domingo, 7 de julio de 2013

Búmeran

Por Eglée González Lobato

¿Por qué a mí? Me lo preguntaré toda la vida, ¿por qué a mí? Es desgarrador, siento que voy a morir, tengo nauseas, siento un dolor profundo que me atraviesa en dos. ¿Por qué Dios? Por qué tenía que enterarme que doña Teresa no es mi madre, que mi verdadera familia me cree muerta y que no soy más que una sobreviviente de un carro vuelto en llamas. No puedo con esto Señor, dame fuerzas, es demasiado para mí.

Llevo siete días caminando, no quise ponerme vaselina en los pies y me han salido ampollas, todos me adelantan. Siento que me voy a resfriar por llevar la franela húmeda, con esta brisa que nada seca. Empiezo a tener frio. ¿Perdón? ¿Habla usted conmigo? Sí, sí sé andar en bicicleta y a decir verdad la prefiero. Es usted muy amable, la dejaré en el último albergue, dentro de veintitrés días.

Respondo con la bocina el saludo a otros ciclistas. Decido estacionarme donde veo un montón de ellas. Al entrar al pequeño bar me piden que me siente en su mesa. Hago lo que ellos hacen. ¿Que cómo me llamo? me llamo Milagros, es mentira pero ellos no lo saben, nadie lo sabe, porque eso es lo que soy, un milagro. ¿Cuántos años? Tengo 18, bueno tampoco sé si eso es cierto, ni siquiera estoy segura de la fecha de mi nacimiento. Siento vergüenza, todos me miran y la sangre sube a mi cabeza.

Me levanto entre llantos y despierto a Alba que duerme en la cama de al lado. Me advierte que mañana será un día intenso. Trato de dormir pero no puedo. No hago más que imaginar cómo sería el rostro de mi madre. Me pregunto si tendré hermanos, tíos, abuelos. ¿Cómo sería mi  vida si hubiera vivido con ellos?

Paco se adelanta para hablarnos de las fachadas, las torres y las capillas. Rachel que aún no sabe si le gustan más los hombres que las mujeres, se queja de la brisa porque el cabello se le mete entre los ojos y no puede sacar sus extraordinarias fotos; Helena la hermosa mujer de Paco le ayuda. Me separo de ellos y camino entre el terreno rojizo de Orbigo-Astorga. Siento el olor a tierra húmeda, la brisa pega en mi cara y seca mis lágrimas. Pienso y lloro.

Nos adentramos en unos pueblitos cuya gente pareciera hablar con señas, todos silenciosos. Alba me toma de la mano y me cuenta la historia que subyace bajo los paisajes que se levantan desde Roncesvalles-Pamplona hasta por los casi 700 kilómetros y me explica sobre el arte gótico, renacentista o barroco de la ruta jacobea.

Llega la noche de despedida y en torno a una flamante fogata Paco toma la palabra y pide a cada uno mencionar nuestros nombres y comentar sobre el miedo que vinimos a vencer. Cuando llegó mi turno les conté: “Hace apenas dos meses mi vida era otra, mis problemas no eran más que preocupaciones medianamente importantes, imagínense, preocupada por si fulanito me quería, si la otra me envidiaba, sin saber qué estudiar en la universidad, si estaba gorda o era anoréxica. ¡Por Dios!, cuánta frivolidad llenaba mi vida. Todo cambió desde que doña Teresa, como me enseñó a llamarle, me dijo que tenía que saber la verdad de mi historia, desde ese día me volví mierda.

Mientras ella hablaba, agarré la mochila que me tenía preparada y desaparecí; sólo alcancé a escuchar: “tus padres murieron en un accidente automovilístico, tenías como un año de nacida, debiste salir volando por una ventana y el Sr Santos, el gordo, ¿recuerdas?, te encontró tirada en un matorral. Te llevó corriendo a la casa y desde ese momento fuiste mi hija. De tus padres no se supo nunca más, la prensa sólo reseñó que habían muerto unos turistas españoles en la carretera. Lo único que encontré es este papel, ya viejo, que al parecer le debieron entregar cuando hicieron el camino a Santiago de Compostela. Por eso estoy aquí.


Todos guardaron silencio pero Paco insistió: Aún no dices cuál es tu nombre y cuál era tu miedo. Mi nombre es Agata y el miedo que vencí era mi apellido. Soy Agata del Rey, hija de doña Teresa del Rey. Al terminar le tocó el turno a Helena quien tomó de la mano a Rachel y desaparecieron en la noche.

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