, vio como el capitán Melville era el primer en lanzar su arpón, el cual se clavó de lleno en un costado de la enorme cola blanca del cachalote, quien en seguida comenzó a moverla de un lado a otro al percibir el dolor. Ya las otras lanchas se disponían a lanzar sus arpones cuando, de repente, del fondo del mar surgieron unos enormes tentáculos. Herman observó atónito, igual que los marinos restantes en la cubierta de la Betsy, que lo que habían tomado por unaballena no era otra cosa que un calamar gigante.

    -¡Es un kraken! –gritó Herman lleno de horror.

El joven marino vio como cuatro de los tentáculos, cual serpientes marinas, comenzaron a aferrar las lanchas que le atacaban, mientras que el resto atrapaba a los aterrorizados marinos y los sumergía bajo una tumba de agua quien sabe si a parar al fondo marino o peor, a la panza del Kraken.

Herman no pudo evitar llenarse de horror ante lo que estaba viendo,preguntándose si había sido sensato haber elegido la vida de marinero. Había oído historias –mitos- sobre los calamares gigantes en las tabernas de Nantucket, pero jamás les había prestado más atención que a los borrachos. Sí el mar escondía una criatura tan fantástica como aquella ¿Qué otros horrores no se esconderían bajo la superficie a la espera de atrapar a unos incautos como lo habían sido ellos? No señor, si la Ira del Kraken no se volvía hacia la Betsy, en cuanto regresara a Nantucket elegiría otra profesión.

Al cabo de un momento cesaron los gritos de terror y los rugidos de la bestia. De las lanchas y sus tripulantes sólo quedaban tablas y unos cuantos náufragos a la deriva. No había rastro de los arponeros y mucho menos del capitán. Herman buscó señales del Kraken, pero éste ya se había ido, sumergido en las profundidades con más de la mitad de aquellos que le habían tomado por cachalote en la panza o la bolsa. Estermont, abajo en el timón, puso el barco en dirección a los naufragos y dio tareas para que los rescatasen. Sin arponeros ni capitán, y sin lanchas, ya nada tenían que hacer en el mar.

-Volvamos a casa muchachos –dijo Estermont en tono sombrío.
Herman, todavía en el palo mayor se compadeció de los que se habían hundido, y comprendió que no volvería a ver el mar de la misma manera, oh no.

Las quimeras de Turba

Por Cristina Bolívar

Esta historia ocurre en el siglo XIX, un tiempo en que nuestros indios y negros eran utilizados como esclavos, época donde se desbordaba la desagradable actitud de maltratar, donde los amos y los dueños de las haciendas humillaban a estos seres como objetos de su propiedad. Todo esto ocurría en Ciudad Bolívar.

La noche extendió su manto negro sobre aquellos lugares y en el río Orinoco se reflejaba la luna llena. Empezó a llover, la lluvia se hizo torrencial y el viento aullaba cada vez más fuerte. Parecía que todo llegara a su fin, y así lavar el lugar de tantas impurezas humanas.

En medio de la furia de la tormenta, los negros aprovechaban para reunirse y hacer sus ritos. Había un jefe llamado Josefo, se caracterizaba por ser el más iracundo y agresivo, dispuesto a enfrentar a sus amos.

La fuerza del movimiento de las corrientes del río y de la lluvia, la mezcla de estos elementos pareció serenar el corazón de Josefo y disminuir su agresividad. Se volvió, encendió dos velas anchas y grandes, y los demás unas más pequeñas. Josefo acerco una botella de aguardiente con pan, queso y aceitunas. Se sentó con el resto del grupo que lo esperaba; estaban sentados en forma de círculo, y dijo amablemente:

- Son todas mis provisiones. Hazme el favor, hermano mío, de compartirlas conmigo.

Todos cenaron sin hablar, acompañados por los sonidos del viento y la lluvia.
           
Después de comer, la mulata más linda y deseada por todos, pero también bravía llamada Turba, buscó y sirvió tazas de un aromático líquido, y para todos tabacos.

Josefo y Turba a través de sus ritos se transformaban; muchos imaginaban estar lejos de los grandes señores.

Luego Turba se inclinó a la orilla del turbulento río. Josefo que la miraba calló y lanzóun suspiro, también estaba transformado como si fuera otro ser del más allá; lanzó un desesperante grito, cuyo eco cubría toda la selva.

Turba será la quimera que saldrá de la mano con Josefo a vengar las maldades de los señores. Su vida significaba la lucha y el sufrimiento.

Y así una quimera piensa que en el fondo de las aguas del poderoso río Orinoco está sepultada la tierra, que en el silencio de la noche se convierte en vegetales, luego en animales y luego en hombres.  Mientras sus almas se perdían en ese laberinto, el resto de sus compañeros comenzaron sus ritos, a quemar hierbas,  a tocar el tambor; bailaban y lloraban.

Josefo y Turba jadeaban sintiéndose poderosos, y detrás los demás que decían, “¡vamos por ellos!, ¡vamos por ellos!”. En eso se encontraron al perro de los amos que estaba remojado, y como el animal los conocía los siguió por todo el camino.

Turba gritaba y gritaba como que su aliento fuera una llamarada de fuego en contra de los amos, y tras ella iba Josefo, el perro, algunos de los negros; otros dormitaban la borrachera.

Turba envuelta bajo lo hipnótico de sus quimeras se dijo: “Aquel lugar es sólo de unos pocos”. Josefo no la dejaba de mirar, y se dijo: esa negra, bajo sus quimeras es de unos pocos, y también ese sitio es de otros.

Ya iba amaneciendo, miró hacia las nubes que se mezclaba con el dorado brillo de los rayos del sol.

Escuchó una voz en su interior que le decía: “¡Allí!”

Las lamias

Por María Gabriela Valero

11:00pm. Noche de conga, guaracha, rumba y guaguancó, “nos vamos pal Maní que el maní es así”, dijo La Princi tumbando sus caderas.

No se hicieron esperar los choques de manos, el grito de victoria y las carcajadas resonantes de Mimi y Sammi. Adelantando el triunfo nocturno, sacan sus últimos cigarrillos y la media botella de Cacique, se la pasan entre sí, no importa si es puro, mejor aún, aumenta la intensidad de la noche.

En plena avenida Libertador esperan su taxi, maestro fiel que les daba el aventón a donde sea, siempre y cuando haya intercambios de cualquier tipo, esta vez planeaban darle un beso cada una.

Las tres se ven abriendo una ventanita que les aseguraba sólo el día de mañana, el después no existía por ese instante. Ineludiblemente rumbas y aventuras van de la mano, “hay que vivir la vida y hacerle pagar a ellos lo que nos hacen”, asoma Mimi, “prepárense que esta noche es larga”, completa Sammi.
11:30pm. Unos cambios de luces hicieron acercar a las chicas al Malibu.
-          Querido, nos hiciste esperar… con tono fulminante le habló Princi.
-          Mami pero estamos cerca del Maní,  ¡ponte el cinturón es lo que es!
-          ¡Ya! Deja tu charla y muévelo.

12:00pm. Llegan a El Maní. La Princi guiña su ojo sombreado volteando a ver a sus compañeras. Regalan besos sin ganas al taxista acordando hasta la próxima, que sería antes que raye el alba.

Matices sonoros gobernaban el reconocido Maní, que por cierto ocultaban inagotables temas expuestos sobre  la barra, las mesas, las esquinas y los baños.

Las chicas sonreían ante el rotundo goce que olfateaban allí, enloquecidas por el desfile masculino; se cargaron de swing para llevarse a cualquiera a la pista, porque después no sería cualquiera, sino aquél hombre fácil de robar.

2:30am. Suficiente licor en la sangre reflejaban los tipos no difícil de identificar en estas mujeres entrenadas para la seducción, rapidez y la astucia carterista.

La Princi reinaba por su abundante melena y detonantes trapos fingiendo poca osadía en el baile para que así los tipos se le acercaran más a su cuerpo pudiéndole sacar al último la cartera.

El timbrar de los hombros de Sammi trastornó a unos cuantos dándole chance de agarrar lo ajeno.

Y Mimi, desde aquella sumisión improvisada atrapó al tipo solitario de la barra, sacándole unos billetes marrones a través de unos besos compartidos.

2:45am. Ahora son ellas quienes hacen cambio de luces, La Prince había cantado la zona al taxi, éste sin demorar en llegar las recibió: “esas son las mías, mis lamias”. 

Las hadas

Por Paola Salcedo

Dormía tranquilamente sobre una hoja de árbol en un bosque de Italia. Respiraba pausadamente como si no quisiera despertar. El brillo de su tez iluminaba su rostro. Su púrpura cabellera la adornaba una pequeña flor blanca. Su nariz era tan fina que parecía pinchar. Y sus pestañas no eran tan pobladas pero sí suficientemente arqueadas. Todo esto en un cuerpo de veinte centímetros cubierto de un corto traje blanco con lunares de color verde.

A la luz del día se pueden ver estos detalles, pero cuando la noche cubre la tierra el hada es percibida sólo como una luz que deambula por las calles en busca de un próximo seguidor para llevarlo hasta su aposento. He aquí cuando consigue a Domenico Bartoli, un borrachín que, pese a su aspecto desaliñado, viste de traje elegante, zapatos Gucci y huele a Armani ligado con Amaretto.

Doménico se tambalea por las aceras de Roma, mientras el hada, con un cuerpo robado de 1,70 centímetros, lo sigue hasta un callejón donde el borrachín cae dormido por los efectos del alcohol. Mientras él babea el cemento seco, ella trata de abrir sus ojos con el polvo con el que envuelve a cada una de las personas que invita a su paraíso. Él se levanta y la sigue. Parecía sonámbulo.

Bartoli despierta amarrado en el tronco de un árbol. Trata de desatarse de las gruesas enredaderas, pero es en vano. De pronto miró a su alrededor y se encontró rodeado de muchas pequeñas luces.

-¿Qué esto? ¿Dónde estoy?- expresó Doménico.

-En el Paraíso de las hadas- le susurró en el oído derecho una de las pequeñas luces-. Te desataremos- le dijo otra por el oído izquierdo.

Una vez desatado, Domenico Bartoli se vio en un ambiente de enormes árboles, flores multicolores por doquier y un riachuelo sin ruido de color azul oscuro.

“Respiro tanta paz”, pensó Bartoli.

Luego sintió desde lejos una gruesa voz que lo llamaba, él no le prestaba mayor atención; la voz seguía insistentemente como si quisiera sacarlo de donde se encontraba.

Y así fue, Domenico comenzó a escuchar la voz cada vez más cerca, así que pronto reabrió sus ojos; esta vez, se encontraba en el callejón donde se había quedado dormido.

-¿Se encuentra bien?- le preguntó un policía.

-No sé, ¿dónde estoy ahora? - le respondió Doménico confundido.

-Señor ¿de verdad usted está bien?- insistió el policía.

Ante la insistencia del policía Domenico se levantó, se observó y se percató que sólo vestía de calzoncillo y medias de color gris.

-Creo que lo han robado- le dijo el policía.

La vida eterna es un poco retorcida

Por Andrés Merchán

—     ¡Hijito ven a dormir ya es tarde! – exclamaba la mamá de Javi cansada.
—     Mami pero no tengo sueño no es justo, déjame jugar un rato más -respondió Javi enseguida.
—     Sí no te duermes la lamia vendrá por ti
Apenas su mama dijo esa frase Javi siguió jugando soltando una carcajada extenuante.
*
Maldigo a Hera, no hay noche que no sueñe con ella, esa perra celosa mató a mis hijos hace 9400 años cuando vivía en Grecia y me acostaba con su esposo.  Resulta que un día el pendejo de Zeus se lo contó y no pasaron dos minutos y ya había salido del Olimpo a buscarme, llegó a mi casa cuando yo como vaina rara de esa época estaba rumbeando por Santorini.

Apolo y Miguelito –de 11 y 13 años respectivamente- estaban viendo televisión en la casa, cuando de pronto Hera forjó la puerta y los mató con una espada que le había comprado a mi abuelo Poseidón.

Seguido de eso me condenó a no poder cerrar más los ojos para obsesionarme con la muerte de mis hijos; no dormí como por 200 años.

He vivido mucho, seguro se preguntarán cómo lo hice; lo que sucedió fue que años después de lo de mis hijos estaba comprando pan de cebada y vino puro en el mercado socialista de Atenas y me encontré al poco hombre de Zeus, se sentía tan mal por lo de Apolo y Miguel que me concedió el don de inmortalidad y juventud eterna; agrego que resolvió el problema de mis noches largas con la capacidad de quitarme los ojos de la cara para poder descansar. 

Los últimos 1500 años me he vuelto algo celosa, odio a los niños, me dan rabia, su inocencia parecida a la de mis dos hijos me entristece; ya no puedo tener un niño cerca, si se encuentra en un perímetro próximo a mi persona puedo llegar a devorármelo  sin compasión alguna.

Hera me transformó en un monstro, soy una antisocial. Hasta esta fecha -19 de mayo del 2014-, he consumido 245 infantes entre 9 y 13 años, y no porque sea mala, sino que pienso, sí a mí me mataron a mis carajitos, por qué los demás deberían de vivir happy.

Para la fecha he vivido en 34 países -Argentina, Inglaterra, Nueva Zelanda, entre otros- de los cuales sólo en 33 de ellos me buscan. En el único que estoy limpia es en el actual, Venezuela, y no porque no me he comido unos cuantos niños, sino que en este país las cosas se manejan de forma irregular, las muertes son tan comunes y los policías tan corruptos que casi ningún caso se investiga.

Hoy es 21 de mayo del 2014, el día está caliente, la pepa de sol está heavy y no me deja pensar. Para este día  prometí que estaba pautado mi último descuartizamiento infantil; un niño de 11 años que se la pasa por La Florida, es igualito a Apolo, con los mismos ojos azul cielo, y el mismo pelo despeinado con detalles amarillos al sol.

Mi plan es sencillo, cuando él suba por la calle Pedroza a las 8:05 am a comprar empanadas –como todas las mañanas-, lo interceptaré por la calle Los Mangos y en un abrir y cerrar de boca lo único que quedará serán sus converse blancos que suele lucir todos los días. Ahí estaba, subiendo a su peculiar paso de tortuga, y para desgracia de mi teoría traía unos vans rojos en sus pies.

Me encontraba en la esquina de Los Mangos, a unos 3 metros de la acera mal diseñada de 70 cm de ancho por donde el niñito de catire pasaría en 1 minuto; la ansiedad característica de los instantes antes devorarme a un niño aumentó considerablemente, ya lo sentía en mi boca, triturándose bajo mis dientes mitológicos y siendo consumido de forma veloz.

Apenas paso por al frente le grite “¡Niño!”, cuando su cabeza giró noventa grados a la dirección en la que me encontraba, no le dio tiempo ni de parpadear cuando mi lado salvaje y feroz ya lo había desaparecido de la esquina entre la calle Pedroza y la calle Los Mangos, créanme cuando les digo que ese ha sido uno de los niños más ricos que he comido.

Hace 3 semanas que me metieron preso, esta vez intenté comerme a un hijo de un gobernador –no cumplí mi promesa-, y las cosas no resultaron como lo esperaba, cuando abrí mi boca y mi estómago ya estaba preparado para disfrutar el banquete, un policía coño e’ su madre me disparó en mi pierna antigua, me atraparon.
Fui condenado a lo que llaman una cadena perpetua en la cárcel para mujeres de Santa Ana, pero no estoy muy preocupada, de igual forma estoy segura que saldré dentro de unos 200 años y acabaré con todos los hijos de estas guardias penitenciarias.
*
—Buenos días hijo, ¿cómo amaneciste? –dijo la mamá de Javi en la cocina.
—Bien mamá, hablé paja con la lamia un rato en la madrugada –respondió Javi con un tono sarcástico.

La venganza del cíclope

Por Elsa Urtado

El rey Ulises regresaba con sus hombres a su reino de Ítaca, después de la guerra de Troya. Tras varios días de navegación llegaron al país de los cíclopes, terribles gigantes que tenían un sólo ojo y vivían como pastores.

Ulises desembarcó junto a doce de sus hombres. Recorriendo el lugar descubrió una enorme cueva. Era la casa del cíclope Polifemo.

Entraron a la caverna, y no había nadie, porque Polifemo estaba fuera con su rebaño de ovejas. Al atardecer, Polifemo llegó con una carga de leña enorme para preparar la cena y tapó la entrada con una piedra muy pesada.

Cuando se percató de la presencia de los intrusos se enojó mucho y les dijo que jamás saldrían de allí, que se los comería uno a uno.

Ulises planeó  algo,  temió por su vida y la de sus compañeros. Para ganarse la confianza del cíclope le dijo que le habían traído un obsequio, y le regaló todo su vino y sus provisiones. Polifemo comió y bebió hasta hartarse, y después, se quedó profundamente dormido.

Ulises meditaba cómo escapar de allí. Si mataban al gigante nadie podría mover la piedra de la entrada y quedarían atrapados en la cueva. Así que pensó en otro plan: le quitarían la vista al cíclope mientras dormía.

Encendieron el extremo de un tronco y lo clavaron en el único ojo de Polifemo. El grito de dolor del cíclope retumbó en toda la caverna. Furioso,  Polifemo se puso a buscar a tientas tratando de atrapar a alguno de los griegos que lo habían cegado.
El enorme cíclope grita y llora preguntando cuál es su nombre,  a lo que éste contesta que se llama Nadie. Cuando el resto de cíclopes preguntan que le ha ocurrido,  este responde: “Nadie me ha cegado”,  por lo que los ciclopes le toman  por loco.

Polifemo quitó la piedra de la entrada para tentar a Ulises y a sus hombres a escapar. Luego se paró en medio de la entrada de la cueva, y con sus manos tanteaba todo a su alrededor, dejando salir sólo a los animales. Los griegos se escondieron bajo las ovejas, y mezclándose con ellas, consiguieron salir.

Rápidamente se embarcaron en su nave y antes de huir Ulises grita:   “Puedes decirle a todos que Ulises de Ítaca te derrotó”.

Polifemo se dio cuenta de que habían escapado y los siguió hasta la costa. Les arrojó una piedra enorme que cayó muy cerca del navío haciendo una gran ola.  Se agitó el mar por la caída del peñasco,  y las olas al confundirse con la resaca,  empujaron nuevamente la nave hacia el continente y la llevaron a tierra firme.  Pero Ulises tomando con ambas manos un larguísimo botador,  la echó de nuevo al mar y ordenó a sus compañeros,  haciéndoles con la cabeza una silenciosa señal,  que apretaran con los remos,  a fin de librarse de aquel peligro.  Encorvándose  todos  empezaron a remar,  y así  el cíclope no pudo impedir que escaparan.

La paz vuelve a establecerse en el reino.  Pero lo que Ulises no sabía era que el padre del cíclope  Polifemo era Poseidón,  Dios del mar,  a donde Ulises se dirigía…