Por Lidia Coronado
-Amiga, querida, te juro que yo la vi- le repetía mientras colocaba Splenda en su café. Cándida la observaba sin mucho interés.
- Bueno, te cuento que la china, que resultó ser japonesa, venía todos los martes a esta librería- insistió, mientras movía suavemente el café-, a la misma hora pedía el mismo café y se sentaba en esa mesa de allá, observaba un rato a la gente luego abría un libro o escribía en un Ipad.
-Estas espías de ahora ya no son como la 99- dijo riéndose, mientras sacaba el tejido de la cartera-, tengo que terminar esta bufanda para regalársela a mi hermano.
- Candy, imagínate que ese día, que yo estaba observando, sabes que me encanta aplicarle el método científico a la gente y tratar de adivinar sus historias- dijo Ana.
-Estás loca amiga- contestó Cándida sin mirarla.
-El muchacho le trajo el café y una torta que un hombre chino que estaba en la librería le había enviado, tenía una nota. Al abrirla la muchacha se puso pálida y comenzó a sudar -continuo contando Ana.
-La china, la espía, se levantó y fue al baño, yo la seguí. Cuando estaba cerca de la puerta salió, me dijo que el baño estaba malo, que no se podía usar, luego cerro con la mano y salió de la tienda - contaba Ana casi eufórica-. Te lo juro amiga, cuando caminé tras ella, la anfitriona del bautizo decía por el micrófono: “Es para mí un honor presentar este libro de la escritora Ichiko Ohara, que cuenta la historia de su vida en china, cuando fue reclutada por el gobierno japonés como espía”. No podía creer lo que estaba escuchando. Es una historia cruda y cruel, por esa razón Ichiko permanece oculta, siempre está temiendo por su vida.
-El tipo que apareció muerto en el baño de la librería que dicen que fue un suicidio, fue ella que lo mató, y el papelito doblado fue la orden que le dejaron sus jefes- dijo golpeando el libro-, todo está aquí.
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