jueves, 24 de abril de 2014

La razón de ser

Por Luis Essis

No dejaba de pensar en el hogar en el que ha habitado por algún tiempo; sin duda es una familia muy bien acomodada y de buenos sentimientos pero él nunca ha conseguido su utilidad en aquella casa, nunca encontró su lugar.  
El frío le entraba por los pedazos de hilo más externos, la brisa que llegaba a esas horas de la madrugada hacía que rechinara la madera vieja de su cuerpo; extrañaba los rincones cálidos  en la escalera de la casa.  Si tan sólo hubiera sido capaz de conectar con ellos, su existencia tendría algún sentido.  La decisión de irse la tenía tomada pero ese sentimiento de no haber terminado su labor lo retenía, lo dejaba inmóvil justo en el pórtico de la casa.

Así pasó la noche entera tratando de recordar su verdadero propósito en esta casa y para con esta familia, y al mismo tiempo intentando agarrar fuerzas para un viaje sin retorno.  
El amanecer lo sorprendió exactamente en la misma posición en la que se detuvo a pensar, y por primera vez estaba a plena luz del día fuera de la casa, expuesto, y sin un plan de escape por si llegaba alguien.  No sabía bien que hacer cuando escucho a alguien bajar las escaleras dentro de la casa; era Soledad que se levantaba siempre temprano para preparar el desayuno y alistar a los niños para el colegio.  
Pasó unos minutos de angustia intentando escuchar si por alguna extraña razón Soledad decidía salir y encontrarse con él.  Sólo pensar en un encuentro con ella, justamente en el momento en el que estaba por abandonar la casa, lo aterraba, pero estaba paralizado y no consiguió moverse.  
Al cabo de un rato, comenzó a llegar un aroma que le era familiar; tardó un instante en darse cuenta que era el café que Soledad montaba todas las mañanas; un aroma que lo levantaba todos los días.  
Comenzó a sentir el calor del día, logró moverse un poco y desperezar su cuerpo, y por primera vez pudo sentir los rayos del sol que ya a esa hora le daban de frente.  
Se sentía un poco más despierto, con más ánimo, casi tenía ya las fuerzas para emprender su viaje cuando escuchó las escaleras nuevamente y decidió esperar a ver qué  ocurría.  Se escuchó la voz fuerte de Arquímedes, ¡buenos días cariño! 
Hoy tengo una reunión importante en la mañana, tengo que correr,  aquel comentario ya lo había escuchado infinidades de veces; siempre llegaba a la cocina como si se hubiera quedado dormido.  Soledad le respondió con una sonrisa, ya está el desayuno casi listo cariño, voy a subir a ver si los niños ya están listos; ok, pero recuerda que no tengo mucho tiempo Sole.  
Escuchó unos pasos que se acercaban a la puerta y sintió que se le helaba el cuerpo de nuevo, no sabía qué hacer si lo conseguían en el pórtico a esa hora, no tendría respuestas.  
La puerta se abrió y Arquímedes salió sin perder tiempo; caminó hacia el carro y sonó la desactivación de la alarma ¡tuic, tuic,!, se sentó en el asiento del piloto y encendió el motor.  No tenía donde esconderse, si Arquímedes se devolvía como todas las mañanas a desayunar; lo podía ver fácilmente; sintió que debía correr a su lugar habitual en la casa pero no pudo hacerlo.  
Arquímedes venía de vuelta pero para su alivio estaba leyendo unos papeles que traía del carro, paso a su lado y dejó la puerta entre abierta, lo suficiente para darle la oportunidad de volver a entrar.

Con el susto no se había percatado que ya estaban los niños en la cocina; para variar se estaban peleando por algún incidente en el baño que no logró entender pero que no tenía importancia porque siempre ocurría igual.  
Con el alboroto de los niños la casa tomaba vida y comenzaron a sonar los cubiertos, un aroma a huevos revueltos le llegó de repente y se imaginó las arepas recién hechas; aquello lo ánimo y tomó la decisión de moverse, de hacer algo pero ya no sabía si regresar y echar un último vistazo  o irse para siempre.  
Luego de dudar unos minutos decidió acercarse a la puerta y asomarse cuando escucho el ruido ensordecedor del autobús aproximándose a la esquina; supo de inmediato que sólo tenía unos segundos para reaccionar antes de que aparecieran los niños corriendo con la arepa en una mano y en la otra el morral del colegio; detrás vendría Soledad intentando alcanzarlos para peinarlos y darles el beso de despedida.  
Su decisión fue echarse a rodar lo más rápido que pudiera hasta llegar debajo de la escalera que estaba enfrente.  Los niños pasaron corriendo como lo esperaba y Soledad detrás de ellos con servilletas en una mano y un cuaderno en la otra, espera mi vida que se te queda tu cuaderno, salieron y él quedó a un lado de la escalera todavía  conmovido por el esfuerzo.

Al regresar, Soledad se encontró en la puerta con Arquímedes que ya estaba de salida inmerso en los papeles que llevaba en una mano, cariño hoy debo llegar tarde, es un día difícil en la oficina, lo se cariño aquí voy a estar esperándote con la cena lista, lo abraza y le da un beso de despedida.  
Desde la escalera  puede ver perfectamente la mirada de Soledad que tantas mañanas ha visto, una mirada de resignación, con los ojos inundados.  
Arquímedes le da un beso casi sin levantar la mirada en los papeles, sólo por un instante sube la mirada y alcanza a verlo allí, al lado de la escalera, por unos segundos se queda fija la mirada y parece que va a preguntarle algo.  
Él  se queda exactamente en la posición que estaba, desafiante, esperando un interrogatorio, pero Arquímedes suspira, se da media vuelta y se va.  
Soledad se va al sillón que está en la sala frente a la ventana y ve irse el carro con la mirada que el Odradek(*) ha visto tantas veces, en ese instante decide que debe quedarse en aquella casa.

(*)El Odradek es una criatura imaginaria que aparece en el cuento corto Las Preocupaciones de un Padre de Familia de Franz Kafka. La descripción física del Odradek lo muestra como un carrete de hilo plano y con forma de estrella, añadiéndole además algunos otros apéndices.
Más adelante en el cuento, Kafka le confiere características más humanas al Odradek, pudiendo pararse en dos patas y hablar. El narrador incluso llega a tener unas pocas conversaciones con el Odradek, durante las cuales se enfatiza la naturaleza nomádica y posiblemente inmortal de la criatura.
Odradek también se encuentra descrito en el bestiario moderno El libro de los seres imaginarios de Jorge Luis Borges.

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