miércoles, 30 de abril de 2014

Cazador de sombras

Por Daniel Jerez

Un disparo en la cara lo deja como recién nacido en la caldera del diablo, el tipo se mira al espejo y piensa en una cirugía plástica para salir del paso: “¡cómo voy a salir de este peo con tantos estorbos en mi camino!”

El cirujano más cercano quedaba a dos cuadras del lugar. Entoncesse le accidenta una idea descabellada a Inocencio, procurar un buen disfraz para salir al encuentro de su clínica de escape; allá donde se dirige con errática actitud, allá mucho antes de mandar a su novia al olvido.

Pensaba en el clavo del alcohol que le iba a sacar la estilla de su relación de una manera provisional.

En la barra libre de su sucio bar de preferencia El Guamazo Caliente. Los viernes se hizo costumbre la tendencia del fiado a los atormentados por el amor no correspondido. Se trataba de un cementerio de piltrafas que los sentimientos habían dejado sin hogar entre las piernas de alguna mujer.

La luz tenue de la pocilga pronunciaba frases indescifrables:
-       Amores perros que se hacen de manías asesinas, ya no te amo gusano vicioso me resaltas el maquillaje melancólico cada vez que te vas con otra mucho más rastrera que tú.
-       Inocencio mítico estafador de féminas con corazón frágil.
-       Las mujeres se vacían todo el significado del hombre en unos cuantos retorcijones de pelvis. Ya luego se buscan tacones más altos y con curvas que llevan al precipicio maniático.
Inocencio y Clarita habían conocido juntos la mesa más hermosa del local en cuestión. Se juntaron para lograr una química de pocos finales felices.
Inocencio la llevaba a conocer las estrellas con labia profesional.

Clarita reprobaba las lecciones astronómicas con tal de hacerse de los brazos de su elocuente pretendiente. Juntos arremetían contra la vida de los pordioseros asiduos al recinto de mala muerte, por querer enfatizar sus estropeadas conversaciones románticas.

Pancho el cantinero hacía las veces de “padrecito” ya que les echaba la bendición  cada vez que los veía desternillarse de risa por alguna mosca que se había tragado por equivocación Inocencio de un vaso de ron bien cargado.
Decía: “Son como dos puñetazos bien acomodados a un riquillo con cara de príncipe y sangre azulosa de cuna”.

Inocencio llevaba al filo de la navaja la relación más disparatada de la taberna. Clarita tenía entre los dedos un anillo que hacía las veces de guardián de su unión sombría. Un buen día llegaron al extremo del combate cavernario, echándose todo en cara, sociedad de responsabilidad limitada.

Nada duele más que la revancha de descalificativos por parte del seramado. Un plomazo caliente en los oídos del corazón victimario, inocente, a media luz.

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