miércoles, 30 de abril de 2014

Comida para tiburones

Por Gabriela Torres

Aquel febrero de 2005, la mejor compañía que el doctor Charles Tellier podía conseguir eran las osamentas de orcas en estudio, las muestras de tejido de otros enormes cetáceos y el verdor lánguido de los cultivos de algas. Desde que  el Instituto de Biología Marina de Melbourne le pidió su colaboración en nuevas investigaciones sobre mamíferos acuáticos no había cesado de buscar algún ser marino que lo apasionara, como la última vez lo hicieron los tiburones blancos.

En su laboratorio repasaba meticulosamente alguna novedad que no hubiese sido reportada sobre estos titanes de mandíbulas aserradas, pero ya había agotado el tema de tanta pasión por ellos. Su investigación estaba estancada, tendría que comenzar de cero con algún otro espécimen.

Una mañana, mientra Tellier transcribía pacienzudamente un informe aburridísimo sobre las avispas de mar, el teléfono sonó. Era un colega del Instituto de estudios marítimos de Darwin al que le urgía verle en la facultad lo más pronto posible:

-Anoche después de la tormenta un barco pesquero pequeño regresó con un trofeo monumental, me imagino que le gustaría verlo de cerca. ¡Es un tiburón blanco enorme!

Lleno de emoción, Tellier aceptó la invitación.

***
Una vez en Darwin, Charles y su colega se encontraron en aquel muelle. Al llegar al barco donde estaba el asombroso cadáver el científico no podía esconder su admiración: era la primera vez que veía semejante animal tan yerto e indefenso, tan inocente. Aunque sabía que no le serviría para su nueva investigación, examinó detenidamente al animal.

Notó algunas cicatrices de lucha, una punta de mantarraya incrustada en una de sus aletas y su abdomen estaba abierto de par en par. Al notar el interés del científico en el tiburón, el pescador que le había capturado se acercó a Tellier y burlesco le comentó:

-         Que tontos son ustedes los científicos. Le apuesto una cerveza a que se sorprendería más si viera lo que le sacamos del estómago a ese animalejo. Créame que el tiburón es lo de menos.

Acto seguido, entraron a una de las bodegas del barco donde el pescador tenía envuelto en una lona un cuerpo algo desmenuzado. El científico le descubrió la parte de arriba y angustiado le espetó al pescador:

-         ¡Que morboso es usted de verdad! A mí no me interesa ver a las personas que se come un tiburón...

-         No es una persona...  mire bien.

Tellier terminó de hacer a un lado la lona para darse cuenta de que aquel cuerpo tenía una cola de pescado en vez de piernas. No era humano después de todo.

El científico por un momento sintió desvanecerse. Se debatió entre sus convicciones científicas y la posibilidad de que los disparates mitológicos fueran reales. Allí, en presencia de esa criatura sus paradigmas se habían esfumado con la velocidad de un relámpago en medio de una tormenta.

Apresurado y en medio del shock, pidió permiso al pescador para tomar unas muestras de tejido y algunos huesos que le servirían para comenzar una nueva investigación con la que estaba seguro daría un giro de 360 grados a muchas teorías científicas y evolutivas.

***

Tellier inició los estudios pertinentes. Exámenes de ADN, pruebas de tejidos y órganos, radiografías, comparaciones morfológicas y construcción de maquetas estructurales; testimonios de marinos, revisiones de conjeturas evolutivas, exámenes de compuestos químicos, grabaciones de bloops desde el fondo del océano, informes de radiofrecuencia y demás investigaciones lo llevaron a un hallazgo impresionante: con los resultados de estas pruebas en mano el doctor Charles Tellier podía certificar la existencia de seres marinos míticos, estaba asegurando que las sirenas existían.

Ellas eran su nueva pasión. Desde entonces todo su mundo se volcó a perseguir y estudiar una utopía tan real como él mismo.

Durante los años siguientes, centenares de científicos lo tildaron de loco en congresos y conferencias. Sus estudios fueron vetados por la academia. Sus pruebas, confiscadas por el gobierno. Ahora no queda nada.

Por estos días, Tellier dicta conferencias en círculos científicos menores, y siempre finaliza sus ponencias con la frase:

-...y recuerden, si quieren encontrar una sirena, sólo busquen en el estómago de un tiburón blanco.

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