Por Natasha Salgado
La vida de un pescador no es fácil, al igual que los pelicanos, que luchan contra el mar por su alimento. Esa es la vida de George, un pescador de Sídney que sale todos los días a pescar.
-George, ¿listo para salir?- le pregunta su compañero luego de amarrar las velas y tener todo a punto para las próximas seis horas. Son las cinco y media.
-Si Chad, estoy listo.
Y de esa forma zarparon. Ellos, como las aves de mar, deben llevar alimento a sus polluelos y esposas.
Con el olor salado del mar entrando por sus narices y con el viento golpeando su cara, se mueven hacia aguas más profundas. Ellos, junto a los demás pescadores han creado una relación con estas aves para que los guíen a los mejores sitios para pescar, ni muy cerca del arrecife pero tampoco tan lejos que los atrapen las corrientes y los saquen de curso.
Cuando ven a los pelicanos parar y sentarse sobre el agua ellos saben que ese es el lugar asignado. Todos paran a una distancia considerable los unos de los otros, lanzan el ancla y preparan sus redes.
George y Chad ven como sus colegas comienzan a lazar las redes pero ellos esperan.
-Jefe, cuando quiera- le dice Chad al ver que son los únicos que no han empezado.
-Ten paciencia Chad que mis colegas no han comenzado.
El chico de unos veinte años lo mira extrañado, ¿Cómo que no han comenzado? ¿No ve que los demás ya están pescando?
- Se lo que piensas muchacho pero ve más de cerca.
Y así lo hace; y ¿qué ve?... a los pelicanos sobre el agua, sin hacer nada, sólo esperando.
-¿Se refiere a los pelicanos?- el hombre le sonríe y asiente.
Pasa una hora y los demás no han logrado sacar nada, están frustrados, no saben qué hacer pues los pelicanos los trajeron aquí pero no hay ni una sardinita; muchos se van a otros sitios y otros se quedan a esperar un milagro.
Luego de treinta minutos, George ve que el líder de la colonia de pelícanos arranca a volar; el hombre sonríe y ve a su compañero:
- Es tiempo Chad.
El joven va a buscar las redes y regresa minutos más tarde con ellas, le da una a su jefe y la otra se la queda él.
El enorme pelicano vuela tan alto que es difícil verlo.
- Chad, en el momento en que comience a bajar lanzamos ¿ok?- él asiente y esperan.
De pronto comienzan a ver al ave descender a alta velocidad, con sus alas recogidas y el pico cerrado; ambos lanzan las redes justo a tiempo para que el pelicano entre al agua con más gracia y habilidad que las clavadistas olímpicas.
Pasaron tres largos segundos pero al final salió el ave con el pico lleno de agua y con pescado, luego éste partió para llevar la pesca a sus polluelos mientras los demás comienzan sus labores.
George y Chad también lograron pescar mucho y con una sola pesca lograron el objetivo del día; ambos junto a su amigo pelicano fueron a sus casas a compartir lo que habían obtenido.
La vida de un pescador no es fácil, al igual que los pelicanos, que luchan contra el mar por su alimento. Esa es la vida de George, un pescador de Sídney que sale todos los días a pescar.
-George, ¿listo para salir?- le pregunta su compañero luego de amarrar las velas y tener todo a punto para las próximas seis horas. Son las cinco y media.
-Si Chad, estoy listo.
Y de esa forma zarparon. Ellos, como las aves de mar, deben llevar alimento a sus polluelos y esposas.
Con el olor salado del mar entrando por sus narices y con el viento golpeando su cara, se mueven hacia aguas más profundas. Ellos, junto a los demás pescadores han creado una relación con estas aves para que los guíen a los mejores sitios para pescar, ni muy cerca del arrecife pero tampoco tan lejos que los atrapen las corrientes y los saquen de curso.
Cuando ven a los pelicanos parar y sentarse sobre el agua ellos saben que ese es el lugar asignado. Todos paran a una distancia considerable los unos de los otros, lanzan el ancla y preparan sus redes.
George y Chad ven como sus colegas comienzan a lazar las redes pero ellos esperan.
-Jefe, cuando quiera- le dice Chad al ver que son los únicos que no han empezado.
-Ten paciencia Chad que mis colegas no han comenzado.
El chico de unos veinte años lo mira extrañado, ¿Cómo que no han comenzado? ¿No ve que los demás ya están pescando?
- Se lo que piensas muchacho pero ve más de cerca.
Y así lo hace; y ¿qué ve?... a los pelicanos sobre el agua, sin hacer nada, sólo esperando.
-¿Se refiere a los pelicanos?- el hombre le sonríe y asiente.
Pasa una hora y los demás no han logrado sacar nada, están frustrados, no saben qué hacer pues los pelicanos los trajeron aquí pero no hay ni una sardinita; muchos se van a otros sitios y otros se quedan a esperar un milagro.
Luego de treinta minutos, George ve que el líder de la colonia de pelícanos arranca a volar; el hombre sonríe y ve a su compañero:
- Es tiempo Chad.
El joven va a buscar las redes y regresa minutos más tarde con ellas, le da una a su jefe y la otra se la queda él.
El enorme pelicano vuela tan alto que es difícil verlo.
- Chad, en el momento en que comience a bajar lanzamos ¿ok?- él asiente y esperan.
De pronto comienzan a ver al ave descender a alta velocidad, con sus alas recogidas y el pico cerrado; ambos lanzan las redes justo a tiempo para que el pelicano entre al agua con más gracia y habilidad que las clavadistas olímpicas.
Pasaron tres largos segundos pero al final salió el ave con el pico lleno de agua y con pescado, luego éste partió para llevar la pesca a sus polluelos mientras los demás comienzan sus labores.
George y Chad también lograron pescar mucho y con una sola pesca lograron el objetivo del día; ambos junto a su amigo pelicano fueron a sus casas a compartir lo que habían obtenido.
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