martes, 5 de julio de 2011

Café il sogno

Por Gonzalo Paredes

Estábamos esa tarde especialmente alegres porque la Vinotinto había empatado con Brasil. La euforia reinaba en la cafetería; estaba a reventar. En un extremo de nuestra mesa estaba Zark Lara, un joven del interior: alto, delgado y moreno, con cabellos lacios; era callado, pero capaz de distinguir en un sorbo de un blanquito la marca del café. Al principio, cuando identificó el de la casa, todos pensamos que era una casualidad y que había estado aquí anteriormente: “Este café es Biondi”, dijo. Diego que estaba a su lado y que es el más incrédulo, pidió al mesonero otro con leche; “este es Casa de América”, también lo reconoció, “Café Real”, “Café Tío Antonio”, y así identificó todos los café que le trajeron.

Cuando Zark era pequeño vivía en Ospino, su padre era peón en la finca ganadera de los Cicarelli, era la más grande de Portuguesa. Su abuelo también había sido obrero en la misma finca; pero Zark quería cambiar el destino de la familia. Un día se fue con su tío José Luis al despuntar el alba, llevaban cuatro sacos de café cereza recién cosechado. En la vía de la estación experimental regaron el café con mucho cuidado sobre la carretera negra; los carros pisaban los granos y lo descascaraban mientras se secaba al sol. Era la forma de trillar más económica. Recogieron su futuro y se fueron. Al día siguiente, antes del amanecer, ya estaban en la plaza Bolívar, frente a la catedral. Alrededor había por lo menos cincuenta camionetas de los compradores de café. De todos los cerros de los alrededores bajaban los campesinos con sus saquitos para negociar el producto de todo un año de trabajo. Pero más que un producto, era un sueño; porque en Ospino ese fruto es como el oro. Todos los niños ospineros crecen pensando que se harán ricos con el café, para ellos son piedras preciosas.

El comprador metió la mano en el saco y tomó varios granos, los mordió suavemente, uno a uno, para detectar la acidez. Así, fue que Zark empezó, se hizo comprador de café; su paladar se afinó para detectar el bouquet y el aroma de las diferentes calidades. Con el tiempo montó su propio negocio, él era el más audaz, no sólo esperaba en la plaza; compró una pickup doble tracción y subía a los cerros. Así, poco a poco, se adueñó del mercado y se hizo un experto; una leyenda viviente. Se casó con una bella rubia, Francesca, una italiana de Turen. Juntos aprendieron el arte del tostado y fundaron su industria: CAFÉ IL SOGNO.

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