Por Aurysmar Guerra
Era la vigésima primera reunión convocada en el Olimpo por las Ninfas, y - como era de esperarse- presidida por Zeus.
Las divinidades femeninas alocadas por el tema del día no paraban de parlotear entre ellas y actuar con una especie de gracia –invariablemente aludida a su belleza- y una perversa complicidad.
Nínfula atrajo la atención de todos de ipso facto cuando empezó a girar sobre su propio eje acariciando su enorme y lacia cabellera dorada, mientras decía: “Yo… yo pienso que los humanos no sobrevaloran lo banal”. Su risa seductora luego de esta frase produjo miradas contrariadas y, de pronto, un nuevo escándalo se hizo presente en el lugar.
Las líderes de su hermandad, Nereida y Náyade, llamaron al orden y bajaron el tono entre los más lujuriosos Dioses diciendo: “Como sabes estamos aquí reunidos justo por lo contrario, hermana”, dijeron casi al unísono con una sonrisa que dejaba poco a entrever lo serio del caso.
Hace tanto que los humanos no se reúnen en los parques naturales, los ríos y bosques, sin ninguna razón aparente además de disfrutar del ambiente y celebrar, por qué no, de nuestra presencia.
“Ya ni los hombres nos miran hermanas”, continúo diciendo Náyade, “si pretendíamos que en algún momento se diesen cuenta de la importancia que simboliza erigirnos un templo, ya no lo harán. ¡Quiten esas caras de sorpresa!, ustedes lo sabían”, las regañó Nereida; y con esto finalizó su intervención.
Algunas, desesperadas, rompieron en llanto tras estas crudas y evidentes declaraciones mientras en la tierra los ríos se secaban, los bosques se incendiaban y las olas se levantaban molestas. Los científicos con las más aptas de las tecnologías realizaban estudios meteorológicos y hasta astronómicos, por si acaso la posición de la luna tendría algo que ver. Al menos esto último era lo que se leía en las tendencias mundiales del día en Twitter y otras redes sociales.
Fue bajo la aprobación de Zeus en el Olimpo que los favores de los dioses alarmaron a los hombres sin advertencias ni permisos. Con el único propósito de restituir el orden de las cosas le concedieron este tipo de manifestaciones naturales a las Ninfas, quienes atentaron sus propios hogares; después de todo, sino eran ellas quién más podía animar la naturaleza, y con ésta al hombre, y con el hombre al mundo. Eran los nuevos monstruos, la tecnología y las redes sociales, los que estaban ganando la batalla de admiración en esta era.
“Tal como es la belleza, peligrosa y desarme de las almas, la idolatría a lo superfluo y artificial distrajo al hombre moderno”, declaró Náyade, “¿podemos permitir esto?”, preguntó con una escultural pose de liderazgo, mientras Nínfu seguía riendo movida por la exaltación y el resto de las Ninfas alocadas respondieron con un ¡no! rotundo.
Bastó entonces con que un gran rayo lanzado por Zeus fuese el causante de blasfemias entre los hombres, la daga que impactara directamente entre los monstruos y el motivo de honra y vitoreo de las Ninfas. Con esto, Zeus sentenció el fin de la reunión en el Olimpo.
Sin mayores daños colaterales que la pérdida indefinida de la electricidad; los hombres empezaron a seguir a las ninfas, de vuelta en los parques; los jóvenes aventureros treparon por los arboles hasta alcanzar a alguna risueña, los niños en las arenas de las playas erigieron mini templos- al menos así lo veían conmovidas las Ninfas- y todos se hicieron, de nuevo amigos de las Ninfas como si nunca nada se hubiese interpuesto entre los canticos, retratos artísticos y creativas demostraciones de admiración para con ellas y su natural belleza.
Era la vigésima primera reunión convocada en el Olimpo por las Ninfas, y - como era de esperarse- presidida por Zeus.
Las divinidades femeninas alocadas por el tema del día no paraban de parlotear entre ellas y actuar con una especie de gracia –invariablemente aludida a su belleza- y una perversa complicidad.
Nínfula atrajo la atención de todos de ipso facto cuando empezó a girar sobre su propio eje acariciando su enorme y lacia cabellera dorada, mientras decía: “Yo… yo pienso que los humanos no sobrevaloran lo banal”. Su risa seductora luego de esta frase produjo miradas contrariadas y, de pronto, un nuevo escándalo se hizo presente en el lugar.
Las líderes de su hermandad, Nereida y Náyade, llamaron al orden y bajaron el tono entre los más lujuriosos Dioses diciendo: “Como sabes estamos aquí reunidos justo por lo contrario, hermana”, dijeron casi al unísono con una sonrisa que dejaba poco a entrever lo serio del caso.
Hace tanto que los humanos no se reúnen en los parques naturales, los ríos y bosques, sin ninguna razón aparente además de disfrutar del ambiente y celebrar, por qué no, de nuestra presencia.
“Ya ni los hombres nos miran hermanas”, continúo diciendo Náyade, “si pretendíamos que en algún momento se diesen cuenta de la importancia que simboliza erigirnos un templo, ya no lo harán. ¡Quiten esas caras de sorpresa!, ustedes lo sabían”, las regañó Nereida; y con esto finalizó su intervención.
Algunas, desesperadas, rompieron en llanto tras estas crudas y evidentes declaraciones mientras en la tierra los ríos se secaban, los bosques se incendiaban y las olas se levantaban molestas. Los científicos con las más aptas de las tecnologías realizaban estudios meteorológicos y hasta astronómicos, por si acaso la posición de la luna tendría algo que ver. Al menos esto último era lo que se leía en las tendencias mundiales del día en Twitter y otras redes sociales.
Fue bajo la aprobación de Zeus en el Olimpo que los favores de los dioses alarmaron a los hombres sin advertencias ni permisos. Con el único propósito de restituir el orden de las cosas le concedieron este tipo de manifestaciones naturales a las Ninfas, quienes atentaron sus propios hogares; después de todo, sino eran ellas quién más podía animar la naturaleza, y con ésta al hombre, y con el hombre al mundo. Eran los nuevos monstruos, la tecnología y las redes sociales, los que estaban ganando la batalla de admiración en esta era.
“Tal como es la belleza, peligrosa y desarme de las almas, la idolatría a lo superfluo y artificial distrajo al hombre moderno”, declaró Náyade, “¿podemos permitir esto?”, preguntó con una escultural pose de liderazgo, mientras Nínfu seguía riendo movida por la exaltación y el resto de las Ninfas alocadas respondieron con un ¡no! rotundo.
Bastó entonces con que un gran rayo lanzado por Zeus fuese el causante de blasfemias entre los hombres, la daga que impactara directamente entre los monstruos y el motivo de honra y vitoreo de las Ninfas. Con esto, Zeus sentenció el fin de la reunión en el Olimpo.
Sin mayores daños colaterales que la pérdida indefinida de la electricidad; los hombres empezaron a seguir a las ninfas, de vuelta en los parques; los jóvenes aventureros treparon por los arboles hasta alcanzar a alguna risueña, los niños en las arenas de las playas erigieron mini templos- al menos así lo veían conmovidas las Ninfas- y todos se hicieron, de nuevo amigos de las Ninfas como si nunca nada se hubiese interpuesto entre los canticos, retratos artísticos y creativas demostraciones de admiración para con ellas y su natural belleza.
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