domingo, 7 de julio de 2013

Hermanos del camino

Por Mate González Jaime

Primero de abril. Seis de la mañana. Inicio el Camino de Santiago. Voy con mi hermano Pancho… La tensión de mi vida junto a él pesa más que todo el morral: son años de reproches y ese gusto por decirnos palabras hirientes… y ahora, compartiremos el Camino. Jugarreta de la vida que ambos coincidiéramos en Ponferrada para emprenderlo.

El primer día caminamos diez kilómetros. La mochila pesó mucho, me duelen los pies. Pancho habló poco, sólo para reclamar que me quejaba mucho, que cómo se me ocurre venir sin entrenar, que seguro llevo un montón de cosas inútiles en la mochila - es cierto, pero jamás lo admitiré-. Me tomé varias pastillas al llegar al hostal y decidí dormir. No sé qué hizo Pancho.

Día 2. Huele a tierra mojada porque llovió, todo el camino está lleno de barro y hace más difícil la caminata. Pancho va tarareando, creo que está de mejor humor y ya se acostumbra a mí. Yo hablo sola. Tanto silencio me apabulla. Él a veces me responde. Sigo quejándome, estoy cosechando unas lindas ampollas. Pancho tiene razón pero no se lo diré: traerme dos desodorantes, dos frascos de perfumes y una caja de chocolates no fue una buena idea.

Día 4. No quiero reseñar qué pasó el tercer día. Pancho y yo peleamos. A medida que la discusión se tornaba más hiriente, la mochila pesaba más y más. Tengo los pies llenos de ampollas. Dejé en el hostal un desodorante y un perfume, compartí los chocolates con otros peregrinos y le di varios a Pancho. El día amaneció precioso, mi hermano saca un chocolate, lo engulle y sonríe. Caminaremos en silencio, nos va mejor así.

Día 5. Muchas ampollas. A Pancho le está doliendo la rodilla. Primera vez que me lo dice. Le di unas pastillas y le recordé de los chocolates. Se alegró. Me quejo menos, Pancho tiene razón, debo hacerle más honor a mi nombre: Valentina. Llovió muchísimo y me resbalé. Me caí y me raspé la rodilla. Lloré pero Pancho se portó de lo mejor, todo un hermano mayor. ¡Me cargó la mochila hasta el hostal!

Día 6. Amanecí mejor. Caímos rendidos del cansancio y mutuamente nos curamos las ampollas. Pancho curó mi raspón en la rodilla y fui valiente cuando me puso el merthiolate. El camino es un poco empinado porque estamos cada vez más cerca. Pancho está conversador, me cuenta de mis sobrinas, de sus proyectos de vida, de por qué decidió emprender este viaje. Le conté de mi trabajo, del último amor y Pancho me dijo: “ese tipejo no te merece, menos mal que lo dejaste”. Yo no sabía si reírme de su papelón de hermano mayor celoso o correr a abrazarlo por ser tan cuchi. Primera vez que conversamos durante la cena. Hablamos de la infancia y sin reproches.


Día 7. Seis de la mañana. Hoy es el último día. Estamos enfocados en llegar a Santiago. Hoy vamos en silencio, con la solemnidad del último día. ¡Llegamos! Al ver la Catedral, Pancho me tomó de la mano como lo hacía cuando me llevaba al colegio. Al terminar de subir las escaleras de la Catedral, lloramos y nos fundimos en un profundo abrazo. En una sola voz nos dijimos “Te amo, hermano. Gracias”. 

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