sábado, 28 de abril de 2012

21 de diciembre del 2012



Por Jorge Ramírez


El señor Theo no pudo dormir salvo por momentáneas pérdidas de conciencia. Estrujó sus ojos y observó el libro sobre la mesa de noche. Se asomó a la ventana justo al dejar la cama, y al mirar levantó cejas. Luego tomó café, probó pan y algo dulce para el final. Pasó una hora, y otras, antes que decidiera qué vestir ese día. Se hizo a la calle cuando pensó que se acercaba el fin. Avanzó con paso suave y al doblar la esquina que da a la avenida de los teatros se detuvo al ver ondear la sotana de un hombre que junto a los demás corría de un lado a otro. Si he de morir lo haré con dignidad, caviló. Pero el caos lo obligó a seguir, así que caminó unas cuantas cuadras esquivando pisotones hasta que vio a lo lejos un parque que presumía de tranquilo y decidió acercarse.

Al llegar se secó el sudor con un pañuelo, ajustó su corbata y miró al cielo pensando en el libro que había dejado sobre la mesa de noche. Señor, se los limpio, se escuchó. El hombre bajó la mirada hasta ver a un chico al que le colgaba un paño en un hombro y sostenía un cajón. El muchacho miró sus zapatos. Están sucios, dijo, y le señaló un banco con el brazo. El hombre hizo caso y tomó asiento ¿Qué edad tienes?, preguntó. No lo sé, pero en poco tiempo podré trabajar paseando perros. ¿Y sabes qué fecha es hoy?, inquirió el hombre. No, pero igual es un día de trabajo, dijo, y se dispuso a echar betún a un zapato ¿Acaso no has visto la gente desesperada, no estás enterado?, insistió. Sí, claro que estoy enterado, por eso vine al parque. Es una obra más de las que le dicen “teatro de calle”. Yo en un día normal trabajo en la avenida de los teatros y sé de esos espectáculos. 
No entiendo muchacho, ¿de qué hablas? De la obra, de eso hablo. Mire, aunque no sé leer, veo la tele en el negocio de Toño, el gallego. Y siempre andan hadan hablando de la llegada del 21 de diciembre. El otro día Toño me salió con eso de que todo cambiaría, como si yo fuese un niño tonto. Me vino con el cuento que el mundo se hará pedazos, y de unos tales mayas, y que el fin está cerca. Como si yo no supiera que se trata de una obra de calle. Hay que ser bobo para pensar que si el mundo se acabara lo iban a anunciar en la tele y en los libros, no le parece. El hombre asintió y dijo: y qué más muchacho. El joven se sacó el paño del hombro y comenzó a pulir.

Hay algo, sé que usted es uno de los actores. Me di cuenta al verlo vestido así en medio de este sol de Buenos Aires, por eso supe que es uno de ellos. El hombre estrujó su cara con las manos, se puso en pie y dejó sobre el banco su saco, la corbata y le dio al niño el dinero que llevaba en la cartera. Ya no, no seré más un tonto actor, dijo. Luego regresó a su casa, tomó el libro de la mesa de noche y lo echó al cesto, se metió a la cama y durmió hasta la mañana siguiente. Cuando se asomó a la ventana y al ver que nada había cambiado sonrió.

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