miércoles, 6 de julio de 2011

Por un café irlandés

Por Mercedes Fernández

Mariana estaba llegando temprano como todos los días, con paso rápido y firme, dejaba tras sí cabezas volteadas. Entró en el café de lujo de una inmensa torre de oficinas, el fuerte olor la golpeó por un instante, eran docenas de sacos y recipientes con diversidad de granos. Ella no entendía nada de café, ni siquiera le gustaba. Tuvo mucha suerte al quedarse con el trabajo de camarera, sin tener ninguna experiencia.

El dueño, un italiano risueño, agradecido a la vida, sin dejar de mirarla un momento dijo “siempre hay una primera vez, quizá sea tu oportunidad”. Ella sabía que sí.

Mientras vestía el elegante uniforme blanco, con delantal negro apretando sus caderas, pensaba en lo fácil del trabajo. Los clientes al ordenar no podían dejar de mirar sus ojos de gata inescrutables y su perfecta piel blanca, hasta llegar al centro del mentón donde una cicatriz cruzaba en forma grosera y desafiante. Tanta belleza resultaba un imán, irresistible ver ese pecado expuesto.

Mariana sabía el impacto y sonreía discretamente, las propinas eran generosas. En poco tiempo saldría del basurero donde vivía, mientras la cicatriz quedaría en el mentón, como un recordatorio para no apartarse de sus propósitos.

El día transcurrió grato, en un lugar hermoso, limpio, con gente fina y aromas exquisitos. Poco antes de cerrar se presentó un nuevo cliente, sentándose con el periódico de la tarde hizo una señal a Mariana, ésta al acercarse en seguida lo reconoció. Tan grande la ciudad, tantos años y tenía que encontrarse con el maldito. “Quizás no me reconozca”, pensó.

Él levantando los ojos del periódico, apenas a la altura de su cicatriz ordenó “un café irlandés, por favor, con edulcorante”. “En seguida…”.

Al pagar la cuenta Mariana se apresura a retirar la copa. De pronto el cliente habla: “tengo la impresión de conocerla”. “No creo señor, tengo poco tiempo trabajando aquí. Buenas tardes”.

Mientras viajaba en el vagón del Metro atestado de gente, no podía dejar de pensar en el juego del azar. Durante los días siguientes el nuevo cliente nunca faltó a la misma hora, poco antes de cerrar fingiendo leer el periódico, la detallaba a lo lejos. Mariana estaba segura que la recordaría, era cuestión de tiempo.

Mariana llevaba el café irlandés a la mesa, mientras el cliente tenía sus ojos clavados en ella. Dejó la copa de café que despedía un aroma dulzón y esta vez con sus ojos de gata lo miró de frente para preguntar: “¿una o dos pastillas de edulcorante?”. “Dos como siempre, gracias”.

Mariana sacó de su bolsillo izquierdo un pequeño recipiente y colocó dos pastillas en la copa.

Pocos días después cuando estaban cerrando, el italiano le dijo:

-Mariana, recuerdas el cliente que venía a última hora.

-Claro.

-Supe que era un periodista de esos que buscan escándalos y hurgan donde nadie los llama, bueno… te lo cuento porque leí en la prensa que murió de un infarto fulminante.

- Pobre, quizás demasiado café con whiski para su edad.

- Certo, ragazza, molto café.

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