Por Víctor Borges
No fue un parto sencillo, la temperatura aquella noche en la sabana había descendido hasta unos gélidos 3°c, algo no muy normal en la región donde los macizos dejan ver su majestuosidad; hasta que por fin con tres horas de trabajo de parto se comenzó a ver, sí ahí venía, sin duda ya estaba cerca, una cabeza fina y musculosa se asomaba, sus patas delanteras mostraban en ellas una gran vigorosidad.
Para Lorena, una cuarto de milla de ojos grandes y expresivos, no fue fácil su primer parto, ahí tirada en la caballeriza debimos tomar al pequeño de sus patas y alar para ayudar en este proceso tan laborioso de nacimiento; al retirar la placenta, nos dimos cuenta que había nacido una pequeña potranca, de cuello corto y poderoso, ojos que emanaban afecto con tan solo verlos, una cola ligeramente abundante y larga, y cuatro manchas en cada uno de sus cascos adornaban sus bien formadas patas.
Manchas, ese fue el nombre que la señorita Elena le dio a aquella pequeña potranca.
Elena en su desarrollo había contado con cualquier tipo de comodidad imaginada, pero debido a una enfermedad congénita, sus piernas no se desarrollaron del todo con normalidad, con unos escasos 30 cm de piernas vio su vida condenada a una silla de ruedas.
Manchas y Elena crecieron juntas, siempre peinándole y contándolesus confidencias; al verles casi se podía sentir que la potra contestaba cada una de las preguntas de aquella jovencita.
Compartiendo travesuras pasaron los años y ambas se hicieron adultas, sólo quedaban en sus memorias aquellos días donde a lo lejos admiraban el pastoreo de un remanso de ganado por las sabanas queriendo y deseando por alguna vez en su vida sentir entre sus piernas el lomo fuerte de aquella su amiga y confidente.
Llegó el día en que Manchas debía ser ensillada, con gran ímpetu relinchaba y sus amarres quería soltar; al montarla el capataz se dio cuenta de la energía de aquel animal, sólo se escuchaban sus pezuñas golpeando el suelo con imponencia y fiereza, cuando de prontocayeron junto al caño que atravesaba la finca, se desplomó sin saber porqué.
La potra fue llevada a la caballeriza, donde Elena la cuidaría fielmente esperando la llegada del veterinario, el cual al término de su chequeo y un par de pruebas realizadas dictaminó que el vivaz animal no debía ser corrido nunca, pues su corazón era muy pequeño y no lo resistiría; podría morir de un infarto.
El señor Francisco, padre de Elena y dueño de una de las haciendas más prominentes de aquel territorio, había querido tomar la decisión de sacrificarle, puesto que ya no tendría ningún tipo de valor:
- No me puedes hacer esto, sólo ella ha sido el único ser que sin compasión ni lástima me ha escuchado y ha querido estar conmigo.
- Entiende hija, ella tiene un corazón muy débil y es casi imposible que algún día pueda correr, de que sirve un caballo que no corra.
-¿Y de qué sirve una hija que no puede correr ni montar caballos como yo?
-Jamás podrás montarla, es un peligro, entiéndelo. No podrías sostenerte, o ella pudiese desmayar en plena cabalgata- sentenció retirándose de la caballeriza.
Al atardecer del siguiente día, aquella hacienda no volvió a ser la misma. Elena esa tarde había decidido ser libre y tomar no sólo las riendas de su querida amiga, sino también sentir la brisa golpeando la cara de las dos juntas al escuchar el galope sin importar lo que luego sucediese.
La ensilló y como pudo la montó, sólo se escuchaban relinchos, la sonrisa de la señorita no cabía en su cara, la respiración de la yegua se escuchaba desde lo lejos, el jolgorio de aquellas dos viviendo algo que jamás pensaron sería posible iluminó y dio un toque de exquisitez a aquel ocaso, que a todos los que ahí estuvimos nos dio y brindo la oportunidad de darnos cuenta que la amistad y la fe no conoce de razas.
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