domingo, 7 de julio de 2013

Rayo de luz

Por Andrés Scherer

Oskar, un joven de casi diecinueve años nacido en Múnich, quería descubrir ciertas cosas acerca de la rareza humana y a lo que ella comprendía. Después de una larga y consistente lucha por un amor, Oskar intentó descubrir qué había pasado. Decidió que la mejor manera de analizarlo era haciendo una caminata o viajando a un lugar como los Alpes suizos, donde la tranquilidad predominaba. El camino de Santiago había sido un pasaje muy recomendado por su padre durante mucho tiempo, pensó que en él conseguiría lo que buscaba.

Quizás ahí encontraré mis respuestas, un gran lugar para poder pensar.

Oskar emprendió su viaje comenzado desde Múnich y siguiendo la ruta para llegar a Santiago de Compostela en España. Berna, Lyon, Pamplona y Ponferrada fueron alguna de las localidades del viaje de Oskar. Aunque solamente al llegar al Ponferrada –faltando pocos kilómetros para finalizar la caminata- fue que el joven comenzó a pensar. Fue sólo para que los pensamientos no se desviaran con el hablar de alguien más.

Tanto lo intenté y tanto que resistí para nada. Quizás ella no era la indica pero quizás sí. Si tan sólo me quedara con lo que pudo pasar necesitaría muchos viajes… así que es lo que es y no lo que pudo ser. Me pregunto: ¿Por qué peleamos? ¿Por qué siempre hay una constante lucha o meta dentro de nosotros? ¿Es que acaso no podemos vivir la vida sin luchar? Me encantaría poder dejar de esperar y conseguir. Pero poco a poco me di cuenta que lo que fácil vino… fácil se irá, así que las cosas difíciles son las que más durarán. Tampoco debería haber una matanza por conseguir el amor, se supone que es algo bello ¿no? Pues la verdad no lo sé… yo la fui a buscar y ella ni se asomó. Los hombres deberían vivir más relajados y sin importar lo que podría pasar pero pocos se dan cuenta de ello.

Oskar se adentraba a una telaraña de pensamientos que lo confundían más de lo que ya estaba. No sabía qué decidir o qué hacer.  Al parecer, esa “derrota” le había causado un daño el cual no sabía despejar para volver a comenzar. Tenía que olvidarlo porque si una oportunidad con otro nuevo amor se desvanecería a causa de la siniestra cicatriz jamás comenzaría de nuevo.

Es tan complicado olvidar después de lo mucho que dolió. Se ha tornado una maniobra heroica el cerrar esta herida que ella ha causado. Tiempo al tiempo es lo que dicen y es lo que tendré que dar. ¿Y qué tal si dejo de luchar y espero? Quizás algo maravilloso llegue a mí, quizás algo bueno pase, pero nunca he sido de los que espera sino más bien de los que busca…

Entonces un hombre de gran barba blanca, imponente físico y de un aroma a café con avellanas lo detuvo y le dijo “No te presiones hijo, no te presiones…”, casi tocado por un rayo de luz.

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