Por Mate González Jaime
Primero
de abril. Seis de la mañana. Inicio el Camino de Santiago. Voy con mi hermano
Pancho… La tensión de mi vida junto a él pesa más que todo el morral: son años
de reproches y ese gusto por decirnos palabras hirientes… y ahora,
compartiremos el Camino. Jugarreta de la vida que ambos coincidiéramos en
Ponferrada para emprenderlo.
El
primer día caminamos diez kilómetros. La mochila pesó mucho, me duelen los
pies. Pancho habló poco, sólo para reclamar que me quejaba mucho, que cómo se
me ocurre venir sin entrenar, que seguro llevo un montón de cosas inútiles en
la mochila - es cierto, pero jamás lo admitiré-. Me tomé varias pastillas al
llegar al hostal y decidí dormir. No sé qué hizo Pancho.
Día
2. Huele a tierra mojada porque llovió, todo el camino está lleno de barro y
hace más difícil la caminata. Pancho va tarareando, creo que está de mejor
humor y ya se acostumbra a mí. Yo hablo sola. Tanto silencio me apabulla. Él a
veces me responde. Sigo quejándome, estoy cosechando unas lindas ampollas.
Pancho tiene razón pero no se lo diré: traerme dos desodorantes, dos frascos de
perfumes y una caja de chocolates no fue una buena idea.
Día
4. No quiero reseñar qué pasó el tercer día. Pancho y yo peleamos. A medida que
la discusión se tornaba más hiriente, la mochila pesaba más y más. Tengo los
pies llenos de ampollas. Dejé en el hostal un desodorante y un perfume,
compartí los chocolates con otros peregrinos y le di varios a Pancho. El día
amaneció precioso, mi hermano saca un chocolate, lo engulle y sonríe.
Caminaremos en silencio, nos va mejor así.
Día
5. Muchas ampollas. A Pancho le está doliendo la rodilla. Primera vez que me lo
dice. Le di unas pastillas y le recordé de los chocolates. Se alegró. Me quejo
menos, Pancho tiene razón, debo hacerle más honor a mi nombre: Valentina.
Llovió muchísimo y me resbalé. Me caí y me raspé la rodilla. Lloré pero Pancho
se portó de lo mejor, todo un hermano mayor. ¡Me cargó la mochila hasta el
hostal!
Día
6. Amanecí mejor. Caímos rendidos del cansancio y mutuamente nos curamos las
ampollas. Pancho curó mi raspón en la rodilla y fui valiente cuando me puso el
merthiolate. El camino es un poco empinado porque estamos cada vez más cerca.
Pancho está conversador, me cuenta de mis sobrinas, de sus proyectos de vida,
de por qué decidió emprender este viaje. Le conté de mi trabajo, del último
amor y Pancho me dijo: “ese tipejo no te merece, menos mal que lo dejaste”. Yo
no sabía si reírme de su papelón de hermano mayor celoso o correr a abrazarlo
por ser tan cuchi. Primera vez que conversamos durante la cena. Hablamos de la
infancia y sin reproches.
Día
7. Seis de la mañana. Hoy es el último día. Estamos enfocados en llegar a
Santiago. Hoy vamos en silencio, con la solemnidad del último día. ¡Llegamos!
Al ver la Catedral, Pancho me tomó de la mano como lo hacía cuando me llevaba
al colegio. Al terminar de subir las escaleras de la Catedral, lloramos y nos
fundimos en un profundo abrazo. En una sola voz nos dijimos “Te amo, hermano.
Gracias”.
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