sábado, 26 de abril de 2014

Animales de los espejos

Por María Elena D Enjoy

- Goyo ven a cenar –gritaba su madre, pero el no la escuchaba absorto jugando con Félix, el trol que mejor bateaba en los alrededores, y el gordo Beto, un extraño dragón con cara de chancho y alas de mosca.

A Goyo siempre le había parecido curioso que siendo hijo del Gran Dragón, Beto aún no supiera volar. “Que diferente sería el mundo para él si tuviese la habilidad de volar”, pensaba Goyo en un suspiro.

Pero Goyo había nacido al otro lado del espejo, lado que él  particularmente encontraba algo aburrido. Tenía dos manos y dos brazos que no le daban habilidad especial alguna, sólo podía correr más rápido o quizás armar cosas muy pequeñas, pero todos sus amigos del mundo especular volaban, lanzaban fuego por la boca, desaparecían ante sus ojos, tenían cuatro y cinco brazos o miles de pares de piernas.

Estaba allí imaginándose con sus alas de colores cuando finalmente escucho que su madre lo llamaba. Se despidió de todos y de un brinco atravesó la tenue niebla que separaba los dos mundos que habitaban en su cuarto.

Esa noche, sentados a la mesa, su madre le recordó que viajarían a visitar a su abuela.

“Hace mucho que no vamos”, pensó. No vería a sus amigos por varios días. Eso lo entristeció.

Ya en casa de su abuela, una noche de tantas acostado en la cama pudo ver por la ventana como de una casa a lo lejos salían luces de colores.

- Que extraño –pensó– Don Vicente no tiene fiesta hoy.

Unos ruidos más tarde, unos gritos por allá, más luces por acá, y de pronto todo cesó, el campo quedó en completo silencio, y Goyo se quedó dormido.

Ese día regresaron a casa, ¡Qué alegría! Al llegar, subió las escaleras, y casi sin aliento dio un salto hacia el espejo. Justo en el instante que lo atravesaría vio que un niño brincaba, al igual que él, al otro lado.

Chocaron y cayeron al piso. Aturdido se incorporó para ver si el otro chico estaba bien, y para su sorpresa aquél lo miraba entre asustado y aliviado.

- ¿Estás bien? –preguntó. Pero el niño no contestó.
- Soy Goyo –que raro, sólo abre la boca cuando yo estoy hablando.

En un arranque de curiosidad acercó su mano para tocarlo, y una mano exactamente igual a la suya salió al encuentro tocando sus dedos. Era frío, pensó. Poco a poco, y ya menos desorientado, comenzó a darse cuenta que detrás del niño había una cama igual a la suya, y la silla, y  su pantalón preferido colgado del perchero ¿Qué es  esto?

- ¡Félix! –gritó- ¡Beto! –nadie contestó, sólo el niño lo miraba perplejo, imitando cada movimiento, cada gesto, incluso las lágrimas llenas de tristeza e impotencia que comenzaron a bajar por su rostro.

Nunca más los volvió a ver.

Dicen que una gran batalla se había librado aquella noche y que los habitantes especulares salieron a conquistar el mundo de los humanos. La magia de un buen rey los había salvado y fueron castigados a repetir y reflejar cuanto hicieran los hombres, transformándose de recuerdos a figuras imaginarias que sólo los sueños y los libros de cuentos pueden relatar.


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