Por Clermary Moreno
Me habían contado muchas cosas sobre él, que era un ser libre de pecado, que tenía la capacidad de renacer, pero lo más curioso, era que lo hacía desde sus cenizas. Sin embargo, confieso en este momento, lo que me incitaba a buscarlo fervientemente era el poder curativo de sus lágrimas. Con tal fin, aterricé en El Cairo, Egipto.
Al bajar del avión tuve que llenar una planilla relacionada con el Ministerio de Sanidad. En ella preguntaban sobre síntomas del AH1N1. Me asusté mucho, logré disimularlo y mentí en mis respuestas. Evite que alguien me tocara, para que así no sintieran lo alto de mi temperatura corporal.
Al salir me esperaba Amhed, mi guía. Él me llevó al hotel donde iba a pasar la noche. Para mi sorpresa su español era casi perfecto. Más tarde noté que en Egipto cualquier persona dominaba al menos tres idiomas.
Entré a mi habitación y al asomarme por mi balcón quede atónita, ¿estaba viendo las Pirámides de Gizah? –pensé- Efectivamente, ¡las estaba observando! Me emocioné tanto que no lograba conciliar el sueño. Hasta olvidé por un rato mi enfermedad. Luego el cansancio de 13 horas de vuelo me venció, dormí como un niño, cierto aire de esperanza invadía mi atmósfera.
En la mañana Amhed tocó a mi puerta. Yo seguía con la fiebre y un terrible dolor de cabeza. Para bien o para mal, era hora de emprender nuestro vuelo a Luxor, de allí partiríamos a Edfu. Necesitaba ir al templo que se encuentra en medio de la ribera occidental del Nilo. Durante el recorrido le pregunte a Amhed insistentemente sobre el Ave Fénix.
-Quisiera saber todo lo que tú conoces acerca de ella.
-Es un ave parecida a la garza. Por acá la llaman Bennu. Ha pasado mucho tiempo sin que haya sido vista por otras personas.
-¿Sabes hace cuánto tiempo dejo de aparecerse por estas tierras?
-No exactamente. Yo tengo más de 15 años sin escuchar nada sobre esa ave. ¿Sabe usted cómo se reconoce? Por las dos plumas largas y rojas que salen de su cabeza.
-Sí, ¡claro que lo sé! Créeme Amhed, he leído muchísimo sobre ella.
Finalmente estábamos en Edfu, esperando para tomar la faluca. Miles de vendedores ambulantes nos abordaron, yo me sentía tan mal que sólo escuchaba a Amhed decir: “¡La, shukra!”, un poco molesto, esperando que nos dejaran tranquilos. Navegamos unos 30 minutos. Era época de crecida en el Nilo, tiempo perfecto para ver si corría con la suerte de encontrar lo que buscaba.
Llegamos al templo. Me deje llevar por la maravillosa arquitectura. Amhed, como buen guía, me explicó todo acerca de esas columnas maravillosas que definían el acceso, los colores y los jeroglíficos que estaban a la vista.
El sol era inclemente, lo que alborotaba mi dolor de cabeza. Insistí en abrigarnos bajo la sombra, que significaba ir al interior del templo. Recorrimos lo permitido y logré identificar la sala de mi interés.
Al fin me dio un tiempo libre para fotografiar. Durante el mismo logréescabullirme en la Sala de la Barca Sagrada. Allí, como su nombre lo indica, se encuentra una especie de canoa. En ella los faraones emprendían su viaje a la vida eterna. Detrás reconocí un Clepsidra, reloj de agua usado en la época para medir el tiempo cuando el sol no estaba y lo más importante es uno de los símbolos que se relacionan con el Ave Fénix.
Detrás de él comencé a ver algo similar a un nido, pensé que la fiebre me estaba haciendo delirar, pero no, efectivamente lo era. Expelía olor a mirra. Yo no podía creerlo, eso indicaba que si era lo que buscaba. Decidí esperar sentadita, me faltaban energías, pero cuando alcé la vista, sobre una de las viguetas se encontraba un ave esbelta, como una garza. Volteó su cabeza y allí estaban ¡las dos plumas!
Sabía que la manera de hacerla llorar era prender en fuego su nido, sin que ella pudiese alcanzarlo para quemarse en el. No sabía si era mi enfermedad lo que me dejo en ese estado de hipnosis, o la belleza que irradiaba esa ave, pero, honestamente no pude hacerle daño.Simplemente preferí que el virus siguiera invadiendo mi cuerpo…
Me habían contado muchas cosas sobre él, que era un ser libre de pecado, que tenía la capacidad de renacer, pero lo más curioso, era que lo hacía desde sus cenizas. Sin embargo, confieso en este momento, lo que me incitaba a buscarlo fervientemente era el poder curativo de sus lágrimas. Con tal fin, aterricé en El Cairo, Egipto.
Al bajar del avión tuve que llenar una planilla relacionada con el Ministerio de Sanidad. En ella preguntaban sobre síntomas del AH1N1. Me asusté mucho, logré disimularlo y mentí en mis respuestas. Evite que alguien me tocara, para que así no sintieran lo alto de mi temperatura corporal.
Al salir me esperaba Amhed, mi guía. Él me llevó al hotel donde iba a pasar la noche. Para mi sorpresa su español era casi perfecto. Más tarde noté que en Egipto cualquier persona dominaba al menos tres idiomas.
Entré a mi habitación y al asomarme por mi balcón quede atónita, ¿estaba viendo las Pirámides de Gizah? –pensé- Efectivamente, ¡las estaba observando! Me emocioné tanto que no lograba conciliar el sueño. Hasta olvidé por un rato mi enfermedad. Luego el cansancio de 13 horas de vuelo me venció, dormí como un niño, cierto aire de esperanza invadía mi atmósfera.
En la mañana Amhed tocó a mi puerta. Yo seguía con la fiebre y un terrible dolor de cabeza. Para bien o para mal, era hora de emprender nuestro vuelo a Luxor, de allí partiríamos a Edfu. Necesitaba ir al templo que se encuentra en medio de la ribera occidental del Nilo. Durante el recorrido le pregunte a Amhed insistentemente sobre el Ave Fénix.
-Quisiera saber todo lo que tú conoces acerca de ella.
-Es un ave parecida a la garza. Por acá la llaman Bennu. Ha pasado mucho tiempo sin que haya sido vista por otras personas.
-¿Sabes hace cuánto tiempo dejo de aparecerse por estas tierras?
-No exactamente. Yo tengo más de 15 años sin escuchar nada sobre esa ave. ¿Sabe usted cómo se reconoce? Por las dos plumas largas y rojas que salen de su cabeza.
-Sí, ¡claro que lo sé! Créeme Amhed, he leído muchísimo sobre ella.
Finalmente estábamos en Edfu, esperando para tomar la faluca. Miles de vendedores ambulantes nos abordaron, yo me sentía tan mal que sólo escuchaba a Amhed decir: “¡La, shukra!”, un poco molesto, esperando que nos dejaran tranquilos. Navegamos unos 30 minutos. Era época de crecida en el Nilo, tiempo perfecto para ver si corría con la suerte de encontrar lo que buscaba.
Llegamos al templo. Me deje llevar por la maravillosa arquitectura. Amhed, como buen guía, me explicó todo acerca de esas columnas maravillosas que definían el acceso, los colores y los jeroglíficos que estaban a la vista.
El sol era inclemente, lo que alborotaba mi dolor de cabeza. Insistí en abrigarnos bajo la sombra, que significaba ir al interior del templo. Recorrimos lo permitido y logré identificar la sala de mi interés.
Al fin me dio un tiempo libre para fotografiar. Durante el mismo logréescabullirme en la Sala de la Barca Sagrada. Allí, como su nombre lo indica, se encuentra una especie de canoa. En ella los faraones emprendían su viaje a la vida eterna. Detrás reconocí un Clepsidra, reloj de agua usado en la época para medir el tiempo cuando el sol no estaba y lo más importante es uno de los símbolos que se relacionan con el Ave Fénix.
Detrás de él comencé a ver algo similar a un nido, pensé que la fiebre me estaba haciendo delirar, pero no, efectivamente lo era. Expelía olor a mirra. Yo no podía creerlo, eso indicaba que si era lo que buscaba. Decidí esperar sentadita, me faltaban energías, pero cuando alcé la vista, sobre una de las viguetas se encontraba un ave esbelta, como una garza. Volteó su cabeza y allí estaban ¡las dos plumas!
Sabía que la manera de hacerla llorar era prender en fuego su nido, sin que ella pudiese alcanzarlo para quemarse en el. No sabía si era mi enfermedad lo que me dejo en ese estado de hipnosis, o la belleza que irradiaba esa ave, pero, honestamente no pude hacerle daño.Simplemente preferí que el virus siguiera invadiendo mi cuerpo…
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