Por Luis Ortiz
Y ahí estaba Daniel, soñoliento por su fatiga, motivado por la discusión. Él sabía muy bien que todo era mentira. No sólo la situación sino los comentarios que Gabriela generaba para discutir. Todo el hedor cálido del momento se intensificaba con el pasar de los minutos.
-¡Vaya discusión mijo! – decía la abuela - yo pensaba quese pobre niño estaba cansado detoaesa chacharería. No jué jasí te cuento. Porque si jubiera sio así, jése je jubiera largao con sus cachivaches ji listo. Por mi madre santa je se largao; jese Daniel tiene más puje que muchacho virgen celao. Ese niño no comía cuento e nadie.
El nieto observaba a su abuela con expresión de incógnita mientras pronunciaba aquella pregunta reveladora: ¿Por qué dices eso abuela?
Ella sabía que Gabriela mentía con una habilidad envidiable. Gabriela había sido bendecida con el poder de la palabra desde muy pequeña y sin duda permitía generar espacios donde la ficción se hacía realidad transformando el mundo aburrido de los hombres en un mundo de castillos y dragones. Además sabía que Daniel se deleitaba con esas discusiones ficticias donde los pies eran manos y los ojos eran uñas. Gabriela lo hacía todo creíble. Por ello la abuela sentenció aquella conversa con una respuesta sencilla y al parecer esperada.
-¡Porque los Jantílopes de Seis Patas existen menso! ¿Jacaso no te jas jencontrado jarguno por jahí nel bosque. Tú me dices que les cortaron dos patas jace mucho tiempo. ¡Todos son de seis patas! Ja veces me provoca no contarte nás.
El nieto con su escéptica cara respondía de manera indirecta la obstinada sentencia. Para él todo era pragmático. Los escritos y las historias no valían nada sino se demostraban, si no eran “reales”.
Por eso a la abuela le caía tan mal Daniel. Porque para el nieto la belleza pertenecía a todo aquello que pudiera demostrarse, a todo aquello que fuera probable. Daniel le parecía un pobre tonto por darle importancia a las mentiras de Gabriela.
No servía de nada si no se podía demostrar y eso es lo que hacía del mundo un lugar tan especial como era. El obvio antílope de la abuela no le parecía fascinante porque era producto de algo irreal para él. Cosa que para la abuela era totalmente diferente.
-Abuela –dijo el nieto con voz firme y elocuente-. Si mal no recuerdas el código dictado por nuestro jefe supremo dice “Los hombres son cada día más pequeños y débiles. Cómo van a casar antílopes de seis patas, si yo mismo apenas lo logro”. Nosotros somos nuestra historia abuela, y la realidad se rige por ella y nuestro código.
Sabiduría, tristeza y decepción, es lo que manifestaba la abuela a través de un suspiro. Los segundos esbozaban un silencio necesario que brindaba fuerzas a la voluntad de la abuela de finalizar aquella difícil discusión.
-Nieto… Los jombres son cada día más pequeños y débiles por creer jen jun Antílope de Cuatro Patas. Jes por jeso que yo decidí creer jen los de seis.
Y ahí estaba Daniel, soñoliento por su fatiga, motivado por la discusión. Él sabía muy bien que todo era mentira. No sólo la situación sino los comentarios que Gabriela generaba para discutir. Todo el hedor cálido del momento se intensificaba con el pasar de los minutos.
-¡Vaya discusión mijo! – decía la abuela - yo pensaba quese pobre niño estaba cansado detoaesa chacharería. No jué jasí te cuento. Porque si jubiera sio así, jése je jubiera largao con sus cachivaches ji listo. Por mi madre santa je se largao; jese Daniel tiene más puje que muchacho virgen celao. Ese niño no comía cuento e nadie.
El nieto observaba a su abuela con expresión de incógnita mientras pronunciaba aquella pregunta reveladora: ¿Por qué dices eso abuela?
Ella sabía que Gabriela mentía con una habilidad envidiable. Gabriela había sido bendecida con el poder de la palabra desde muy pequeña y sin duda permitía generar espacios donde la ficción se hacía realidad transformando el mundo aburrido de los hombres en un mundo de castillos y dragones. Además sabía que Daniel se deleitaba con esas discusiones ficticias donde los pies eran manos y los ojos eran uñas. Gabriela lo hacía todo creíble. Por ello la abuela sentenció aquella conversa con una respuesta sencilla y al parecer esperada.
-¡Porque los Jantílopes de Seis Patas existen menso! ¿Jacaso no te jas jencontrado jarguno por jahí nel bosque. Tú me dices que les cortaron dos patas jace mucho tiempo. ¡Todos son de seis patas! Ja veces me provoca no contarte nás.
El nieto con su escéptica cara respondía de manera indirecta la obstinada sentencia. Para él todo era pragmático. Los escritos y las historias no valían nada sino se demostraban, si no eran “reales”.
Por eso a la abuela le caía tan mal Daniel. Porque para el nieto la belleza pertenecía a todo aquello que pudiera demostrarse, a todo aquello que fuera probable. Daniel le parecía un pobre tonto por darle importancia a las mentiras de Gabriela.
No servía de nada si no se podía demostrar y eso es lo que hacía del mundo un lugar tan especial como era. El obvio antílope de la abuela no le parecía fascinante porque era producto de algo irreal para él. Cosa que para la abuela era totalmente diferente.
-Abuela –dijo el nieto con voz firme y elocuente-. Si mal no recuerdas el código dictado por nuestro jefe supremo dice “Los hombres son cada día más pequeños y débiles. Cómo van a casar antílopes de seis patas, si yo mismo apenas lo logro”. Nosotros somos nuestra historia abuela, y la realidad se rige por ella y nuestro código.
Sabiduría, tristeza y decepción, es lo que manifestaba la abuela a través de un suspiro. Los segundos esbozaban un silencio necesario que brindaba fuerzas a la voluntad de la abuela de finalizar aquella difícil discusión.
-Nieto… Los jombres son cada día más pequeños y débiles por creer jen jun Antílope de Cuatro Patas. Jes por jeso que yo decidí creer jen los de seis.
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