miércoles, 6 de julio de 2011

El café que se quemó

Por Mercedes Fernández

Rafael estaba llegando a su edificio, mientras pensaba que apenas eran las 4pm, y en la sorpresa que tendría Elena, que vivía quejándose de sus tardanzas, de lo mucho que trabajaba, en fin… Nunca puede llegar antes de las 10pm.

Pero hoy comenzó el recorte de electricidad, y nada, hubo que cerrar las oficinas, prefería no pensar más en el trabajo pendiente, y ver cómo disfrutaba esas horas regaladas, quizá invitaría a Elena a cenar, ésta no se lo iba a creer.

Mientras estacionaba, se percató que el carro del vecino ya estaba en el edificio. Le caía de un mal ese diputadito arrogante, con su Mercedes y su guardaespaldas desdentado, total, quién querrá matar a ese pobre diablo, que ni siquiera se le conoce la voz en el Congreso.

Mientras Rafael introducía la llave en la puerta, percibió un olor a quemado, “¡coño!”, pensó, “se está quemando el café, que desastre. Elena nunca hace café y cuando lo hace lo quema, ¡que vaina!”.

El olor se iba extendiendo por la casa, un poco ácido, un poco viejo. Rafael se quitó la chaqueta y apagó la cocina. Se quemó un poco cuando retiró la cafetera italiana que le había regalado su suegra.

Cuando dejó la cocina para llamar a Elena, escuchó risas al fondo del pasillo, y una voz que el conocía se quejaba jugando “mamita se te quemó el café, corre, corre…”, y se sintió una palmadita segundos antes de que Elena corriera desnuda por el pasillo impregnado a café quemado.

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