viernes, 3 de enero de 2014

La serpiente del lago

Por Andrés Scherer

A través del oscuro bosque Anna corría intentado escapar de sus problemas y de la sociedad, que según ella, eran los culpables de todos los sentimientos que sufría. Ella pensaba que era demasiado dolor para una simple chica, que no era justo y que al ser diferente las personas la consideraban una diosa oscura.
Con una delgada y fría daga en la mano y con el profundo pensamiento de clavarlo en sus coloridas venas, Anna pisaba lodosos charcos y sus zapatos se embarraban.  «Mis zapatos no podrían estar peor», pensó  pero a ella no le importaba ya que serían los últimos que utilizaría.

Acercándose a lo más profundo del bosque, las temblorosas raíces de los frondosos y grandes árboles se movían como si tuvieran vida propia. Anna intentaba serpentearlas para no tropezar pero era casi inevitable. Al detenerse por el agotamiento, la chica de cabello negro y profundos ojos pudo divisar el extraño movimiento que las raíces hacían. Parecía que intentaban formar alguna frase. Al leerla, Anna quedó impactada.

“A los ojos del humano, la serpiente del lago, hace temblar y sollozar”.

Anna corrió lo más que pudo pero tropezó con algo y rodó colina abajo hasta que logró aferrarse a algo y detenerse. Abrió sus bellos ojos celestes y contempló un oscuro lago. Anna metió la mano para limpiarse un poco la cara pero la sacó al instante. Estaba congelada. La chica decidió sentarse para observarlo. «Después de todo será lo último que veré… es irónico, moriré viendo algo diferente. »

Anna sentía que bajo el agua rondaba una criatura. No sabía qué era pero sentía un escalofrío que recorría su pierna. Fue entonces cuando comenzó a ver pequeños destellos naranjas y rojos. Parecía que hubiese un gas bajo el agua que provocara aquella ilusión. De pronto del agua comenzaron a salir burbujas. Parecía que había algo debajo que las provocaba y Anna creía que era también el causante de los destellos.

Unos ojos rojos y oscuros salieron del lago asomando nada más la frente. Anna se asustó y pegó un grito ahogado. La criatura serpenteó hasta Anna y sin salir del agua comenzó a sonreír macabramente. Anna comenzó a ver su piel y veía pequeñas escamas de colores muy brillantes pero que no se podían observar bien gracias a los destellos. El dragón la miró fijamente a los ojos y Anna correspondió. Parecía que la hipnotizaba para hacerla ver algo. Finalmente la mirada de Anna cedió.

El dragón parecía haberla enviado a un mundo parecido al infierno. Era oscuro y por todos lados había sangre. Anna volteaba a todos lados y cada vez se sentía peor. Una voz comenzó a oírse: “Soy el dragón del lago y espero que de todos los lugares a los que hayas ido,  éste sea el más tenebroso que hayas conocido”.

Hombres aparecían con grandes navajas degollando personas y animales. Civiles eran torturados siendo marcados como a las vacas y a otros sufrían sobre las brasas hirvientes. Muchos eran juzgados bajo sus propios problemas siendo arrojados a su propio barranco.

“De todos estos problemas el que menos importa es el tuyo, así que aléjate, no perteneces aquí. Suelta esa delgada hoja y corre. Siempre puede ser peor… y si continúas así, yo mismo seré tu verdugo y opresor”, le dijo el dragón telepáticamente.

Anna se despegó de la encarnada mirada del dragón, arrojó la daga al lago y veía como la serpiente sonreía y se alejaba de nuevo a lo profundo del lago. Se puso de pie y se fue corriendo de nuevo a casa y con un nuevo ideal.  Las raíces otra frase generaron.

“A los ojos del humano, la serpiente del lago, hace iluminar”.

La rueda

Por Eglée González Lobato

-Señora Pirandello, no debería reírse –me advertía la mal humorada maestra de preescolar manteniendo en la mano una hoja tamaño carta coloreada de negro en la que se leía: “Delfina”.
-¿Acaso cree que debo preocuparme? En lugar de hablar de mi hija pareciera usted describir a su papá.
-No estoy muy segura mi estimada señora, su esposo es afable, conversador y estuvo muy animado en la celebración del día del padre.
-¿Conversador? Vittorio no habla con nadie, lo que pasa es que es auténticamente huraño y por eso usted no notó hostilidad en su silencio.
Me levanté del incómodo pupitre -en el que me obligan a sentar cada vez que busco la boleta- y con expresión reflexiva salí del salón, no sin antes levantar la ceja izquierda y estrechar con un fuerte apretón la mano de pescado de la maestra.
Quedé pensativa porque aunque no estoy de acuerdo con la masificación de una conducta y la consigna: “todos los niños deben ser extrovertidos”, no puedo pasar por alto que mi hija de cinco años prefiera llamarse Delfina que Paola, quiera estar sola y pinte únicamente con color negro.
De regreso a la casa -desde el colegio- paré a comprar una caja de colores Mongol de 24 y se lo ofrecí de regalo.
-No los necesito mami -se apresuró a decir- mi amigo Hochigan me presta los suyos.
-¿Hochigan? Qué nombre tan extraño –reparé- ¿quién es?
-El es mi mejor amigo y ¿sabes lo qué hace mami?, reconoce qué animal tenemos cada uno por dentro. Cuando te ve en el colegio me dice que eres un rinoceronte y mi papá, un tigre sigiloso.
-Ah,  ¿y qué otros animales puede ver?
-Bueno, la maestra es una hiena y por eso no podemos confiar en ella; la niña malcriada de los moñitos es un topo aborrecible y el hijo de la vecina es un tiburón que siempre muerde.
-¡Uy! ¿Y qué animal es tu amiguito?
-Hochigan es una pantera fuerte y poderosa como el viento que mueve la rueda.
Desconcertada quise saber más, así que le propuse dejar los colores en la mesa e ir juntas a la plaza.
-A ver Paola, ¿qué diría Hochigan al ver la cara de todas estas personas?
-Me diría que aquél viejito sentado en el banco con el sombrero es un mapache, un ladrón; el niño de la bicicleta azul es una rata que corre sin parar y la mujer flaca despeinada es una zorra desconfiada.
Pedí una cita con la maestra para el lunes a primera hora. A punto estaba de bajarme del carro cuando miré al parque y allí estaba Paola, sola, dando vueltas en la rueda.

La muerte crea

Por Gaby Martin

El verdugo esperaba la señal del señor feudal para dejar caer la plataforma; el condenado ─atado de manos y pies─ observaba a la multitud con ojos cansados. Era joven, de unos veinte a treinta años, estaba desnudo, y tenía los ojos tan claros que cegaban. No forcejaba con sus captores, ni gritaba improperios al aire; segundos antes de su condena no rezó, no maldijo, tampoco se arrepintió.
-          La muerte es la única justicia verdadera  ─dijo un padre a su hijo─ ¡Oh, la muerte! Monje, ladrón, o campesino, ¡el mismísimo Rey incluso!, estamos condenados, ¡condenados! ─La mirada del anciano delataba su regocijo─, nunca olvides hijo mío, todos los hombres tienen  que morir ¡Una  autentica maravilla si me lo preguntan! ¿No lo crees así Pilip?
Un escalofrió recorrió al joven.
 ─ ¡Detente! No hables de la muerte de ese modo, debes temerle padre.
─ ¿Temerle? Pero si le espero ansioso todas las noches.
La señal fue dada, la plataforma desapareció y el joven de los ojos transparentes cayó y se tensó. Pataleó y se retorció en el aire por unos minutos. Nadie se fue. El pueblo entero observó la agonía del joven sin emitir sonido, incluso los niños estaban callados. No había dicho palabra, pero su silencio se enterró hondo entre los presentes.
El rostro se coloreó de morado y tenía la boca abierta; no había cerrado los ojos en ningún momento. La muerte era casi erótica, una experiencia humana llevada hasta el límite. La semilla del joven se esparció en la tierra, fecundándola; el silencio era ensordecedor y nadie escuchó los agudos chillidos del feto. Bajo tierra una mandrágora se formaba, creada del vientre de Gea y la semilla del ahorcado.

El cancerbero

Por Carlos Curé

Recostado de nuevo en el diván, sentí que la consulta de hoy sería diferente.
-          Doctor no puedo siquiera decir buenos días cuando hay más de dos personas reunidas - le dije con el pulso acelerado y las manos sudorosas y seguí hablando sin parar-. Es un miedo, una asfixia que siento en el pecho y no hablo, esto me esta causando problemas en el trabajo, con mis amigos, en mi casa, me he aislado de todos.
El doctor con la serenidad de lo caracteriza me preguntó:
-¿Qué es lo peor que te puede pasar si hablas en público?
No tenía una respuesta a la mano, sólo guardé en silencio mi reflexión. Me quedé mirando fijamente la lámpara del techo que tenuemente iluminaba el espacio y escuche al  doctor que extrañamente hablaba más de lo regular, contándome una historia que el cerebro nos protegía del dolor ocultándonos experiencias. No se si fue la historia o la voz calmada del doctor pero cerré los ojos y respiré profundamente.
Volvió la pregunta a mi mente: ¿Qué es lo peor que puede pasar si hablo en público?
Mi padre con su uniforme verde oliva impecablemente planchado me paró en medio de la sala y me preguntó si estaba lista mi exposición para el día siguiente, con apenas siete años de edad y en una escuela nueva ya tenía que haberme adaptado a los constantes cambios de vivienda y de amigos.
No, la exposición de apenas tres líneas no la tenía memorizada, esto bastó para que delante de mis hermanos me parara desnudo en la sala y me hiciera repetir cien veces las piches tres líneas.
En el primer asomo de lágrima que asomaron mis ojos, vi como mi papá prensaba la mandíbula y gritaba la primera amenaza, darme con la correa que ya tenía enrollada en el puño derecho.
No pude aguantar el llanto y brotaron de mis ojos como dique lágrimas a más no poder, sentí inmediatamente un candelazo en las piernas y vi como levantaba de nuevo mi padre el brazo para darme el segundo correazo. Las burlas de mis hermanos no se hicieron esperar, aunque en la exaltación de mi padre les profirió igualmente amenazas por su conducta. Era así, era su carácter.
Al día siguiente fue la exposición,  me equivoqué tres veces y mi maestra con su suave sonrisa y su olor a dulce de leche me felicitó. Con todo el dolor y rabia que me produjo mi padre me fui con los pensamientos más oscuros hacia quien inútilmente y en su condición de poder maltrataba tempranamente mi humanidad. Sabía que me estaría esperando  para preguntar el resultado obtenido en la escuela. Esta vez decidí irme por el camino más largo queriéndole dar tiempo a la rabia.
En el primer cruce de una calle solitaria escuché los gruñido gruesos y atronadores de unos perros; al acercarme un poco más veo la inmensidad de un perro con tres cabezas y cola de serpiente, con los ojos inyectados de sangre que al verme soltaron sendos ladridos que hicieron remover mis tímpanos.
Me llevé las manos a los oídos y el terror me paralizó, era una bestia salida del infierno capaz de devorarme de un solo bocado. Cuando pude reaccionar regresé corriendo por el camino de siempre y al llegar a mi casa estaba mi padre esperando.
- ¿Cómo te fue en la exposición?- preguntó con sequedad.
– Bien- respondí jadeante todavía del susto y le di un abrazo.
Mis hermanos al verme me dijeron:
-Disculpa por lo de ayer.
Yo un  poco extrañado sólo pude preguntarles: “¿Qué pasó ayer?”.

Cuando abrí los ojos de nuevo la lámpara de techo seguía tenuemente iluminando el espacio y logré escuchar al doctor diciendo:

– Cancerbero, así es como se llama esa bestia de tres cabezas que no deja entrar a los vivos al inframundo, al reino de Hades al inconsciente, y no deja salir a los muertos, a sus ideas y a sus traumas, sólo endulzándolo o con música se puede calmar ese animal, esa censura.

El canto del mar

Por Deymar Alexa Rincon Rosales

Las olas se despiden de mí cuando levanto la mirada. La luz empieza a hacerse más y más escasa; debo marcharme, pero este extraño lugar me produce un miedo delicioso que con ganas de huir me obliga a permanecer allí, quieta, fría y pálida.
La dulzura de sus voces logran llegar a mis oídos, los cantos son celestiales, ni la voz más pura y afinada puede compararse con esta fascinante melodía, que es lo suficientemente embriagante como para que la curiosidad pueda pisotear mi miedo.
Sin darme cuenta estoy en la orilla donde el agua puede tocar mis talones, sigo avanzando pero de la nada, de la oscuridad, aparece un extraña criatura con cara de mujer y una aleta en lugar de pies.
De su boca de donde sale el sonido, su mirada me hunde en el mar.
¿Será que voy a morir?

He dejado de oír la perfecta melodía y el silencio arropa mis ojos; al abrirlos de nuevo veo mi habitación, es de noche y el sudor recorre mi cuerpo, un arrollador grito sale de los más profundo de mi ser, mis padres llegan. Ahora sé que todo estará bien.

Una lluvia de lágrimas

Por Mate González Jaime

La aldea de Marco solía ser una tierra muy fértil, bastaba con lanzar una semilla, dejar que la lluvia hiciera su trabajo y así brotaba una planta que estiraba sus ramitas para saludar al sol. Las nuevas generaciones sabían de la fertilidad de los campos porque en la plaza estaba una fuente con una escultura: un pájaro de una sola pata lloraba y bajo de él se extendía una frondosa alfombra de matas. Sin embargo, el paisaje era desolador: la fuente no tenía agua, la tierra era árida, olía a chamusquina y el calor era pegajoso.
Una mañana Marco se sentó al borde la fuente y contempló la escultura. <Ese pájaro es extraño. Su llanto parece regar los campos>, pensó. El joven miró a su alrededor: el suelo era anaranjado y arenoso, todos los habitantes de la aldea están cubiertos del polvo del camino, no hay nada de verdor y todos parecen tristes. <El pájaro llora… jamás he visto a alguien llorar>, reflexionaba. “¿Y para qué vamos a desperdiciar las lágrimas? Cuando se fue la lluvia también se secaron nuestros ojos”, le espetó una anciana  que estaba sentada detrás de él.
Marcos volteó para mirarla. Se extrañó que contestara sus pensamientos. La anciana, se levantó apoyada en una muleta y se marchó. Agobiado, el joven decidió ir a recorrer los campos, tal vez lejos pudiera encontrar algo de brisa.
Caminó durante horas dejando tras de sí la polvareda naranja del camino. Su pelo negro estaba lleno de motitas de polvo, hasta sus cejas y pestañas estaban cubiertas de esa pelusa fastidiosa. Agotado, se sentó en las faldas de un tronco seco.
─Muchacho, ¿y qué viniste a hacer tan lejos?─ lo interrogó una voz.
De repente, apareció la anciana de la fuente. Ella resplandecía bajo un mantón de tupidos hilos verdes. <¡Esta vieja está enrollada en una cobija cuando hace tanto calor!>, pensó el chico. “Cuando uno es viejo necesita arroparse porque el frío sale del alma”, contestó la anciana esbozando una sonrisa desdentada.
─A ver señora, ¿cómo hace usted para responder mis pensamientos? ─ y de un brinco Marco se incorporó.
─Es que conozco tu alma desde hace mucho tiempo.
De repente Marco sintió que algo lo empujaba hacia el suelo, y tuvo la urgencia de sentarse junto a la anciana. El joven aldeano comenzó a tener mucho frío y le ardían los ojos, como si algo quisiera salir de sus cavidades oculares.
La anciana se quitó el mantón de tupidos hilos verdes y cubrió con él a Marco. En cuanto sintió la tibieza, el chico notó un olor a tierra mojada, un aroma que nunca había percibido. Cuando volteó para agradecerle, la anciana estaba como dormida y con un par de cristales diminutos saliendo de sus ojos cerrados.
Marco notó que ya no respiraba. Conmocionado quiso agarrar uno de los cristales pero se cayó y se rompió. Donde había caído, la tierra reverberó.  Marco nunca había visto a nadie morir y tuvo una extraña sensación: de sus ojos algo quería salir. Dos lágrimas gordas salieron expelidas de sus lagrimales y cayeron en la raíz del tronco seco del que brotó una pequeña hoja verde.
El joven corrió de regreso a la aldea, lloró con todas sus fuerzas regando a su paso todo el terreno. Al llegar a la fuente, cubrió al pájaro con el mantón de la anciana y sus gotas saladas comenzaron a llenar la fuente. Conmovidos, los aldeanos lo rodearon y de sus ojos también comenzaron a brotar cristales que luego se hicieron chispitas. Cuando llenaron la fuente, el agua de las lágrimas se desbordó y regó toda la tierra, que dejó su tono reseco por un marrón vivo y pequeñitas plantas comenzaron a brotar.

Pelecanus

Por Natasha Salgado

La vida de un pescador no es fácil, al igual que los pelicanos, que luchan contra el mar por su alimento. Esa es la vida de George, un pescador de Sídney que sale todos los días a pescar.
-George, ¿listo para salir?- le pregunta su compañero luego de amarrar las velas y tener todo a punto para las próximas seis horas. Son las cinco y media.
-Si Chad, estoy listo.
Y de esa forma zarparon. Ellos, como las aves de mar, deben llevar alimento a sus polluelos y esposas.
Con el olor salado del mar entrando por sus narices y con el viento golpeando su cara, se mueven hacia aguas más profundas. Ellos, junto a los demás pescadores han creado una relación con estas aves para que los guíen a los mejores sitios para pescar, ni muy cerca del arrecife pero tampoco tan lejos que los atrapen las corrientes y los saquen de curso.
Cuando ven a los pelicanos parar y sentarse sobre el agua ellos saben que ese es el lugar asignado. Todos paran a una distancia considerable los unos de los otros, lanzan el ancla y preparan sus redes.
George y Chad ven como sus colegas comienzan a lazar las redes pero ellos esperan.
-Jefe, cuando quiera- le dice Chad al ver que son los únicos que no han empezado.
-Ten paciencia Chad que mis colegas no han comenzado.
El chico de unos veinte años lo mira extrañado, ¿Cómo que no han comenzado? ¿No ve que los demás ya están pescando?
- Se lo que piensas muchacho pero ve más de cerca.
Y así lo hace; y ¿qué ve?... a los pelicanos sobre el agua, sin hacer nada, sólo esperando.
-¿Se refiere a los pelicanos?- el hombre le sonríe y asiente.
Pasa una hora y los demás no han logrado sacar nada, están frustrados, no saben qué hacer pues los pelicanos los trajeron aquí pero no hay ni una sardinita; muchos se van a otros sitios y otros se quedan a esperar un milagro.
Luego de treinta minutos, George ve que el líder de la colonia de pelícanos arranca a volar; el hombre sonríe y ve a su compañero:
- Es tiempo Chad.
El joven va a buscar las redes y regresa minutos más tarde con ellas, le da una a su jefe y la otra se la queda él.
El enorme pelicano vuela tan alto que es difícil verlo.
- Chad, en el momento en que comience a bajar lanzamos ¿ok?- él asiente y esperan.
De pronto comienzan a ver al ave descender a alta velocidad, con sus alas recogidas y el pico cerrado; ambos lanzan las redes justo a tiempo para que el pelicano entre al agua con más gracia y habilidad que las clavadistas olímpicas.
Pasaron tres largos segundos pero al final salió el ave con el pico lleno de agua y con pescado, luego éste partió para llevar la pesca a sus polluelos mientras los demás comienzan sus labores.

George y Chad también lograron pescar mucho y con una sola pesca lograron el objetivo del día; ambos junto a su amigo pelicano fueron a sus casas a compartir lo que habían obtenido.

Haniel, Kafziel, Azriel y Aniel

Por Guillermo Blanco

En el reino de los cielos, en una época en donde gran parte de la humanidad perdió su fe en Dios, se encontraba Haniel arrodillado en frente de un altar pidiendo sabiduría y valentía para poder llevar a cabo su tarea. Era claro lo que venía: las fuerzas del bien y el mal tendrán su último enfrentamiento en la ciudad del Vaticano y él será el general que guie las tropas en su lucha.
Apenas terminó su oración se levantó  y se dirigió hacia la puerta que conducía al balcón de la basílica de San Pedro. Mientras caminaba, su túnica blanca como la nieve se disolvía desde los pies hasta arriba  y al cabo de un par de segundos dio lugar a una armadura de plata con una cruz dorada en su centro.
Haniel desenvainó su espada cuando llegó al balcón contemplando la nube negra y tormentosa que se dirigía a la ciudad. Al asomarse, vio que sus hermanos Kafziel ,Azriel y Aniel estaban en el piso de abajo organizando todo. Hasta que el momento llegó: los cuernos emitieron un sonido de alarma que se escuchó en toda la basílica.
Una nube oscura se dirigía hacia la ciudad, de la cual salieron los demonios alados emitiendo gritos y lamentos. Se abrió otro portal y salieron los sabuesos y otras criaturas malignas. Haniel se apareció  en el frente para liderar al ejercito.
Tomó la misma actitud el general del otro bando, uno de los condes infernales, cuyo nombre atrae mala suerte a quien lo pronuncia. Éste gritó “Arcángel Haniel, ¡ahora veremos si tu Dios te sirve de algo!”
El arcángel no se limitó a contestarle a tal escoria. Desenvainó su espada y sus alas emergieron emitiendo una corriente de viento que hizo retroceder a las bestias infernales.
Empezó la batalla: los ángeles con sus águilas doradas se enfrentaron a los demonios y sus murciélagos en el cielo; los leones de luz y sus jinetes combatieron contra las hienas oscuras en la tierra junto a sus montadores.
Al parecer  estaban disminuyendo el número de defensas contra las bestias que tratan de destruir la basílica
A lo lejos, una torre emitía un extraño brillo. Era el innombrable, que mientras se reía, acumulaba toda su energía para destruir el Vaticano. Todo estaba perdido, hasta que una luz blanca sobresale de la oscuridad. Haniel entonces se dirigió a la torre para impedir que el demonio derrumbara la basílica.
El innombrable, que ya se le agotó la paciencia, gritó “¡sólo retrasas lo inevitable!”.
Soltó el rayo de energía contra Haniel que lo desvió hacia las tropas enemigas, reduciéndolas en su número y fuerza.
Haniel aterrizó en el extremo opuesto del último piso de la torre, en donde estaba el innombrable. Él tratando de contener la rabia dijo:
—Impresionante.
—Ahórrate los halagos. En el nombre de Dios te eliminaré de una vez por todas.
Los dos, ya con sus espadas desenvainadas, iniciaron su batalla.

A Haniel no se le aclararon sus dudas. Él sólo estaba seguro de una cosa: esa batalla decidirá el destino del mundo.

Laberinto

Por David Santamarina

Se trataba de una gran casa en la que estaba confinado a pasar el resto de sus días pagando su condena, tan grande que sólo dos hijos de hombre conocían la salida. Aquella cárcel era completamente espeluznante, sus monótonos e infinitos pasillos blancos se repetían como patrones de un confuso mandala. Aquellos muros insípidos se habían convertido en lo que él más odiaba. Asterión nunca logró tener amigos porque se los comía, también por eso estaba encerrado.
Artemio era un joven ateniense que se perdía para encontrar su muerte. Sus temblorosos pasos le dirigían a su fin. Debía elegir entre morir de hambre perdido en aquellos pasillos o ser devorado por la despiadada bestia. Eligió la muerte más rápida. El sudor corría por su cara y ardía en sus ojos. Después de una hora de recorrer aquellos idénticos y blancos caminos se sentía mareado.
− ¡Oh gran Zeus! ¿Por qué me ha tocado a mí este castigo? ¿Por qué has sometido a mi pueblo bajo el dominio del rey de Creta? Te ruego oh padre de los dioses, Zeus misericordioso, haz que mi muerte sea rápida y sin mucho dolor –suplicaba el joven susurrando entre llantos.
Asterión oyó a lo lejos un murmullo, lo cual le sorprendió de manera tal que se puso en pie en busca del origen  de aquellos sonidos. Era primera vez en tantos meses que se sentía alguna presencia entre los corredores de su gran mansión blanca.
El joven Artemio oía las pisadas de los pies desnudos de la criatura que se paseaba entre los pasillos en su búsqueda, y también las ruidosas inhalaciones y exhalaciones de su hocico taurino que venían cada vez más cerca.
− ¿Quién visita la casa de Asterión, hijo del toro?
No hubo respuesta. Sólo se oía el casi inaudible sonido de un cuerpo temblando en el suelo poseído por el miedo y su temblorosa respiración entrecortada.
−Puesto que aún no has sido invitado, yo te invito a que conozcas mi casa. Sabrás que no tengo ni un solo amigo y desearía conocerte. ¿Quién eres?, ¡déjame verte!
Entonces el joven divisó aquella terrorífica cabeza de toro que parecía salida del mismísimo Hades observándole fijamente con sus enrojecidos y desorbitados ojos. Quedó sin voz por unos segundos, luego logró débilmente pronunciar algunas palabras.
−Mi nombre es Artemio, hijo de Andrócles, mi señor –dijo con una expresión de pánico en su rostro y cerrando los ojos con fuerza.
−Pues bien, hijo de Andrócles, ¿quisieras tú ser mi amigo?
No hubo respuesta, todo quedó en silencio.

Asterión nunca aprendió que es de malos modales comer a los amigos.

El prólogo de un final feliz

Por Víctor Duarte

Viajo por toda mi querida Noruega, donde no encuentro algo más que frialdad, tal como suelo ser externamente. Cross es mi nombre, soy un Elfo de doscientos siete años, un poco mayor para la raza  humana, pero para mí especie soy sólo un joven inmaduro.
He recorrido todas las tierras de mis ancestros en busca de esa calidez que pueda asentar en mi interior, eso que me dé una dosis de calma y paz en mi interior. No sé si lo que busco es un amor, dinero, un hogar o algo que simplemente me haga feliz.
He recorrido desde el Mar de Barents hasta Austria recorriendo completamente cada uno de mis países ancestrales; he vivido un siglo y algo más, sin más respuestas que preguntas dejando a un lado todo eso que no me pertenece, es decir al universo completo.
Soy sólo un elfo elaborando su monólogo con desahogos y pensamientos vagos, dónde lo único que escribo no es para nadie más que para mí llenando así mi vida de absoluta libertad, por lo que quiero decir que soy un llamado "elfo ascético", algo no tan común en el valle donde he sido criado, donde no hay más que risas y gente con esa felicidad que mi frialdad no me deja tener, por eso he emprendido este viaje, una travesía en busca de locura buscando vivir.
Comencé desde la costa, cuando vi que el mar no es infinito tal como lo parece al horizonte. Vi que la tierra que uno pisa ya ha sido explorada y que uno no puede ser dependiente de otro ser vivo, por eso he decidido ser alguien ascético, tener tiempo sólo para mí, para todo eso que siempre he querido hacer, lo que se resume a mis travesías en busca de mi bienestar espiritual, ya que también he entendido que teniéndolo todo no me da nada en lo absoluto.
Vivo en un mundo donde a todos nos tocan desgracias, unas peores que otras, donde me resumen que ese tal Dios el cual todos alaban debe ser algo que no existe o poseerá algún tipo de trastorno bipolar.

La sabiduría del 6

Por Luis Ortiz

Y ahí estaba Daniel, soñoliento por su fatiga, motivado por la discusión. Él sabía muy bien que todo era mentira. No sólo la situación sino los comentarios que Gabriela generaba para discutir. Todo el hedor cálido del momento se intensificaba con el pasar de los minutos.
-¡Vaya discusión mijo! – decía la abuela - yo pensaba quese pobre niño estaba cansado detoaesa chacharería. No jué jasí te cuento. Porque si jubiera  sio así, jése je jubiera largao con sus cachivaches ji listo. Por mi madre santa je se largao; jese Daniel tiene más puje que muchacho virgen celao. Ese niño no comía cuento e nadie.
El nieto observaba a su abuela con expresión de incógnita mientras pronunciaba aquella pregunta reveladora: ¿Por qué dices eso abuela?
Ella sabía que Gabriela mentía con una habilidad envidiable. Gabriela había sido bendecida con el poder de la palabra desde muy pequeña y sin duda permitía generar espacios donde la ficción se hacía realidad transformando el mundo aburrido de los hombres  en un mundo de castillos y dragones. Además sabía que Daniel se deleitaba con esas discusiones ficticias donde los pies eran manos y los ojos eran uñas. Gabriela lo hacía todo creíble. Por ello la  abuela sentenció aquella conversa con una respuesta sencilla y al parecer esperada.
-¡Porque los Jantílopes de Seis Patas existen menso! ¿Jacaso no te jas jencontrado jarguno por jahí nel bosque. Tú me dices que les cortaron dos patas jace mucho tiempo. ¡Todos son de seis patas! Ja veces me provoca no contarte nás.
El nieto con su escéptica cara respondía de manera indirecta la obstinada sentencia. Para él todo era pragmático. Los escritos y las historias no valían nada sino se demostraban, si no eran “reales”.
Por eso a la abuela le caía tan mal Daniel. Porque para el nieto la belleza pertenecía a todo aquello que pudiera demostrarse, a todo aquello que fuera probable. Daniel le parecía un pobre tonto por darle importancia a las mentiras de Gabriela.
No servía de nada si no se podía demostrar y eso es lo que hacía del mundo un lugar tan especial como era. El obvio antílope de la abuela no le parecía fascinante porque era producto de algo irreal para él. Cosa que para la abuela era totalmente diferente.
-Abuela –dijo el nieto con voz firme y elocuente-. Si mal no recuerdas el código dictado por nuestro jefe supremo dice “Los hombres son cada día más pequeños y débiles. Cómo van a casar antílopes de seis patas, si yo mismo apenas lo logro”. Nosotros somos nuestra historia abuela, y la realidad se rige por ella y nuestro código.
Sabiduría, tristeza y decepción, es lo que manifestaba la abuela a través de un suspiro. Los segundos esbozaban un silencio necesario que brindaba fuerzas a la voluntad de la abuela de finalizar aquella difícil discusión.
-Nieto… Los jombres son cada día más pequeños y débiles por creer jen jun Antílope de Cuatro Patas. Jes por jeso que yo decidí creer jen los de seis.

7mo aniversario: Ebook de Seres imaginarios

"El estar con usted y no estar contigo 
es la única forma que tengo para medir el tiempo."
 Jorge Luis Borges


Para celebrar los 7 años del Taller de Escritura Creativa de Joaquín Pereira -el 7 de mayo de 2016- se publicará un ebook con 100 cuentos realizados por sus talleristas teniendo como pauta los seres imaginarios que agrupó Jorge Luis Borges en uno de sus libros. 

JK