miércoles, 30 de abril de 2014

Cruz cósmica

Por Carmelo Urso

Søren Väandahal, alguna vez genetista jefe de la Himmerhēld Trust, era cualquier cosa menos un gurú. Metódico y escéptico, tan parco como obsesivo, personificaba –según sus defensores– aquella perdida idea de la neutralidad axiológica de la ciencia. Su descubrimiento –fruto del azar del instinto y de su tozuda voluntad investigativa– le llevó a cruzar el umbral de todos los métodos, de todos los credos y escepticismos, de todos los sueños.

Algunos de sus colegas se especializaban en incrementar el tamaño de ciertas frutas: producían ciruelas del tamaño de toronjas, toronjas grandes como melones, melones dulcísimos que tenían la talla y el peso de un niño de ocho años; otros, potenciaban la capacidad reproductiva de algunos animales: yeguas hipertrofiadas que parían diez potrillos en una misma camada, elefantas que daban a luz trillizos con un período de gestación de escasos cinco meses.No obstante, la especialidad de Väandahal causaba horror en sus ya desaforados transgresores colegas: suyo era el arte de cruza de especies; de crear –literalmente– monstruos.

Creaciones suyas fueron el patirspión (pato de la cabeza al torso, escorpión del torso a la mortífera cola), el drilobuey (un poderoso rumiante con temibles fauces de cocodrilo), el petirrinco (un pequeño aunque voraz ornitorrinco con testa de petirrojo), y por supuesto, el hipoptéryx bifronte (versión del volátil y jurásico archaeopteryx con doble cabeza caballuna); pero, sin lugar a dudas, su más célebre cruza genética fueron las hoy prohibidas anjerthas.

Según escribió Søren Väandahal a su viejo amigo (y amante) Peeta Verhouven, “en el caso de las anjerthas obré como un alquimista que en lugar de buscar la piedra filosofal a través de las materias más nobles, lo hiciera a través de los más míseros residuos, infortunadas têtes-mortes”. Así, de sus cruzas fallidas, Väandahal guardaba siempre algunas muestras, con la esperanza de reutilizarlas en tentativas posteriores. De este modo heteróclito, nacieron las anjerthas.

El aspecto de aquellos animalitos era asaz repulsivo: producto de múltiples experimentos fracasados, constituían la mezcla genética de más de doscientas especies –tanto modernas como fósiles– de todas las eras geológicas imaginables; eran como cánidos degenerados del tamaño de una rata, de piel encarnada, como en carne viva, cola tan o más larga que el propio cuerpo y estrábicos ojos verdes. Las hembras tenían enormes vulvas violáceas, hinchadas como cojones.

A Väandahal le tomó unos seis meses descubrir las propiedades que harían tan famosas a las anjerthas y que hoy propician su feroz prohibición en casi todas las naciones del planeta. “Un día”, anota en su diario, “me percaté de que los machos buscaban a las hembras cuando éstas estaban en plena menstruación, lo cual es contranatural en cualquier especie, excepto en las anjerthas. Hundían sus narices en las rechonchas vaginas de sus compañeras durante largo rato. Luego, se echaban a un lado, con los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadísimas y la respiración hiperventilada. Este insólito comportamiento me impulsó a investigar”.

Väandahal recolectó el fluido menstrual de su cruza y lo sintetizó en un polvo de aspecto ortobórico. Lo usó en diversos animales, variando las cantidades, estudiando con enjundia sus efectos. Cuando estuvo seguro de la dosis adecuada para humanos (entre 30 y 70 microgramos), la usó en sí mismo y en un par de colegas (doctores Üwe Threshold y Lankar Martínez). Sus efectos transformaron su visión de la vida, el universo y todo lo demás.

Escribe Väandahal: “durante dos días, experimenté sinestesias de todo tipo: colores que derivaban en sonidos; sonidos que devenían en olores; olores que se podían escuchar; a voluntad, entraba y salía de mi cuerpo, del orbe de la Tierra y de todos los orbes, del cosmos mismo. Contemplé millardos de universos orbitando unos alrededor de otros; contemplé multiversos que contenían infinitos universos. Con mi pensamiento, me propuse modificar algunos de ellos: para mi estupefacción, lo logré. La inherente irrealidad de mi vida anterior se me manifestó de golpe, así como la tangible posibilidad de erigir otras realidades –en un muy concreto sentido de omnipotencia”.

Tras esta revelación, Väandahal abandonó todo estudio formal y académico. De él se dicen muchas cosas: que ha fundado una secta mesiánica; que rige laboratorios clandestinos que suponen un enorme peligro para la civilización; que –a través de estados alterados de conciencia–  es capaz, junto a sus correligionarios, de corromper o abolir la mismísima estructura del tiempo y el espacio. 60 países lo han declarado enemigo público número uno  y reclaman su captura. Teorías conspiranoicas le responsabilizan del aumento de la actividad OVNI y del progresivo cambio de posición de los polos magnéticos terrestres, hecho que podría generar una catástrofe de carácter global 

En las estepas de Malí del Norte, jaurías de anjerthas han sido vistas correteando libremente; se reproducen a una tasa alarmante y comienzan expandirse a países vecinos; cientos de nativos han muerto tras hundir las narices, de modo indiscriminado, en sus abotargadas vulvas. De Väandahal se dice que se oculta en sitios tan dispares como Yibutí, Transnistria y Osetia del Sur. Pero, sin noticias veraces que lo corroboren, su paradero sigue siendo cósmicamente desconocido.

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