miércoles, 30 de abril de 2014

Bajo el umbral del Ragnarok

Por Miguelángel Sánchez

La blanca tormenta azota sin clemencia al Valhala, la enorme edificación que por tantas eras ha servido de refugio a los ejércitos de Odín, regente y señor de Asgard. Hoy hay mucha conmoción por la partida de Freya hacia el mundo de los humanos; en otras condiciones, su misión podría ser catalogada como una simple tarea rutinaria, pero no es a cualquier humano a quien la valquiria habrá de dar muerte, se trata de Balder, sí, el  hijo de Odin que se creía muerto e incinerado.

No hace mucho llegaron a la fortaleza dos embajadores que, igualmente, en condiciones normales, nunca intentarían negociar con Odín; pero detener a Freya, al menos por un tiempo, los ha convertido en cómplices en la tarea de salvar al cosmos. Estos invitados son Gabriel, el ángel de paz, y Abaddón, el ángel del abismo.

Freya les hizo pasar a la sala de conferencias en la que habría de llevarse a cabo la negociación. Odín no asistiría por motivos protocolares, sin embargo estaba ansioso por averiguar los motivos de esta extraña alianza. La valquiria no disimuló su decepción al ver a Gabriel y no a Miguel, el Ragnarok, pensó, ameritaba por lo mínimo la presencia del jefe de los ejércitos del Cielo; por otro lado, Abaddon le generaba intranquilidad, nunca confió en Lucifer ni en sus lacayos, como solía llamar a los ángeles caídos.  

La reunión inició en buenos términos, el señor del abismo rompió el hielo con lisonjas a las valquirias, los espíritus femeninos al servicio de Odín que viajaban a la tierra de los humanos en busca de guerreros valerosos a quienes daban muerte para llevar sus espíritus al Valhala y unirlos a las filas guerreras de Asgard; habló del Ragnarok,  también llamado Apocalipsis o “fin de los días”,  y de la legitimidad que tenía Gabriel para participar en dicha negociación, ya que fue él mismo quien reveló a los humanos los detalles de la destrucción de los mundos siglos atrás.

Gabriel tomó la palabra para explicar la razón de la inesperada visita, primero enunció las señales descritas en las profecías acerca del inicio del Ragnarok: El nacimiento de las tres criaturas del mal, el castigo a Loki, hermano de Odín, y la muerte de Balder. Las criaturas ya habían nacido y se encontraban atadas en el abismo junto al condenado Loki; en cuanto a Balder, por mucho tiempo se pensó que estaba muerto, sin embargo, esto no fue más que una treta de Odín con el objeto de ser él quien tuviese el poder de cumplir la última profecía.

Cuando los dioses de Asgard asistieron al funeral del segundo hijo de su regente, nadie sospechó que el ataúd estaba vacío; para ese entonces la supuesta muerte representó el inicio de las señales del fin, la voz se regó en todos los reinos y éstos se concentraron en las profecías restantes dando por cumplida la primera.

Odín transformó a su hijo en mortal, lo escondió en la tierra de los humanos y esperó pacientemente al cumplimiento de las otras dos señales para ser él el único que, conociendo la ubicación de su hijo, pudiese elegir el momento de su muerte y en consecuencia iniciar el Ragnarok.  Gabriel supo que algo andaba mal cuando, cumplidas las tres profecías, vio que todo seguía normal, así que decidió bajar al abismo para cerciorarse de que estuviesen allí Loki y las criaturas.  

De su entrevista con Abaddón surgió  una alianza, ya que luego de prologadas discusiones llegaron a la conclusión de que la única profecía aparentemente falseada era la referente a la muerte del príncipe de Asgard.  Al llegar a los oídos de los ángeles la noticia de que a Freya se le había encomendado una importante misión,  supieron que se trataba de Balder, y que Odín, finalmente, había presionado el botón rojo del caos. Las condiciones no estaban dadas para un choque de universos, pensaron, y por ende no le convenía a nadie iniciar una guerra, así que partieron apresuradamente al Valhala con el objeto de negociar la paz por unos cuantos siglos más, y así se lo manifestaron a Freya.

La valquiria dedujo de la actitud demandante e insistente de los ángeles que ni el Reino Celestial ni el Infernal estaban preparados para la guerra, “Odín fue asertivo después de todo”, pensó,  sin embargo quería saber hasta dónde estaban dispuestos a ceder y les instó a señalar las condiciones del acuerdo de paz que proponían.  

Gabriel habló en nombre del Cielo y prometió 200 años de no agresión hacia Asgard. Abaddón, por su parte, ofreció liberar del abismo a las valquirias que yacían allí encerradas. Freya permaneció en silencio fingiendo reflexión cuando en realidad saboreaba el triunfo de ver suplicar a dos de los ángeles más poderosos del cosmos.

Se levantó de la mesa y tras informarles que no llegarían a ningún acuerdo, les solicitó que abandonaran el Valhala lo más pronto posible, pues perderían su inmunidad diplomática tan pronto ella partiera a consumar su misión. Gabriel sintió de pronto sobre sus hombros el peso del universo, había tantas cosas en juego que unas semanas, unos días, unas horas más de paz  justificaban el peor de los tratados, pero la soberbia de Freya no cedería.  “Los ángeles, además de mensajeros, somos ejecutores de los juicios de Dios y no es la voluntad de Dios iniciar el apocalipsis en estos momentos, el universo ya de por sí se ha tornado caótico en esta era y abrir las puertas de la destrucción terminará por transformar a la creación en elementos grotescos y carentes de propósito, debo evitarlo”, sacó su espada de la vaina y como si fuese un relámpago la incrustó en el pecho de Freya quien murió al instante.

Abaddón tomó por los hombros a Gabriel y con un fuerte sacudón lo hizo volver en sí del estado de estupor al cual se vio inducido por la negativa de paz, asesinar a la más poderosa de las valquirias en el Valhala no era para nada un acto inteligente. “Regresa al cielo de inmediato Gabriel, Odín ya tuvo que haber sentido la muerte de Freya”; el ángel de la paz comenzó a llorar y le dijo que no podría regresar al paraíso pues había actuado sin el consentimiento de Dios y el exilio era el castigo de los desobedientes. “Iré a la tierra, me esconderé entre los humanos y procuraré mantener el orden el mayor tiempo posible”. Los ángeles se despidieron con un sincero abrazo, como si tantas eras de enemistad fuesen sólo una foto antigua en la cual se ven retratados personajes desconocidos, y partieron con rumbos distintos, sabiendo cada uno en su corazón que acababan de cruzar el umbral del Ragnarok.

Desde la torre más alta del viejo castillo, Lucifer llevaba horas observando, a través del cristal, las llamaradas que emergían desde el fondo del abismo. Su meditación se vio interrumpida por la entrada del ángel. Abaddón tomó una copa y se sirvió del vino que yacía en la mesa, colocó sus pies sobre ésta luego de haberse sentado en la silla y en tono alegre informó: “misión cumplida Luc, ya no hay posibilidad de alianza alguna entre el Cielo y Asgard, Odín mismo declaró la guerra. Gabo está seguro y tranquilo en la tierra, rechazado por Dios y perseguido de Odín, quien, por cierto, acaba de matar a su hijo con sus propias manos”.  En el rostro del portador de la Luz se dibujó una leve sonrisa y sin apartar la mirada de las llamas exclamó:“¡Ya inició!”.

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