Por Andrés Scherer
Oskar,
un joven de casi diecinueve años nacido en Múnich, quería descubrir ciertas
cosas acerca de la rareza humana y a lo que ella comprendía. Después de una
larga y consistente lucha por un amor, Oskar intentó descubrir qué había
pasado. Decidió que la mejor manera de analizarlo era haciendo una caminata o
viajando a un lugar como los Alpes suizos, donde la tranquilidad predominaba. El
camino de Santiago había sido un pasaje muy recomendado por su padre durante
mucho tiempo, pensó que en él conseguiría lo que buscaba.
Quizás ahí encontraré mis respuestas, un
gran lugar para poder pensar.
Oskar
emprendió su viaje comenzado desde Múnich y siguiendo la ruta para llegar a
Santiago de Compostela en España. Berna, Lyon, Pamplona y Ponferrada fueron
alguna de las localidades del viaje de Oskar. Aunque solamente al llegar al
Ponferrada –faltando pocos kilómetros para finalizar la caminata- fue que el
joven comenzó a pensar. Fue sólo para que los pensamientos no se desviaran con
el hablar de alguien más.
Tanto lo intenté y tanto que resistí para
nada. Quizás ella no era la indica pero quizás sí. Si tan sólo me quedara con
lo que pudo pasar necesitaría muchos viajes… así que es lo que es y no lo que
pudo ser. Me pregunto: ¿Por qué peleamos? ¿Por qué siempre hay una constante
lucha o meta dentro de nosotros? ¿Es que acaso no podemos vivir la vida sin
luchar? Me encantaría poder dejar de esperar y conseguir. Pero poco a poco me
di cuenta que lo que fácil vino… fácil se irá, así que las cosas difíciles son
las que más durarán. Tampoco debería haber una matanza por conseguir el amor,
se supone que es algo bello ¿no? Pues la verdad no lo sé… yo la fui a buscar y
ella ni se asomó. Los hombres deberían vivir más relajados y sin importar lo
que podría pasar pero pocos se dan cuenta de ello.
Oskar
se adentraba a una telaraña de pensamientos que lo confundían más de lo que ya
estaba. No sabía qué decidir o qué hacer.
Al parecer, esa “derrota” le había causado un daño el cual no sabía
despejar para volver a comenzar. Tenía que olvidarlo porque si una oportunidad
con otro nuevo amor se desvanecería a causa de la siniestra cicatriz jamás
comenzaría de nuevo.
Es tan complicado
olvidar después de lo mucho que dolió. Se ha tornado una maniobra heroica el
cerrar esta herida que ella ha causado. Tiempo al tiempo es lo que dicen y es
lo que tendré que dar. ¿Y qué tal si dejo de luchar y espero? Quizás algo
maravilloso llegue a mí, quizás algo bueno pase, pero nunca he sido de los que
espera sino más bien de los que busca…
Entonces un hombre de gran
barba blanca, imponente físico y de un aroma a café con avellanas lo detuvo y
le dijo “No te presiones hijo, no te presiones…”, casi tocado por un rayo de
luz.
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